jueves, 18 de diciembre de 2008

Dios sí que tiene tiempo




"Nosotros tenemos siempre poco tiempo, especialmente para el Señor, a veces no sabemos o no queremos encontrarlo. En cambio, ¡Dios tiene tiempo para nosotros!". Benedicto XVI ha pronunciado estas palabras en los primeros días del Adviento

Conformar nuestra propia vida a la del Señor

Hablando en la homilía del Adviento, el Santo Padre explicó que “significa recordar la primera venida del Señor en la carne, pensando ya en su regreso definitivo, y al mismo tiempo, reconocer que Cristo presente entre nosotros se convierte en nuestro compañero de viaje en la vida de la Iglesia que celebra su misterio”.

Benedicto XVI dijo que “en esta perspectiva, el Adviento es para todos los cristianos un tiempo de espera y de esperanza, un tiempo privilegiado de escucha y de reflexión, siempre que nos dejemos guiar por la liturgia que invita a ir al encuentro del Señor que viene”.

“Ven Señor Jesús”: esta ardiente invocación de la comunidad cristiana de los inicios debe ser también nuestra aspiración constante, la aspiración de la Iglesia en todas las épocas, que anhela y se prepara para el encuentro de su Señor: “¡Ven hoy Señor -exclamó el Papa-, ayúdanos, ilumínanos, danos la paz, ayúdanos a vencer la violencia, ven Señor rezamos precisamente en estas semanas, Señor haz resplandecer tu rostro y nos salvaremos”.

Tras recordar la invitación del Evangelio de hoy a “velar”, el Santo Padre afirmó que esto significa “seguir al Señor, elegir lo que El ha elegido, amar lo que ha amado, conformar la propia vida a la suya; velar comporta transcurrir cada momento de nuestro tiempo en el horizonte de su amor sin dejarnos abatir por las inevitables dificultades y problemas cotidianos.

Dios nos da su tiempo

El Adviento que abre el nuevo año litúrgico "nos invita a reflexionar sobre la dimensión del tiempo", dijo el Papa, recordando que en nuestra época todos decimos "nos falta tiempo" porque el ritmo de la vida cotidiana se ha vuelto frenético. Pero sobre esta cuestión, la Iglesia tiene una "buena noticia": Dios nos da su tiempo. Nosotros tenemos siempre poco tiempo, especialmente para el Señor, a veces no sabemos o no queremos encontrarlo. En cambio, ¡Dios tiene tiempo para nosotros! (...) Nos da su tiempo porque ha entrado en la historia con su palabra y sus obras de salvación, para abrirla a la eternidad y hacerla historia de la alianza".

"Ante esta perspectiva, el tiempo es ya en sí mismo un signo fundamental del amor de Dios: un regalo que el ser humano (...) puede valorar, o por el contrario, estropear; acoger su significado, o descuidar con superficialidad".

El Santo Padre habló después de los tres puntos cardinales del tiempo que jalonan la historia de la salvación: la creación, la encarnación-redención y la parusía que comprende el juicio universal. "Pero estos tres momentos -explicó- no pueden entenderse como una simple sucesión cronológica. La creación es el origen de todo, pero es continua y se lleva a cabo en el arco del devenir cósmico, hasta el final de los tiempos. Del mismo modo, la encarnación-redención, que tuvo lugar en un tiempo histórico determinado que fue el paso de Jesús por la tierra, extiende su radio de acción a todo el tiempo precedente y a todo el siguiente. A su vez, la última venida y el juicio final, anticipados en la Cruz de Cristo, ejercen su influjo en la conducta de los seres humanos en todas las épocas".

"El Señor viene continuamente a nuestra vida (...) y este primer domingo nos vuelve a proponer el llamamiento de Jesús: ¡Velad!", porque "en la hora que sólo Dios conoce seremos llamados a dar cuentas de nuestra existencia". "Esto conlleva -concluyó el Papa- un despego de los bienes terrenales, un arrepentimiento sincero de los propios errores, una caridad efectiva hacia el prójimo y, sobre todo, un confiarse (...) a las manos de Dios, nuestro Padre tierno y misericordioso".

Adviento: Grito de esperanza

"El Adviento -dijo el Papa en su homilía- es por excelencia la estación espiritual de la esperanza y durante él la Iglesia entera está llamada a convertirse en esperanza, para ella misma y para el mundo. (...) Todo el pueblo de Dios se pone en marcha atraído por este misterio: nuestro Dios es el "Dios que llega" y nos llama a salirle al encuentro, (...) ante todo con esa forma universal de esperanza y de la espera que es la oración".

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