martes, 29 de junio de 2010

La vida como "misión", a la luz de la vocación




Juan Manuel Roca

El hombre responde a la vida

El hecho mismo de existir es mucho más que un mero hecho: es una misión, porque nuestra vida se nos da como algo en parte hecho y en parte por hacer. La conciencia de una misión en la vida –de una misión que es la vida– constituye la ayuda fundamental que tiene el hombre para vencer, o por lo menos afrontar con entereza, las dificultades objetivas o subjetivas que se presenten. Una misión de carácter personal hace al que la recibe insustituible, insuplantable. La vida adquiere así el valor de algo único, y cobra, en rigor, tanto mayor sentido cuanto más difícil se haga. Sólo en la medida en que consideremos nuestra vida como misión, buscaremos darle sentido. Para Frankl, "ser hombre significa estar preparado y orientado hacia algo que no es él mismo".

Hasta hace un momento hemos venido considerando que uno no elige su identidad, su ser quien es y, por tanto, su verdad. Pero esto no significa que la misión que se recibe al ser llamado a la existencia sea una especie de determinación fatal, algo así como el "hado" o el "destino" inexorable, escrito por anticipado, de los que creen que la libertad humana no es, en realidad, más que una apariencia ilusoria.

El mismo Frankl dice en La presencia ignorada de Dios: "No es el hombre quien ha de plantearse la pregunta por el sentido de la vida, sino que más bien sucede al revés: el interrogado es el propio hombre; a él mismo toca dar la respuesta; él es quien ha de responder a las preguntas que eventualmente le vaya formulando su propia vida".

Y las respuestas serán muy distintas según sea el sentido que le hayamos dado a nuestra vida.

A este respecto, resulta útil distinguir el sentido de la vida como dirección (sentido de su andadura) y como significado (sentido que la explica).
La vocación como luz y sentido

El sentido de la vida, entendido como "dirección", es la vida eterna: hacia ella nos encaminamos. Esta fe en la vida que no acaba, sino que se transforma, permite enfrentarse a la muerte con serenidad y buen humor, pero sobre todo permite enfrentarse a la vida diaria llenándola de sentido, o sea, de significado. Y el sentido de la vida como "significado", su razón y explicación, es el amor, como hemos visto hace un momento. El amor no tiene porqué ni para qué. Si alguien preguntara: ¿por qué vives?, deberíamos responder: vivo para vivir, obrando por sobreabundancia del bien que me posee, brillando y haciendo brillar, ardiendo y haciendo arder (J.B. Torelló).

Es precisamente la vocación lo que llena de sentido –de orientación y significado– nuestra vida, y permite asumirla como misión personalísima: "La vocación enciende una luz que nos hace reconocer el sentido de nuestra existencia. Es convencerse, con el resplandor de la fe, del porqué de nuestra realidad terrena. Nuestra vida, la presente, la pasada y la que vendrá, cobra un relieve nuevo, una profundidad que antes no sospechábamos. Todos los sucesos y acontecimientos ocupan ahora su verdadero sitio: entendemos a dónde quiere conducirnos el Señor, y nos sentimos como arrollados por ese encargo que se nos confía" (J. Escrivá, Es Cristo que pasa, n. 45).

jueves, 24 de junio de 2010

El perro de mi vecina



Contrapunto sobre el aborto.
Alejandro Valderas
ESCUELA DE FAMILIA

De compañía

Mi vecina del 4º tiene un perrito que es un encanto. Pequeñito, de largas melenas limpias y brillantes que denotan un cepillado meticuloso, con un lacito rosa recogiéndole el flequillo, su dueña lo lleva debajo del brazo suscitando la simpatía de todo el que lo ve. Además es agradecido pues si se le hace una caricia, te mira con ojos expresivos correspondiendo a la atención. Mi vecina lo cuida a cuerpo de rey, arroz con pollo a diario y los domingos unas puntas de solomillo, nada de alimentos en gránulos. El la compensa haciéndole compañía, llenando las largas horas de soledad de viuda entrada en años.

Ayer tarde me crucé con mi vecina en el portal cuando regresaba de darle el paseo diario y me paré con ella preguntándole por su salud, pues siempre tiene alguna dolencia nueva que comentar. Al final acabamos hablando de su perrito –como es habitual– mientras yo le rascaba detrás de las orejas con visible placer por parte del chuchillo.

El tema evolucionó al asunto del abandono de “mascotas” durante el verano, cuando llegan las vacaciones. Su cara se ensombreció cuando comentamos el mal fin que tienen la mayoría de estos animales de compañía.

Yo que a veces tengo mala idea, le hice el siguiente comentario:

—“¿Sabe Ud. que también recientemente han hecho una masacre de miles de seres?”

—“¡Qué me dice Ud.!” —me contestó con cara de estupor– “¿Dónde y cuando puede ocurrir semejante atropello en pleno siglo XXI?”

—“¡Pues aquí mismo en España y durante el año pasado!”, le contesté.

Como su perplejidad iba en aumento, tuve que explicarle que me estaba refiriendo a los casi cien mil nonatos que el año pasado fueron abortados. En seguida se tranquilizó y esbozando una ligera sonrisa continuó su camino hacia el ascensor exclamando:
Lo que queda por hacer

—“¡Ud. siempre con sus bromas vecino!”.

Me fui para la calle, pero era yo ahora el que iba con cara de perplejidad. Al pisar la acera, traté de componer el rostro pero no pude evitar que un pensamiento me acompañara durante un buen trecho: ¡Como es posible que una persona tan buena como mi vecina pensase de esta manera! Algo está fallando en esta sociedad. Creo que la culpa es de los que pensamos que un aborto es una cosa muy seria. Tenemos que decirlo por todas partes muchas más veces. Al menos una más de las que lo dicen aquellos que piensan que es un avance del mundo actual.

Voy a ver si mañana me hago el encontradizo con mi vecina cuando vuelva con su precioso perrito y vuelvo a la carga sobre el asunto. Es cuestión de paciencia y constancia.