ANEXO CATEQUÉTICO
(Para los padres y catequistas: No se trata aquí de exponer por completo todas las verdades de fe predicada por la Iglesia, sino aquellas cosas que hemos de tener especialmente en cuenta, para explicar adecuadamente la doctrina cristiana a cada uno).
Lo que hemos de creer
Creo en un solo Dios, Padre todopoderoso, Creador del Cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible.
1) Dios es un Ser Infinito –en poder, en bondad, en sabiduría,... ¡en todo!-, Eterno, Principio y Fin de todas las cosas.
2) Dios es Uno en Esencia y Trino en Personas: Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos: Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre, por quien todo fue hecho;
3) La Segunda Persona de la Santísima Trinidad, el Hijo, se ha hecho hombre, y se llama Jesús. Jesucristo es Dios y Hombre verdadero.
4) El Hijo de Dios se ha hecho Hombre para enseñarnos a vivir como hijos de Dios y para ofrecer su vida por nuestros pecados, abriéndonos así las puertas del Cielo.
que por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación bajó del Cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen,
5) María es la Madre de Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre; por eso, siendo una mujer de carne y hueso, podemos llamarla “la Madre de Dios”.
6) La siempre Virgen María, por especial privilegio de Dios, ha sido concebida sin pecado original -es Inmaculada-, y ha sido llevada al Cielo en cuerpo y alma (este es el misterio de la Asunción).
7) Santa María, por ser Madre de Jesús -nuestro “hermano mayor”, en el orden de la gracia- es, también, Madre nuestra espiritual.
y se hizo hombre; y por nuestra causa fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato; padeció y fue sepultado, y resucitó al tercer día, según las Escrituras, y subió al Cielo, y está sentado a la derecha del Padre,
8) Jesucristo, después de padecer y morir en una Cruz, resucitó de entre los muertos, y está glorioso en el Cielo para interceder por nosotros.
y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su Reino no tendrá fin.
9) Al final de los tiempos el Señor juzgará a todos los hombres: Premiando a unos y castigando a otros. Algunos van al Cielo después de purificarse en el Purgatorio.
10) Dios es infinitamente misericordioso: Mientras vivimos en la tierra, ¡lo perdona todo!, con tal de que sinceramente le pidamos perdón, con el propósito de confesarnos.
11) Dios no rechaza nunca a nadie y desea la salvación para todos. Pero los hombres –por debilidad, por influencias del mal ambiente o por las tentaciones del demonio- podemos hacer mal uso de la libertad y rechazar a Dios por el pecado, apartándonos para siempre de Él, a no ser que nos arrepintamos de verdad.
Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo, que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los Profetas.
12) El Espíritu Santo -que vino sobre los Apóstoles en Pentecostés-, inspiró las Sagradas Escrituras, conduce al Magisterio de la Iglesia para que no caiga en el error, despierta en el mundo multitud de “carismas”, y santifica a las almas para que lleguen a parecerse al Hombre perfecto: Jesús.
Creo en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica.
13) La Iglesia es una institución jerárquica –compuesta por fieles laicos y sacerdotes- fundada por Cristo sobre la “roca” de Pedro (el primer Papa) y construida sobre las “columnas” de los Apóstoles (los primeros Obispos). La Iglesia es el nuevo Pueblo de Dios.
14) Jesús prometió que protegería a la Iglesia de todo error y de todo peligro: “Los poderes del infierno -dijo el Señor- no prevalecerán sobre ella”. El Señor gobierna el mundo y la historia con su Providencia y cuida especialmente de sus hijos.
Confieso que hay un solo bautismo para el perdón de los pecados.
15) Por el Bautismo nos hacemos “hijos de Dios”, y se nos borran todos los pecados, especialmente el pecado original, que nos transmitieron nuestros primeros padres.
Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro. Amén.
16) El hombre ha sido creado por Dios para un destino de eterna felicidad. Pero cada hombre es libre –y responsable- de aceptar el plan de Dios o de rechazarlo.
17) Los hombres no somos independientes unos de otros, sino que tenemos el deber de ayudarnos en las cosas materiales y espirituales: Rezando, dándonos buen ejemplo, corrigiéndonos, sirviendo a los demás, perdonando, dando limosna, dedicando tiempo y esfuerzo a los más necesitados, etc. Desde el Cielo también nos ayudan los Ángeles y los Santos.
Lo que hemos de practicar
1) Los Mandamientos de la Ley de Dios expresan las exigencias del amor de Dios y del prójimo. Al mismo tiempo nos enseñan la verdadera humanidad del hombre. Dios los reveló. Son “advertencias paternales” de nuestro Padre Dios, para que no nos desviemos del camino que nos lleva a la felicidad eterna del Cielo. “El que me ama –dijo Jesús-cumplirá mis Mandamientos”.
2) El principal Mandamiento es el de la caridad: “Amarás a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como a ti mismo”.
Los Mandamientos de la Ley de Dios, que obligan siempre y a todos, son diez:
Primero: Amarás a Dios sobre todas las cosas.
Segundo: No tomarás en vano su santo Nombre.
Tercero: Santificarás las fiestas.
Cuarto: Honrarás a tu padre y a tu madre.
Quinto: No matarás.
Sexto: No cometerás actos impuros.
Séptimo: No robarás.
Octavo: No levantarás falsos testimonios, ni mentirás.
Noveno: No consentirás pensamientos ni deseos impuros.
Décimo: No codiciarás los bienes ajenos.
Los Mandamientos de la Iglesia, que obligan -si no hay inconveniente grave - a todos los católicos, son cinco:
Primero: Asistir a Misa los domingos y fiestas de precepto.
Segundo: Confesar los pecados mortales al menos una vez al año, en peligro de muerte y si se desea comulgar.
Tercero: Comulgar por Pascua de Resurrección.
Cuarto: Vivir la abstinencia de carne (a partir de los 14 años) y el ayuno (a partir de los 18) cuando lo manda la Santa Madre Iglesia.
Quinto: Ayudar a la Iglesia en sus necesidades.
La santidad de la vida cristiana, se manifiesta por las virtudes –teologales y cardinales- y alcanza su plenitud con las bienaventuranzas y los dones del Espíritu Santo
Las virtudes teologales (que se refieren al trato con Dios) son tres: Fe, esperanza y caridad.
Las virtudes cardinales (para ser hombres y mujeres de una pieza) son cuatro: Prudencia, justicia, fortaleza y templanza.
Las bienaventuranzas son ocho:
Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán la tierra.
Bienaventurados los afligidos, porque ellos serán consolados.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán hartos.
Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
Bienaventurados los pacíficos, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
Bienaventurados los que padecen persecución a causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
Los dones del Espíritu Santo son siete:
don de Sabiduría,
don de Entendimiento,
don de Ciencia,
don de Consejo,
don de Fortaleza,
don de Piedad y
don del Santo Temor de Dios.
Los frutos del Espíritu Santo son doce: caridad, gozo, paz, paciencia, longanimidad, bondad, benignidad, mansedumbre, fidelidad, modestia, continencia y castidad.
Los medios de santificación
-a través de los cuales nos llega la gracia de Nuestro Señor Jesucristo-, son:
Los Sacramentos, que son siete: Bautismo, Confirmación, Comunión, Penitencia, Unción de enfermos, Matrimonio y Orden Sacerdotal.
1) Los Sacramentos son signos sensibles a través de los cuales nos llega a cada uno la gracia de Cristo para ser y vivir como hijos de Dios y parecernos cada vez más a Jesús.
2) El Señor ha querido quedarse verdaderamente con nosotros en la Eucaristía, donde está realmente con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, para ser alimento de nuestra alma, y para que podamos participar de sus méritos.
El trato con Dios
se manifiesta, especialmente, a través de la Oración
1) Orar es hablar con Dios, nuestro Padre, para alabarle, darle gracias, pedirle lo que necesitamos –o necesitan otros-, hacer propósitos de mejora, pedirle perdón por nuestros pecados, etc. También oramos cuando acompañamos en silencio al Señor, cuando sabemos ofrecer un sufrimiento en unión con Cristo. En fin, se reza como se vive y se vive como se reza. La oración no es cuestión de palabras, sino de amor.
2) Dios se goza con nuestra oración y nosotros necesitamos –como la respiración del alma- hablar con confianza con Él.
3) La Oración dominical es la oración por excelencia de la Iglesia. Forma parte integrante de las principales Horas del Oficio divino y de los sacramentos de la iniciación cristiana: Bautismo, Confirmación y Eucaristía. Inserta en la Eucaristía, manifiesta el carácter "escatológico" de sus peticiones, en la esperanza del Señor, "hasta que venga" (1 Co 11, 26) (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2776).
La oración del cristiano es el Padrenuestro.
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