
Hacia el Siglo XII el maestro Agbahar era reconocido por todos en Medina por su sabiduría. A él concurrían muchos en busca de consejo y aliento. Yuzzef hizo un largo viaje para llegar a la casa del Maestro y al llegar su turno le dijo:
• "Maestro Agbahar, siento que la vida me da menos de lo que merezco... Sé que debería estar mejor, ser más feliz, poseer más riquezas y sin embargo mi vida es mediocre y en el fondo poco placentera..."
• "Bien, bien..." -contestó el maestro- "Mira... en estos momentos tengo un problema yo, así que te pido tu ayuda para resolverlo y luego podremos seguir con lo tuyo".
Yuzzef se sintió sorprendido de que el maestro no tomase en cuenta su pregunta y le saliese con esta respuesta, pero no pudo menos que decir:
• "¿Qué necesita, maestro?"
• "Tengo que vender urgente este anillo por no menos de UNA moneda de oro... Te pido que tomes tu caballo, vayas al mercado y lo vendas...pero no aceptes MENOS DE UNA moneda de oro".
Dicho esto, tomó el anillo de su dedo y se lo entregó a Yuzzef quién -bastante molesto, para qué negarlo- subió a su caballo y se dirigió al mercado a cumplir el encargo. Una vez en el mercado Yuzzef ofreció a la gente que pasaba el anillo pidiendo el precio que el maestro le había indicado. No consiguió más que burlas de la gente...
• "Una moneda de oro por ese anillo!! Muchacho, tú sí que estás loco...te ofrezco tres de cobre y esta daga..."
La mejor oferta que recibió la obtuvo de una dama de buen aspecto quién envió su criado para que ofreciese una moneda de plata. Horas después y ya cuando el mercado empezaba a cerrar, Yuzzef agotado por el esfuerzo y totalmente decepcionado de tan ridículo encargo optó por regresar a la casa del Maestro.
En el viaje de regreso incluso pensó para sus adentros: "¿Será realmente Agbahar tan buen maestro y sabio como se dice?... O ¿sólo un viejo ñoño y ambicioso que pretende una moneda de oro por este pedazo de lata sin valor?". Al llegar dijo -con cierto tono de molestia en su voz-:
• "Agbahar...me desgañité en el mercado ofreciendo este anillo a todos los que pasaron, pero lo máximo que obtuve fue la oferta de UNA moneda de plata..."
• "¡Aha! " -dijo el maestro casi sin mirarlo a Yuzzef- "Entonces hazme otro favor. Ve a la casa de Joyero Real que está frente a la Mezquita y dile a él que te indique el valor del anillo. Pero NO SE LO VENDAS te ofrezca lo que te ofrezca. ¿Has entendido?
Allí partió Yuzzef a cumplir el nuevo encargo, decepcionado y con la sensación de que el viejo lo tomaba como un sirviente y, lo que era peor, no había prestado aún ninguna atención a su consulta. Al llegar al sitio indicado encontró al Joyero Real a punto de cerrar su negocio. Tras rogárselo insistentemente, consiguió que entrase nuevamente y analizase el anillo.
• "¿Cuánto cree que puede valer esto?" -preguntó Yuzzef convencido de antemano del escaso valor de la pretendida joya.
• "Bueno...la verdad es que...yo diría..." -titubeaba el Joyero Real mientras miraba el anillo desde todos sus ángulos-. "Digamos que podría llegar a valer unas setenta monedas de oro...pero bueno, dado tu apuro, yo podría pagarte YA alrededor de cincuenta...cincuenta y tres como máximo..."
La mandíbula de Yuzzef cayó dando a su rostro una estúpida imagen e impidiéndole articular palabra alguna. Esto fue tomado por el Joyero como una hábil estrategia de regateo, ya que sin darle tiempo a recuperarse le dijo:
• "Esta bien, está bien... Veo que eres un duro negociante, pero no tengo forma de conseguir más de sesenta y dos monedas de oro en este instante..."
Yuzzef sin poder articular palabra aún, logró recuperar el anillo de la mano del Joyero -que se resistía a soltar la joya- y regresó a la casa de Agbahar. Al ver su rostro sorprendido, Agbahar le dijo:
• "Hola, Yuzzef, ¿Qué te ha dicho el Joyero?"
• "Realmente no lo puedo creer... Valoró el anillo en 70 monedas de oro y llegó a ofrecerme 62 en aquel momento. Quiere que regrese y se lo venda".
• "No, Yuzzef" -contestó el viejo mientras volvía a colocarse el anillo en su dedo-. "Conozco el valor del anillo y se trata de una joya más valiosa aún de lo que el pillo del joyero te dijo. Este anillo perteneció a Mustafá II, el Supremo Sultán; aquí está su sello y cualquier joyero puede reconocerlo al instante".
• "Pero...no entiendo... ¿Por qué nadie en el mercado llegó a ofrecer más que unas pocas monedas de cobre por él?"
• "Porque, Yuzzef, para advertir el valor de ciertas cosas hay que ser un experto. La gente en el mercado a lo sumo podría advertir el brillo del oro o el tamaño de una piedra incrustada, pero ninguno de ellos reconocería el Sello Real en el anillo".
Tras invitar a Yuzzef con un gesto de su mano a sentarse, Agbahar prosiguió:
• "Lo mismo ocurre con tu vida... Estás esperando que la gente te reconozca o que el destino te favorezca, y no adviertes que el verdadero valor lo da el "sello real" que todos tenemos dentro... Regresa y saca provecho de tu vida, NO por lo que los demás opinen o te den, sino por el verdadero valor de tu "sello real".
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