
Enrique Monasterio
1. Haz como las grullas. Únete a la bandada migratoria más numerosa que encuentres, y huye de todo, menos de la multitud. Haz siempre lo que haga la mayoría, que la mayoría no se equivoca jamás. No renuncies al placer de las aglomeraciones ni de los atascos. ¿Por qué vas a privarte del entrañable tufillo del metro?
2. Sé fuerte. Que nadie te aparte de tu firme propósito de no pegar golpe hasta septiembre. Sigue el ejemplo del podargo australiano, el ave más perezosa del planeta, que no se mueve ni para comer: se limita a tumbarse sobre una rama, abre su inmensa boca, y se deja alimentar por los insectos suicidas, que entran hasta su estómago para echar una ojeada. Haz tú lo mismo: toma tu bolsa de ruffles, y mimetízate en la arena.
3. Aíslate. Nada como una buena multitud para lograrlo sin esfuerzo. Tápate los oídos con los cascos del mp3, y masajéate los tímpanos con el estruendo de la música a tope. Y no te olvides de la consola de video-juegos.
4. No leas nada. No aprendas nada. Deja tu cerebro en reposo letárgico durante todo el verano. Con un poco de suerte, en septiembre padecerá una atrofia total e irreversible.
5. Acapara el mayor número de vídeos: menos de doscientos sería peligroso; podrías caer en la perniciosa tentación de hacer deporte, o, lo que es peor, de leer un libro.
6. Despiértate tarde por las mañanas. Piensa que, cuanto más duermas, más corto te parecerá el tormento de las vacaciones. Lo ideal sería que permanecieras en estado de duerme-vela todo el verano; pero, como no es posible, levántate despacito; no corras riesgos, que el infarto acecha donde menos se espera.
7. A la playa no vayas a bañarte, ni mucho menos a nadar, sino a freírte en aceite bronceador. Es doloroso -los antiguos ascetas del desierto no soportaban penitencias tan duras-; pero todo sea por el pellejo.
8. Al anochecer, imita de nuevo a los podargos, que, como bien saben los ornitólogos, entran en acción a esas horas: devoran toda clase de larvas e insectos, y terminan su jornada entre gritos lastimeros. Según los nativos, esos gemidos anuncian catástrofes, pero más bien parecen producto de la mala digestión.
9. En resumen: no niegues nada a tus sentidos, ni concedas nada a tu inteligencia. Que la nevera sea tu amiga inseparable; la televisión, tu alimento y tu punto de mira; el mp3, tu comecocos... Y los demás, la familia, los amigos, meros puntos de referencia, objetos para usar y tirar.
10. No te olvides de aprovechar el verano para cotillear con todo el mundo. Nada te amargará tanto la existencia como descargar un poquito de veneno sobre tus enemigos/as íntimos/as. Y no pienses que el cotilleo es cosa de mujeres. Estamos en una sociedad igualitaria. Todos tenemos derecho a la libertad de expresión.
11. ¿Y Dios?... Lo siento: no soy capaz de llevar la ironía hasta sus últimas consecuencias. Ni en broma puedo aconsejarte que pongas a Dios en naftalina y lo guardes con la ropa de invierno. Pero si, de verdad, quisieras pasar las más tristes vacaciones de tu vida, bastaría con seguir el ejemplo de tantos miles de personas que, en estas fechas, huyen descaradamente de Dios. Se parecen a esos otros que, de vez en cuando, escapan de lo que en teoría más quieren de su mujer, de sus hijos, en busca de un "desahogo", de un descanso.
A éstos, y a los que piensan que el verano puede ser un paréntesis en su fe, habría que recordarles que, quien necesite descansar de sus amores, es que no sabe amar. El amor es el mejor descanso para alma y para el cuerpo. Y Jesucristo quiere encontrarse con nosotros, también en la playa, donde ya tomó pescado a la brasa con sus discípulos, o en la montaña, donde organizó una tarde la gran merienda de los panes y los peces.
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