jueves, 30 de diciembre de 2010

La prueba del dolor



Alfonso Aguiló
www.interrogantes.net

Demasiada exigencia

"Yo siempre he sido considerado en mi ambiente profesional –me decía no hace mucho un viejo amigo– como una persona muy exigente. Me he exigido siempre mucho a mí mismo y he exigido también siempre mucho a los demás.

"Me costaba mucho comprender que había gente a la que no le era posible seguir mi ritmo, y a veces, tengo que reconocerlo, los maltrataba. Y en casa me pasaba un poco igual. Echaba en cara las cosas a mi mujer y a mis hijos con muy poca consideración.

"Y tuvo que venir la enfermedad, y luego aquellos problemas serios en el trabajo, para que empezara a entender que la vida no era tan simple como yo me la había planteado.

"La verdad es que he funcionado siempre como un triunfador, rebosante de salud y de éxito profesional, y, sin darme casi cuenta, menospreciaba a los demás. Pensaba que, si ellos no lograban lo que lograba yo, era simplemente porque a ellos no les daba la gana esforzarse como yo lo hacía.

"Pensaba así hasta que empecé a sentir en mis carnes todo ese sufrimiento, a notar en mi vida el peso de esa carga. Fue entonces cuando comencé a reparar en que los demás también sufrían, que en la vida hay mucho sufrimiento de muchas personas. Y comprendí que pasar sin consideración por delante de ese dolor es algo realmente indigno.

Los otros también sufren

"He empezado a dormir mal, y ahora tengo mucho tiempo para pensar. Al principio me enfadaba, pero pronto me di cuenta de que con pataleos no arreglas nada: ni te duermes ni resuelves lo que te preocupa. Es curioso, pero antes yo era muy irascible, y ahora, en cambio, me he vuelto bastante sereno y comprensivo. Creo que esto que me ha pasado ha marcado una nueva etapa en mi vida.

"A mí, el dolor me ha curtido el alma, me ha hecho entender un poco mejor a los demás. Antes, yo apenas había tenido problemas serios y juzgaba a los demás con dureza y frialdad. Ahora, todo lo veo de modo distinto. Ya no grito a mi secretaria ni me peleo con mi mujer o mis hijos."

Recordando el relato de aquel joven y brillante ejecutivo, pensaba en el distinto modo en que reciben las personas el dolor. A unos les mejora y a otros, en cambio, les desespera. Y pensaba en la enseñanza que esta persona obtuvo: que hay que comprender mejor a la gente, pues quienes nos rodean son personas que también sufren, y eso siempre es duro; y que hay gente que lo pasa mal, y quizá en parte por culpa nuestra, y que todo hombre debiera detenerse siempre junto al sufrimiento de otro hombre y hacer lo posible por remediarlo.
Imposible de evitar

El dolor es una escuela en donde se forman en la misericordia los corazones de los hombres. Una escuela que nos brinda la oportunidad de curarnos un poco de nuestro egoísmo e inclinarnos un poco más hacia los demás. Nos hace ver la vida de una manera especial, nos muestra un perfil más profundo de las cosas. Nos lleva a reflexionar, a preguntarnos por el sentido que tiene todo lo que sucede a nuestro alrededor. El hombre, al recibir la visita del dolor, vive una prueba dentro de sí: es como un pellizco que detiene el curso normal de su vida, como un parón que le invita a reflexionar. Por eso se ha dicho que toda filosofía y toda reflexión profunda adquiere una especial lucidez en la cercanía del dolor y de la muerte.

El dolor, si se sabe asumir, advierte al hombre del error de las formas de vida superficiales, ayuda al hombre a no alejarse de los demás, a no arrellanarse en su egoísmo. El dolor nos vuelve más comprensivos, más tolerantes, nos va curando de nuestra intransigencia, nos perfecciona. Es, además, una realidad que llega a todo hombre y que, por tanto, en cierto sentido –como ha señalado Enrique Rojas–, conduce a una suerte de fraternización universal, ya que iguala a todos por el mismo rasero.

Lo que hace feliz la vida del hombre no es la ausencia del dolor, entre otras cosas, porque se trata de algo imposible. La vida no puede diseñarse desde una filosofía infantil que quisiera permanecer ajena al misterio de la presencia del dolor o del mal en el mundo. Y enfadarse o escandalizarse ante esa realidad no conduce a ninguna parte. Aprender a convivir con el dolor, aprender a tolerar lo malo inevitable, es una sabiduría fundamental para vivir con acierto

martes, 28 de diciembre de 2010

'Educar es difícil' y 'En el momento oportuno'


Aníbal Cuevas

Educar es difícil

"Es que es muy difícil" se oye decir a muchos padres cuando se habla de educación. Claro que es difícil, es que la vida es difícil cuando hay que tomar decisiones, cuando hay que corregir, cuando hay que manifestar desacuerdo. La vida en la que no hay dificultades es una vida idiota, volátil, superflua, me atrevería a afirmar que inhumana.

Apoyar y animar a los hijos es un deber de los padres como también lo es corregir. No hacerlo por pereza, indiferencia o temor es un flaco favor que les hacemos. Ellos, igual que nosotros, necesitan referencias, limites, exigencia. Con cariño sí, pero también con firmeza. Claro que para actuar así hay que tener ideas claras, principios y fortaleza. Educar es difícil pero posible.

En el momento oportuno

Los padres tenemos la obligación de corregir a los hijos cuando su actuación es incorrecta. Esto no está reñido con el cariño, el apoyo y el ánimo. Puede haber quién piense que corregir es sencillamente echar una bronca y ya está. Nada más lejos de la realidad.

Para corregir hace falta buscar el momento oportuno, las palabras que no hieren y todo ello en el clima de una relación normal que debe haber en la familia cuyo ingrediente fundamental es el amor: el deseo de ayudar al otro a ser mejor y por lo tanto más feliz. El mejor ámbito es la relación personal, lo normal debe ser que tanto la corrección como el apoyo comiencen en el cara a cara. Y, sobre todo, debemos transmitir al hijo nuestra convicción de que es capaz de mejorar y que cuenta con nuestro apoyo.

¿Por qué rezas el Rosario?



Por pereza, por falta de tiempo, porque es una devoción anticuada... Quizá usted haya usado alguna de estas excusas para no rezar el Santo Rosario. Sin embargo, una de las características que la Iglesia tiene en cuenta para identificar a los santos es, precisamente, la devoción mariana. La recomendación de rezar esta oración, enraizada en la tradición de la Iglesia, es una constante entre quienes más cerca estuvieron del Señor durante su vida. Por muchas que sean las excusas, más son las razones que dieron para descolgar nuestra plegaria por las cuentas de un rosario.
José Antonio Méndez
Alfa y Omega

Garantía de salvación

No es casual que una de las características que identifican a los santos sea la recomendación de rezar el Rosario. De hecho, cuando la Iglesia estudia una Causa de canonización analiza la devoción mariana del futuro santo, y tiene en la recomendación de rezar el Rosario una prueba no oficial de que esa persona vivió santamente. Algo que contrasta -y esto tampoco es casual- con las mil y una excusas que ponemos para no desgranar sus cuentas: Estoy cansado; Me da pereza, no sé rezarlo; Es de viejos; Es absurdo repetir tantas veces lo mismo; Yo prefiero hablar directamente con Dios...

La fuente de la que manan buena parte de estas excusas queda al descubierto en las palabras del teólogo Fancis James, que el periodista Vittorio Messori recoge en Hipótesis sobre María: «La aversión diabólica, denunciada por los místicos, hacia el Rosario nace de esto: para realizar un acto tan fácil y típico de niños y de viejos como es desgranar el rosario, hay que vencer completamente el respeto humano y el orgullo, hijos de Satanás. Quien alimenta tanto odio hacia una devoción semejante es porque ve en ella un abismo de humildad y el arma de los pobres de espíritu según el Evangelio». Así que, si al Maligno no le gusta, será que es bueno.

Tan bueno, que no le faltan avales de altura. Por ejemplo, el de sor Lucía, una de las tres videntes de la Virgen de Fátima, que se presentó ante los tres pastorcillos con un rosario en las manos. En 1957, sor Lucía explicó que «no hay problema, por más difícil que sea, temporal y, sobre todo, espiritual; se refiera a la vida personal de cada uno o a la vida de nuestras familias o comunidades religiosas, o a la vida de los pueblos y naciones; no hay problema, repito, por más difícil que sea, que no podamos resolver ahora con el rezo del Santo Rosario». Y añadió: «Si nos dieran un programa más difícil de salvación, muchas almas que se condenarán tendrían el pretexto de que no pudieron realizarlo. Pero el programa es brevísimo y fácil: rezar el Rosario. Con él, practicamos los santos mandamientos, aprovechamos la frecuencia de los sacramentos, procuraremos cumplir perfectamente nuestros deberes y hacer lo que Dios quiere de cada uno de nosotros».
Confirmado por los Pontífices

También san Luis María Grignion de Montfort, a quien Juan Pablo II citó como testigo de esta oración en su Carta apostólica Rosarium Virginis Mariae, aseguró: «No encuentro otro medio más poderoso para atraer sobre nosotros el reino de Dios que unir a la oración vocal la oración mental, rezando el Santo Rosario y meditando sus misterios». El mismo Juan Pablo II confesó, al poco de ser elegido Papa, que «el Rosario es mi oración predilecta. Con el trasfondo de las Avemarías, pasan ante los ojos del alma los episodios principales de la vida de Jesucristo. El Rosario nos pone en comunión vital con Jesucristo, a través del corazón de su Madre. Al mismo tiempo, nuestro corazón puede incluir en el Rosario todos los hechos que entraman la vida del individuo, la familia, la nación, la Iglesia y la Humanidad. Experiencias personales o del prójimo, sobre todo de las personas más cercanas o que llevamos más en el corazón. De este modo, la sencilla plegaria del Rosario sintoniza con el ritmo de la vida humana».

Desde luego, algo tendrá esta oración cuando todos los Papas de los últimos tiempos lo han recomendado con insistencia. León XIII, en 1883, estableció el mes de octubre como mes dedicado al Rosario, y su antecesor, el Beato Pío IX, lo recomendó en su lecho de muerte: «El Rosario es un Evangelio compendiado y dará a quienes lo rezan los ríos de paz de que nos habla la Escritura; es la devoción más hermosa, más rica en gracia y gratísima al corazón de María. Sea éste, hijos míos, mi testamento», dijo a quienes le asistían. También san Pío de Pietrelcina, a quien se ha definido como Un hombre hecho Rosario, por la cantidad de veces que lo rezaba -hasta 15 al día-, dijo ante de morir: «¡Amen a la Virgen y háganla amar. Recen siempre el Rosario!» Años antes, el padre Pío rubricó una pregunta que hoy se nos presenta a cada uno, para que encontremos las razones por las que sí rezar la Corona de María: «Si la Virgen lo ha recomendado siempre calurosamente, dondequiera que ha aparecido, ¿no nos parece que debe ser por un motivo especial?»

martes, 20 de julio de 2010

Derecho a ser feliz



Jaime Nubiola

La paradoja de la felicidad

«Yo tengo derecho a ser feliz» me decía ayer un amigo al anunciarme su propósito de abandonar a su mujer y a sus hijas para formar una nueva familia con otra mujer. Me impresionaba que una persona adulta e inteligente estuviera decidida a echar por la borda quince años de vida familiar arguyendo que la felicidad es un derecho como los de la Declaración universal de derechos humanos.

No es fácil aclararse sobre a qué llamamos felicidad. Algunos creen que es un estado de ánimo, y pretenden encontrarla en la euforia de la borrachera o de la droga o en los libros de autoayuda. Para otros, es la satisfacción de todos los deseos y, como están insatisfechos, se sienten casi siempre tristes. De hecho, lo que está más en boga es la identificación de la felicidad con el sentirse querido, con el estar enamorado. Quizá por ese motivo vuelan por los aires tantos vínculos matrimoniales, esclerotizados por la erosión del tiempo, el aburrimiento mutuo o el desamor infiel.

Ya Aristóteles, hace más de dos mil trescientos años, advirtió que la felicidad no era algo que pudiera buscarse directamente, esto es, algo que se lograra simplemente porque uno se lo propusiera como objetivo. Como todos hemos podido comprobar en alguna ocasión, quienes ponen como primer objetivo de su vida la consecución de la felicidad son de ordinario unos desgraciados. La felicidad es más bien como un regalo colateral del que sólo disfrutan quienes ponen el centro de su vida fuera de sí. En contraste, los egoístas, los que sólo piensan en sí mismos y en su satisfacción personal, son siempre unos infelices, pues hasta los placeres más sencillos se les escapan como el humo.

Me gusta pensar que, en vez de un derecho, la felicidad es un deber. Los seres humanos hemos de poner todos los medios a nuestro alcance para hacer felices a los demás; al empeñar nuestra vida en esa tarea seremos nosotros también felices, aunque quizá sólo nos demos cuenta de ello muy de tarde en tarde. Viene a mi memoria un programa religioso para jóvenes en la televisión española de los sesenta que tenía como lema: «Siempre alegres para hacer felices a los demás». ¡Cuánta sabiduría antropológica encerrada en una fórmula tan sencilla!
La felicidad, deber y regalo

Creer que los seres humanos alcanzamos la felicidad acumulando dinero o coleccionando mujeres (u hombres) como si fueran trofeos de caza es un grave error antropológico. El secreto más oculto de la cultura contemporánea es que los seres humanos sólo somos verdaderamente felices dándonos a los demás. Sabemos mucho de tecnología, de economía, del calentamiento global, pero la imagen que sistemáticamente se refleja en los medios de comunicación muestra que sabemos bien poco de lo que realmente hace feliz al ser humano.

La felicidad no está en la huida con la persona amada a una paradisíaca playa de una maravillosa isla del Caribe, abandonando las obligaciones cotidianas que, por supuesto, en ocasiones pueden hacerse muy pesadas. La felicidad no puede basarse en la injusticia, en el olvido de los compromisos personales, familiares y laborales, tal como hacen algunos de los personajes de Paul Auster que cada diez años huyen para comenzar una nueva vida desde cero. La felicidad —respondí a mi amigo con afecto— no es un derecho, sino que es más bien resultado del cumplimiento —gustoso o dificultoso— del deber y aparece siempre en nuestras vidas como un regalo del todo inmerecido, como un premio a la entrega personal a los demás, en primer lugar, al cónyuge y a los hijos.

martes, 6 de julio de 2010

La libertad y los valores



Juan Manuel Roca

Los valores y su referencia a Dios

El hecho de existir supone una misión que cada uno debe ir cumpliendo con su actuar libre. Pero en todas las fases de nuestras acciones –explica Yepes– intervienen unos criterios previos que uno tiene ya formados antes de actuar y de los que parte para escoger –o rechazar– unos u otros medios. A estos criterios previos los llamamos valores.

Los valores son los distintos modos de concretar o determinar la verdad: son la verdad y el bien tomados, no en abstracto, sino en concreto. Su característica principal es que no contestan a la pregunta ¿y esto para qué vale? Valen por sí mismos; es más, todo lo demás vale –o no vale– por referencia a ellos.

Los valores son, por eso, criterio para la toma de decisiones, para la acción. Pueden ser muy variados: utilidad, belleza, poder, dinero, familia, ecología, sabiduría... El máximo valor es Dios: el Bien supremo en función del cual los demás valores son medios, es decir tienen un valor relativo que se juzga por su concreta relación aquí y ahora con el Valor Absoluto.

A la hora de discernir y asumir como propios los valores que serán criterio de nuestra actuación, debemos estar atentos a algunos peligros, para no vivir tomando decisiones por motivos equivocados o inconsistentes. Algunos, por ejemplo, podrían tomar como valor una necesidad ficticia (como ganar fama). Y cabe también el peligro de asumir valores verdaderos pero sólo de manera teórica, es decir, sin interiorizarlos (permanecen como referencias externas que nos parecen bien, pero sin pasar a integrar las motivaciones internas de nuestra libertad); o de interiorizar una versión incompleta o equivocada de ellos: por ejemplo, se siente la necesidad de Dios, pero se trata con Él sólo en momentos "difíciles"; o se hace algo no en función del valor mismo, sino de la satisfacción personal que nos produce; o por buscar una compensación, llamar la atención, etc. (R. Berzosa).

Es necesario aprender a vivir la libertad como un poder de ob-ligarse a todo lo grande. No somos libres cuando optamos por una acción porque nos agrada, sino cuando tomamos distancia de nuestras apetencias –que pueden ser caprichosas, variables según los momentos y las circunstancias– y elegimos en virtud del ideal que más vale, que más trascendencia tiene para los demás, para dejar en esta vida un surco profundo, divino, eterno. Esto es lo que supone elegir la verdad de la vocación como núcleo y referencia de valores. Al hacerlo así el hombre se siente esponjado, libre y desbordante de luz y alegría.

viernes, 2 de julio de 2010

Religión y educación moral


Alfonso Aguiló
www.interrogantes.net

Prescindir de Dios

Muchos padres y educadores están preocupados por la educación moral de sus hijos, alumnos, etc. Ven que bastantes de sus actuales problemas tienen la raíz en una deficiente o insuficiente formación básica en las convicciones morales, criterios de conducta, ideales de vida, valores, etc. Pero lo que más me llama la atención es que bastantes de esos padres y educadores, aun considerándose buenos creyentes, apenas cuentan con la fe a la hora de educar, y eso me parece un error de graves consecuencias.

Es cierto que se puede tener una moral muy exigente sin creer en Dios. Y también es cierto que existen personas de gran rectitud moral que no son creyentes. Y es verdad que se pueden encontrar doctrinas éticas respetables que excluyen la fe. Pero no veo que ninguna de esas razones haga aconsejable que una persona creyente eduque a sus hijos como si no tuviera fe, o que ignore la importancia que tiene la religión en la educación moral de cualquier persona.

De entrada, no veo cómo puede existir una ética que prescinda totalmente de Dios y pueda considerarse racionalmente bien fundada, pues la ética se remite a la naturaleza, y esta a su autor, que no puede ser otro que Dios. Además, una ética sin Dios, sin un ser superior, basada sólo en el consenso social o en unas tradiciones culturales, ofrece pocas garantías ante la patente debilidad del hombre o ante su capacidad de ser manipulado. Una referencia a Dios sirve –y la historia parece empeñada en demostrarlo– no sólo para justificar la existencia de normas de conducta que hay que observar, sino también para mover a las personas a observarlas. El creyente se dirige a Dios no sólo como legislador, sino también como juez. Porque conocer la ley moral y observarla son cosas bien distintas, y por eso, si Dios está presente –y presente sin pretender acomodarlo al propio capricho, se entiende–, será más fácil que se observen esas leyes morales.
Sin motivos para ser bueno

En cambio, cuando se prescinde voluntariamente de Dios, es fácil que el hombre se desvíe hasta convertirse en la única instancia que decide lo que es bueno o malo, en función de sus propios intereses. ¿Por qué ayudar a una persona que difícilmente me podrá corresponder? ¿Por qué perdonar? ¿Por qué ser fiel a mi marido o mi mujer cuando es tan fácil no serlo? ¿Por qué no aceptar esa pequeña ganancia fácil? ¿Por qué arriesgarse a decir la verdad y no dejar que sea otro quien pague las consecuencias de mi error?

Sin motivos para ser bueno

Quien no tiene conciencia de pecado y no admite que haya nadie superior a él que juzgue sus acciones, se encuentra mucho más indefenso ante la tentación de erigirse como juez y determinador supremo de lo bueno y lo malo. Eso no significa que el creyente obre siempre rectamente, ni que no se engañe nunca; pero al menos no está solo. Está menos expuesto a engañarse a sí mismo diciéndose que es bueno lo que le gusta y malo lo que no le gusta. Sabe que tiene dentro una voz moral que, en determinado momento, le advertirá: basta, no sigas por ahí.

Sin religión es más fácil dudar si vale la pena ser fiel a la ética. Sin religión es más fácil no ver claro por qué se han de mantener conductas que suponen sacrificios. Esto sucede más aún cuando esa moral laica se transmite de una generación a otra sin apenas reflexión. Como ha señalado Julián Marías, los que al principio sostuvieron esos principios laicos como elemento de un debate ideológico, tenían al menos el ardor y el idealismo de una causa que defendían con pasión. Pero, si esa moral se transmite a los más jóvenes, a los hijos, y después a los hijos de estos, sin ninguna vinculación a creencias religiosas, es fácil que ese idealismo quede en unas simples ideas sin un fundamento claro y, por tanto, pierden vigor.
La fuerza de la fe

Cuando se niega que hay un juicio y una vida después de la muerte, es bastante fácil que las perspectivas de una persona se reduzcan a lo que en esta vida pueda suceder. Si no se cuenta con nada más, porque no se cree en el más allá, el sentido de última responsabilidad tiende a diluirse, y la rectitud moral se deteriora más fácilmente.

La fuerza de la fe

Hay ocasiones en que los motivos de conveniencia natural para obrar bien nos impulsan con gran fuerza. Pero hay otras ocasiones –y no son pocas– en que esos motivos de conveniencia natural pierden peso en nuestra mente, por la razón que sea, y entonces son los motivos sobrenaturales los que toman un mayor protagonismo y nos ayudan a actuar como debemos. Prescindir de unos o de otros es un error moral y un error educativo de gran alcance. Por eso, los padres creyentes que dan poca importancia a la formación religiosa de sus hijos suelen acabar por darse cuenta de su error, pero casi siempre tarde y con amargura.

¿Y qué decir al que, a pesar de buscar a Dios, no tiene fe? Le diría que buscar a Dios es un paso importante y que, casi siempre, supone tener ya algo de fe. Si la búsqueda es sincera, tarde o temprano lo encontrará. Yo recomendaría a esa persona que pensara en su propia conducta y en la verdad, que reflexionara sobre qué está bien y qué está mal, y que procurara actuar conforme a ello, pues tal vez es Dios precisamente quien se lo está pidiendo, y al obrar bien se dispone a descubrir a quien es la fuente del bien.

martes, 29 de junio de 2010

La vida como "misión", a la luz de la vocación




Juan Manuel Roca

El hombre responde a la vida

El hecho mismo de existir es mucho más que un mero hecho: es una misión, porque nuestra vida se nos da como algo en parte hecho y en parte por hacer. La conciencia de una misión en la vida –de una misión que es la vida– constituye la ayuda fundamental que tiene el hombre para vencer, o por lo menos afrontar con entereza, las dificultades objetivas o subjetivas que se presenten. Una misión de carácter personal hace al que la recibe insustituible, insuplantable. La vida adquiere así el valor de algo único, y cobra, en rigor, tanto mayor sentido cuanto más difícil se haga. Sólo en la medida en que consideremos nuestra vida como misión, buscaremos darle sentido. Para Frankl, "ser hombre significa estar preparado y orientado hacia algo que no es él mismo".

Hasta hace un momento hemos venido considerando que uno no elige su identidad, su ser quien es y, por tanto, su verdad. Pero esto no significa que la misión que se recibe al ser llamado a la existencia sea una especie de determinación fatal, algo así como el "hado" o el "destino" inexorable, escrito por anticipado, de los que creen que la libertad humana no es, en realidad, más que una apariencia ilusoria.

El mismo Frankl dice en La presencia ignorada de Dios: "No es el hombre quien ha de plantearse la pregunta por el sentido de la vida, sino que más bien sucede al revés: el interrogado es el propio hombre; a él mismo toca dar la respuesta; él es quien ha de responder a las preguntas que eventualmente le vaya formulando su propia vida".

Y las respuestas serán muy distintas según sea el sentido que le hayamos dado a nuestra vida.

A este respecto, resulta útil distinguir el sentido de la vida como dirección (sentido de su andadura) y como significado (sentido que la explica).
La vocación como luz y sentido

El sentido de la vida, entendido como "dirección", es la vida eterna: hacia ella nos encaminamos. Esta fe en la vida que no acaba, sino que se transforma, permite enfrentarse a la muerte con serenidad y buen humor, pero sobre todo permite enfrentarse a la vida diaria llenándola de sentido, o sea, de significado. Y el sentido de la vida como "significado", su razón y explicación, es el amor, como hemos visto hace un momento. El amor no tiene porqué ni para qué. Si alguien preguntara: ¿por qué vives?, deberíamos responder: vivo para vivir, obrando por sobreabundancia del bien que me posee, brillando y haciendo brillar, ardiendo y haciendo arder (J.B. Torelló).

Es precisamente la vocación lo que llena de sentido –de orientación y significado– nuestra vida, y permite asumirla como misión personalísima: "La vocación enciende una luz que nos hace reconocer el sentido de nuestra existencia. Es convencerse, con el resplandor de la fe, del porqué de nuestra realidad terrena. Nuestra vida, la presente, la pasada y la que vendrá, cobra un relieve nuevo, una profundidad que antes no sospechábamos. Todos los sucesos y acontecimientos ocupan ahora su verdadero sitio: entendemos a dónde quiere conducirnos el Señor, y nos sentimos como arrollados por ese encargo que se nos confía" (J. Escrivá, Es Cristo que pasa, n. 45).

jueves, 24 de junio de 2010

El perro de mi vecina



Contrapunto sobre el aborto.
Alejandro Valderas
ESCUELA DE FAMILIA

De compañía

Mi vecina del 4º tiene un perrito que es un encanto. Pequeñito, de largas melenas limpias y brillantes que denotan un cepillado meticuloso, con un lacito rosa recogiéndole el flequillo, su dueña lo lleva debajo del brazo suscitando la simpatía de todo el que lo ve. Además es agradecido pues si se le hace una caricia, te mira con ojos expresivos correspondiendo a la atención. Mi vecina lo cuida a cuerpo de rey, arroz con pollo a diario y los domingos unas puntas de solomillo, nada de alimentos en gránulos. El la compensa haciéndole compañía, llenando las largas horas de soledad de viuda entrada en años.

Ayer tarde me crucé con mi vecina en el portal cuando regresaba de darle el paseo diario y me paré con ella preguntándole por su salud, pues siempre tiene alguna dolencia nueva que comentar. Al final acabamos hablando de su perrito –como es habitual– mientras yo le rascaba detrás de las orejas con visible placer por parte del chuchillo.

El tema evolucionó al asunto del abandono de “mascotas” durante el verano, cuando llegan las vacaciones. Su cara se ensombreció cuando comentamos el mal fin que tienen la mayoría de estos animales de compañía.

Yo que a veces tengo mala idea, le hice el siguiente comentario:

—“¿Sabe Ud. que también recientemente han hecho una masacre de miles de seres?”

—“¡Qué me dice Ud.!” —me contestó con cara de estupor– “¿Dónde y cuando puede ocurrir semejante atropello en pleno siglo XXI?”

—“¡Pues aquí mismo en España y durante el año pasado!”, le contesté.

Como su perplejidad iba en aumento, tuve que explicarle que me estaba refiriendo a los casi cien mil nonatos que el año pasado fueron abortados. En seguida se tranquilizó y esbozando una ligera sonrisa continuó su camino hacia el ascensor exclamando:
Lo que queda por hacer

—“¡Ud. siempre con sus bromas vecino!”.

Me fui para la calle, pero era yo ahora el que iba con cara de perplejidad. Al pisar la acera, traté de componer el rostro pero no pude evitar que un pensamiento me acompañara durante un buen trecho: ¡Como es posible que una persona tan buena como mi vecina pensase de esta manera! Algo está fallando en esta sociedad. Creo que la culpa es de los que pensamos que un aborto es una cosa muy seria. Tenemos que decirlo por todas partes muchas más veces. Al menos una más de las que lo dicen aquellos que piensan que es un avance del mundo actual.

Voy a ver si mañana me hago el encontradizo con mi vecina cuando vuelva con su precioso perrito y vuelvo a la carga sobre el asunto. Es cuestión de paciencia y constancia.

miércoles, 14 de abril de 2010

The Blind Side, un filme cristiano




Este trabajo le ha valido a Sandra Bullock primero el reconocimiento unánime de la crítica; y después –hace un par de meses–, nominada para el Globo de Oro y, ahora , el Óscar.

Alfonso Méndiz


Récord de taquilla

“The Blind Side” es, sin duda, la gran sorpresa del año. Estrenada de modo discreto en Estados Unidos, la película alcanzó de repente un formidable éxito de taquilla y ha terminado por ser una de las cintas más vistas el pasado año. El filme costó 29 millones de dólares, y en poco más de 2 meses superó los 210 millones de dólares en la taquilla de Canadá y Norteamérica.

Muchos atribuyen ese éxito a la brillante interpretación de Sandra Bullock, y como consecuencia, esta actriz se ha convertido de la noche a la mañana en la intérprete más taquillera de Hollywood. Como señalaba la revista "Variety", Bullock ha conseguido el curioso récord de ser “la primera actriz en superar los 200 millones de dólares en una película protagonizada por una mujer”.

Todo esto tendría sólo un moderado interés si no fuese porque “The Blind Side” es… una película de inspiración cristiana. Desde su estreno, surgió en los medios de comunicación norteamericanos un profundo debate acerca de los valores y las creencias en el cine, y muchos espectadores cuestionaban abiertamente a las grandes productoras: “¿por qué no se ve más a menudo un cine así?”. Se referían, por supuesto, a un cine que represente los valores cristianos. No es extraño, por eso, que varias instituciones ligadas a distintas confesiones cristianas hayan organizado un gran movimiento de apoyo al filme, y hayan conseguido movilizar masivamente a las audiencias, como ya ocurrió con “La Pasión de Cristo”, “Prueba de fuego” o “Bella”.

La verdadera sorpresa del filme –más sorprendente aún que su éxito en taquilla– ha sido el haber logrado ¡dos nominaciones importantes a los Óscars de la Academia!: el de mejor película y el de mejor actriz. Si bien el primero era difícil, el segundo fue realidad. Ya en la pasada edición de los Globos de Oro –considerados “la antesala de los Oscar”– Sandra Bullock se llevó por esa interpretación el premio a la Mejor Actriz del año. Hollywood reconoció así el creciente auge del cine cristiano en la industria del cine. Un cine familiar, que no está ni muchísimo menos reñido con una excelente calidad técnica y narrativa.

Los máximos galardones

Basada en hechos reales, “The Blind Side” (aún no tiene título español) narra la historia de un joven afroamericano sin hogar, Michael Oher, que encuentra ayuda y cobijo en una familia blanca, dispuesta a prestarle el apoyo necesario tanto en su relación con los demás como en su aspiración de convertirse en estrella de fútbol americano. El apoyo le vendrá, sobre todo, de su madre adoptiva, Leigh Anne Tuohy, una madre luchadora y devotamente cristiana que infundirá en él autoestima, afán de superación, capacidad de perdón y una profunda fe en Dios. Por su parte el chico también influirá en la vida de los miembros de la familia Touhy, cada uno de los cuales atravesará experiencias muy significativas de amor y redención personal.

La cinta, del director John Lee Hancock, presenta de modo muy atractivo la evolución de Oher: de adolescente desarraigado y abatido por los golpes de la vida, a ser una estrella de fútbol en los Ravens de Baltimore.

Con todo, el punto fuerte de la película es, sin duda, la interpretación de Sandra Bullock, que ofrece aquí la mejor actuación de su carrera. Este trabajo le ha valido primero el reconocimiento unánime de la crítica; y después –hace un par de meses–, el Globo de Oro como mejor actriz dramática y, ahora también, el Óscar.

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The Blind Side: el lado ciego es no darse cuenta del valor de la familia

Esta cinta narra una conmovedora historia de una familia real y de nuestro tiempo, que se atreve a abrir las puertas de su hogar para admitir un nuevo miembro y con ello darle la plataforma de seguridad y afecto que lo lanzan a su realización.

Olivia Núñez de Orellana


Una familia generosa
Fecha de Estreno: 26-02-2010
Director: John Lee Hancock
Actores: Sandra Bullock, Tim McGraw, Quinton Aaron.
Productores: Gil Netter, Andrew A. Kosove y Broderick Johnson
Género: Drama
País / Año : Estados Unidos, 2009
Título Original: The Blind Side


Para los que no sabemos mucho, o sabemos casi nada de futbol americano, resulta interesante conocer que el mariscal de campo (quarter back) es el jugador más decisivo del equipo -y por lo tanto aquel en quien mayor inversión económica se hace-. Él es quien determina las jugadas y dirige la ofensiva. Pero en su desempeño existe un punto de enorme vulnerabilidad “el lado ciego”, que consiste en su imposibilidad para prever algún ataque que podría venir desde un ángulo que la vista no le alcanza a cubrir.

Para resguardar este espacio existe un jugador, el guardia izquierdo (left guard), que se convierte en el segundo en importancia. No sólo porque defiende al líder y con ello la eficacia de cada jugada, sino porque debe proteger al mariscal para evitar que lleguen a lastimarlo y con ello impedir que el equipo pierda “la cabeza”.

Esta es el contexto que se aborda en la película de reciente estreno (The blind side), El sueño posible, protagonizada por Sandra Bulllock.

Esta cinta narra una conmovedora historia de una familia real y de nuestro tiempo, que se atreve a abrir las puertas de su hogar para admitir un nuevo miembro y con ello darle la plataforma de seguridad y afecto que lo lanzan a su realización.

Descubriendo el valor de la familia

La historia refiere la vida de Michael J. Oher quien actualmente juega con el equipo de Baltimore, Ravens, y a la familia Tuohy, de la cual ahora Michael forma parte.

Michael Oher era un adolescente que carecía de una familia estable y un soporte de ningún tipo. Proveniente de un ambiente de vicios, delincuencia y conflictos de todo tipo, Michael decidió apartarse de ese mundo y se acercó a los parques y escuelas de la zona para pasar ahí los días, rodeado de un ambiente menos complicado. Sin embargo, cada día se las tiene que ingeniar para recoger la comida que sobra a los paseantes, dormir en el parque y sobrevivir.

Michael es un muchacho grande físicamente, pero de un corazón tierno, incapaz de meterse en problemas.

Un día que la familia Tuohy regresa a su casa, encuentran a Michael caminando sólo por las calles y, aunque parezca inverosímil en la actualidad, en un acto de bondad tienen el “atrevimiento” de invitarlo a quedarse en su casa solamente para evitar que pase la noche a la intemperie.

Es así como comienza no sólo la amistad entre Michael y Sean (el hijo menor de la familia Tuohy), sino que comienza para Michael la esperanza de emprender una carrera deportiva y lo más importante, encuentra una verdadera familia.

Esta película nos muestra el sentido más profundo de la familia, que consiste en el espacio de convivencia y amor desinteresado, a partir del cual la persona, cada uno de los miembros de la misma, se descubre a sí mismo para poder salir al encuentro de los demás.

La familia y los "actos de bondad"

La familia es además la escuela de los valores y principios que han de conducir el camino de la vida. Es el puerto seguro en donde se encuentra el incentivo para desarrollar los dones propios y cualidades que nos hacen a cada uno especiales y el entorno ideal de seguridad y amor incondicional, que impulsa también a superarse y mejora aquellas cosas que puedo mejorar.

Es la familia entonces el lugar en donde la persona, rodeada de cariño, aceptación y esperanza descubre sus talentos y con ello tiene la mejor oportunidad de vislumbrar su vocación.

Una película que de alguna manera reivindica esos “actos de bondad” que están tan olvidados, tras los que muchas veces nos escudamos con el pretexto de una situación difícil que nos expone a riesgos, pero que en el fondo nos ha permitido estar en una posición cómoda y mezquina de la incapacidad de “ver” a los demás.

El sueño posible nos invita a los educadores y padres de familia a recuperar el entusiasmo y a agudizar la sensibilidad y generosidad, de ayudar a los hijos o alumnos a descubrir aquello para lo que son más capaces e impulsarlos a realizarlo con alegría.

Después de todo… lo mejor que podemos dar a nuestros hijos es una familia que les permita conocerse a sí mismos y la posibilidad de descubrir la felicidad que sólo se encuentra en abrirse y dar lo mejor de lo que somos a los demás.

domingo, 4 de abril de 2010

Jim Caviezel, el Jesús de ‘La Pasión’ de Mel Gibson, adopta a dos niños con tumores



El actor, que se había enfrentado a dos abortos con su esposa, admite que “no pensaba que pudiese amar a un niño así” y exalta su papel como marido y padre por encima de su profesión.

Movido por la fe

“No tenemos ni idea de las bendiciones que nos vienen si le damos una oportunidad a la fe”, así se ha expresado el actor de Hollywood Jim Caviezel al ser interrogado en una reciente entrevista del canal estadounidense CBS 19 sobre la decisión de él y de su esposa Kerri de adoptar a dos niños con necesidades especiales.

El intérprete de La Pasión de Cristo de Mel Gibson vuelve a mostrar sus profundas convicciones católicas. Jim Caviezel y su esposa Kerri habían pasado dos veces por el drama del aborto y no lograban tener una familia propia. A Jim le “aterrorizaba” la idea de adoptar, y más aún a un niño con discapacidad, según ha admitido ante las cámaras, pero ahora afirma que “No pensaba que pudiese amar a un niño así”.

“Una amiga nuestra, Susan McEveety, nos mostró una imagen de un pequeño con un tumor cerebral, que podía verse dentro y fuera de la cabeza. Había algo en sus ojos... Y me quedé como escuchándole: “¿Me amarás?”. Yo dije: “Sí, te amaré””. Lo adoptaron en 2007. El pequeño Bo había sido abandonado en un tren, y había vivido hasta los cinco años en un orfanato chino, hasta que le hicieron el terrible diagnóstico.

Un amor “instantáneo y definitivo”

“El amor fue instantáneo y definitivo, a un nivel que nunca había experimentado”, afirma el actor de películas como Frequency que, entonces, propuso a su esposa adoptar de nuevo. Les ofrecieron una niña en perfecto estado de salud, pero pensaron que sería más fácil que la adoptaran otra familia, mientras que a LeLe, también con un tumor, tenía mayor necesidad de una familia.

Viendo más allá

“Sí, cuando les vi a ambos, mis ojos vieron sus deformidades, pero mi corazón no. Mi corazón vio que eran hermosos, y no sólo que eran hermosos, sino que me embellecían a mí, porque me hacían querer ser un hombre mejor”.

Cuando eres padre, según Caviezel “Tus prioridades son completamente distintas. Dejas de pensar en ti mismo para pensar sólo en ellos. El amor es una decisión... Cada mañana al despertar me arrodillo para dar gracias a Dios por tenerles conmigo”. Que añade: “Cuando muera, probablemente se me recuerde como un actor de Hollywood que interpretó muchos papeles, y ninguno habrá recibido tanta atención como el de Jesús en La Pasión de Cristo. Pero más allá de las películas y de mi carrera como actor hay algo más importante: mi papel como marido de mi mujer, Kerri, y como padre de mis dos hijos adoptivos, Bo y LeLe”.

sábado, 2 de enero de 2010

"¡Quiero esto y lo quiero ahora!": por qué se convierten en pequeños tiranos


Descubrimos cuáles son las tres fases para criar niños déspotas y los cinco límites para evitarlo.

Carlota Falcó Vich
ForumLibertas.com


* No hay que ceder a todos sus deseos, dicen los expertos

* Una de las claves para una buena educación es mantenerse fuertes ante los castigos

* Los niños tienen que aceptar el "no" como respuesta


Los niños y los jóvenes siempre han tenido conductas rebeldes propias de su edad. Pero últimamente, las noticias de sucesos han alcanzado un protagonismo alarmante. Muchos padres han pasado a ser las víctimas de las conductas agresivas de sus hijos.

En un artículo de la revista XarxaFarma, Laura García Agustín, psicóloga directora del Centro Psicológico Clavesalud de Madrid nos explica cuáles son las conductas más indicativas que llevan a un niño a convertirse en un tirano. Por otro lado, nos desvela cuáles podrían ser las soluciones para evitarlo.

Volviendo a los sucesos que ocurren hoy en día, los datos extraídos en las Jornadas sobre violencia interfamiliar nos indican que las denuncias impuestas por padres, supuestamente agredidos por sus hijos, se han multiplicado por tres en los últimos años en la Comunidad Valenciana y por ocho, en los últimos cuatro años en Cataluña y en el País Vasco.

Asimismo, los casos de bullying en las escuelas son cada vez más frecuentes y todo nos hace apuntar a que cabría preguntarse qué está pasando alguna cosa con nuestros jóvenes.

La voz de los expertos

La mayoría de expertos en el tema coinciden en la idea de que los factores desencadenantes de esta situación son: la educación hedonista, la falta de tiempo compartido con los padres, la influencia de los medios de comunicación y sobretodo, la falta de límites ante los intereses personales de los jóvenes.

“Es obvio que se ha pasado de una situación de respeto, casi de miedo, hacia el padre o la autoridad a una falta de límites en la cual los jóvenes quieren imponer su ley de exigencia”, explica Javier Urra en su libro El pequeño dictador. Cuando los padres son las víctimas.

La psicóloga Laura García divide en tres fases las conductas que indican el desarrollo de un niño que puede llegar a convertirse en un agresor.

1. La cultura de la inmediatez

La primera de ellas es: el niño caprichoso. Se convierte en amo de su casa en el sentido de que o se hace lo que él quiere, o su conducta cambia y la convivencia se convierte en algo muy difícil de llevar. La casa se convierte en un autentico campo de batalla.

Son niños caprichosos, con una autoestima exagerada y un ego colosal como resultado de una sobreprotección excesiva y perniciosa de sus padres. Lo que quieren, lo quieren al momento y no admiten un ‘no’ como respuesta. Han aprendido a chantajear para conseguir aquello que quieren, incluso a exigir y a amenazar. Son niños fruto de la cultura de la inmediatez que no han podido aprender el valor de las cosas.

2. Yo, soy el rey

La segunda fase la denominan síndrome del emperador. Según el profesor de la Universidad de Valencia, Vicente Garrido, esta fase se caracteriza por una violencia persistente y global y de carácter evolutivo.

El experto explica que esta conducta suele empezar con el abandono del esfuerzo para los estudios, sigue con amenazas a los padres y pasa a los abusos psicológicos. Alerta también que en algunos casos puede llegar a las agresiones físicas.

Este síndrome está caracterizado por factores como el poco miedo a ser castigados o la insensibilidad emocional, factor en que la educación ejerce un papel fundamental. “Cuanto más insensible sea el menor, menos efectiva será su educación”, dice Garrido.

Es muy importante hacer un esfuerzo para identificar a los jóvenes violentos y ayudar a los padres en su educación antes de que sea demasiado tarde, concluye el experto.

3. La dictadura agresiva

Con la tercera fase llega el grado máximo de ‘capricho tiránico’. La agresión a los padres es una situación que cada vez se ve más en los juzgados. La situación empieza con insultos, gritos, chantajes emocionales y amenazas y en el peor de los casos, llegan las agresiones físicas.

“Es un error”, explica Urra, justificar su conducta por su fuerte carácter o porque aguanta mucha presión en la escuela.

Los padres inmaduros, con miedo y fácilmente manipulables sienten vergüenza hacia los demás y no cuentan su situación. “Ven a su hijo como una pesadilla”, dice Javier Urra.

Las presiones pueden llegar en edades muy tempranas, a veces a los 8 u 9 años, pero es más adelante cuando el hijo puede convertirse en un dictador.

El estudio de la violencia de los jóvenes en la familia: una aproximación a los menores denunciados por su padres constata que el 14% de los casos denunciados por violencia doméstica están protagonizados por menores.

Para los especialistas en esta materia la mejor prevención para todas estas actitudes es la de establecer limitaciones con eficacia.

La prevención de una pesadilla tiene cinco soluciones

1. Coger las riendas: los padres han de educar y han de actuar como modelos competentes para sus hijos. Su trabajo es establecer los límites y las normas y hacer que se cumplan, enseñarles los valores adecuados, la disciplina y el valor del esfuerzo. Hay que acostumbrarles a la espera, no hay que acudir inmediatamente cuando ellos lo digan, así aprenderán también a poner sus propias soluciones ante los problemas.

2. Pautas y órdenes claras: para que una orden o instrucción sea eficaz tiene que seguir una serie de pautas. La orden hay que decirla una sola vez, especificando la conducta que se quiere de manera clara. Tiene que hacerse en el momento óptimo y tiene que ir acorde con la edad del niño, sin amenazas pero con mano dura. Es muy importante, comenta Javier Urra, establecer las consecuencias para una posible desobediencia.

3. Restituir el papel del ‘no’: en los últimos años, muchas teorías insisten sobre la cantidad inmensa de negaciones que puede tener una criatura desde pequeña, y cómo esto se refleja en inseguridad y desconfianza cuando es mayor. Pero también se pasa muchas veces de la negociación a la aprobación total. “Hay muchas situaciones en las que hace falta decir ‘no’ simplemente porque la necesidad de otro es más importante”, dice Betsy Hart, experta en educación infantil en su libro Sin miedo a educar.

4. Mantenerse fuerte delante de los enfados: según un estudio realizado en la Universidad de Pensilvana, Estados Unidos, los niños que presentan una tendencia más importante a los enfados temperamentales tienen más posibilidades de sufrir problemas emocionales cuando crecen. Los resultados reflejaban que estos niños presentan unos niveles más bajos de satisfacción vital, felicidad y autoestima en su vida adulta. Además, tienen menos comunicación con sus familiares, relaciones más pobres con sus padres y, en general, dificultad para intimar con los demás.

5. Mostrarse seguros: “la respuesta del niño es directamente proporcional a la seguridad más o menos grande con la que se muestran sus padres delante de él”, señala Javier Urra. Los niños tienen una especie de radar para identificar el estado emocional de los padres y según esto, actuaran con mayor o menor insistencia para conseguir lo que se plantean. Por eso es tan importante mostrarse seguros ante los hijos, porque así, verán que no tienen nada que hacer.

Los niños tiranos no nacen, se hacen. Por eso es tan importante plantearse cómo será su educación “antes de que el niño nazca”, concluye Javier Urra. Sólo así sabrán cómo actuar y afrontar los problemas ante las situaciones adversas que se les presenten.