miércoles, 18 de marzo de 2009

«ES QUE YA RALLAS» (II)


Javier Laínez

SER VIRGEN A LOS 20.

De Laura ya he contado en otra ocasión. Es la chica a la que su noviete dejaba volver sola a casa porque a él le dejaban sus padres una hora más de "movida". Hemos vuelto a encontrarnos cuando ella es una aplicada universitaria con dos carreras a cuestas. Sigue tan guapa, tan ilusionada y tan soñadora como siempre. Por desgracia, también ella ha notado el zarpazo de “la circunstancia” y piensa que su fe se ha ido a hacer gárgaras desde hace un par de años. ¡Vaya, como Iker! Lo que pasa es que Laura es de otra pasta. Tiene mucho dentro -tierra buena- y pelea como una leona para que su interior no se desmorone. Lloraba hasta provocar ternura porque a sus veinte años sigue conservando su pureza y su integridad virginal.

En los ambientes medio bohemios en los que se mueve -una de sus carreras es Arte Dramático- no deja de ser una provocación comportarse así. Se le saltan las lágrimas (¡Nunca tengo kleenex a mano!) porque empieza a no entender en qué narices se fundamenta su actitud. Intenté animarla, le hablé de la hermosura de la castidad, del amor verdadero con el que sueña y llegué a decirle aquello de ser “un lirio en medio del estercolero”. Esto último no pareció convencerla del todo. No le gusta singularizarse.

Pensaba en algo que he leído en el Catecismo[1]. El yo del que venimos hablando se identifica con lo que en la Biblia se llama corazón, y se describe como “la morada donde yo estoy, donde yo me adentro. Es nuestro centro escondido (...) es el lugar de la decisión, en lo más profundo de nuestras tendencias psíquicas. Es el lugar de la verdad”. Lo que Laura intuye -aunque no lo sepa- y lo que Iker ha decidido ignorar, es que el corazón es insondable. Nadie puede llegar a su fondo, ni nuestra razón ni la de otros. Salvo Dios. Por eso, dejar que “la circunstancia” malbarate ese tesoro no deja de ser una gran pérdida.

LA REVOLUCIÓN CULTURAL.

No creo que haya muchos estudiantes del bachiller actual que sepan lo que fue la Revolución Cultural de la China de Mao. Tampoco es que yo sepa mucho, pero me impresionó vivamente lo que cuenta Jung Chang en su libro “Cisnes salvajes”. Cuando ella era una adolescente, vulnerable e insegura, se vio empujada a formar parte de la Joven Guardia Roja. Se les entregó un lema: “Destruid primero; la reconstrucción llegará por sí misma”. ¡Qué luchas tremendas en su corazón cuando la obligaban a apalear a viejecillos -calificados de burgueses y contrarrevolucionarios- por el grave delito de tomar el té en los pocos locales públicos que iban quedando! ¡Qué desconcierto al hacer lo que le repugnaba! Un mundo de indignación hervía contra esa destrucción colectivizada de su yo. Pero Jung Chang peleó -como espero que sepa hacerlo Laura- y venció. Aquella patraña no se comió su corazón.

En una revista universitaria he tropezado con los versos de un poeta chileno, Pablo de Rocka. Estremecedores: “Soy la multitud y estoy solo”/ Cantaba en la adolescencia, / Solo, y definitivamente solo, / No adentro de la multitud, / Sino con la multitud adentro”. Hay en lo más íntimo de lo que yo soy un ansia de expandirse que nunca podrán comprar los mercaderes de lo efímero. Hay mundos enteros, multitudes, que quieren enriquecer al mundo y no diluirse en el triste anonimato de los que simplemente miran escaparates. Y ya que hablamos de poetas chilenos, he aquí otro -Ibáñez Langlois- con la solución al acertijo: “A los buscadores del infinito por cuenta propia / se les hace saber / que el objeto de sus nobles y erráticas exploraciones / ha sido ya encontrado en una cruz / el viernes de Nisán en las afueras de Jerusalén”. Laura, guapa, toma nota.

CHRIS O’DONNELL, ATTICUS FINCH Y JUAN PABLO II.

Recomendaría sin dudarlo a muchos universitarios que vieran la película Esencia de mujer. La trama principal es toda de Al Pacino, pero la secundaria es un dilema impresionante en el que el joven Charlie (Chris O’Donnell) pelea para no dejar que “la circunstancia” (chivarse de unos compañeros -imbéciles, por otra parte- a cambio de una beca) se meriende su yo (no soy un soplón ni cedo al chantaje). A quien le guste más lo clásico, puede deleitarse con los diálogos de Atticus Finch y su hija Scout en la maravillosa Matar a un ruiseñor. Una perla: Cuando la chica le pide a su padre que transija ante una injusticia para poder vivir en paz con los vecinos, su padre le espeta: “No deseo enemistarme con nadie, Scout, pero la primera persona con la que tengo que convivir es conmigo mismo”.

Y así podríamos seguir. Desde Sócrates hasta ayer mismo hemos encontrado en la historia quienes nos han enseñado que el valor de la persona y de su interioridad tiene algo de sagrado. Y es precisamente ese terreno sagrado en el que es posible encontrar a Cristo. Es Él quien de verdad conoce nuestro yo y puede hacer que cada uno lo descubra en la hondura de su propio corazón, redimido con la sangre de la cruz.

El verano de 2000 el mundo asistía estupefacto al espectáculo de un anciano Papa rodeado por dos millones de jóvenes en Tor Vergata (Roma). Él también tenía la solución al enigma y no parecía que a los oyentes les “rallase” su mensaje: “En realidad, es a Jesús a quien buscas cuando sueñas con la felicidad. Él te está esperando cuando no te satisface nada de lo que encuentras. Él es la belleza que tanto te atrae. Él es quien hace nacer en ti esa sed de radicalidad que te impide ser un conformista. Él es quien te está pidiendo que te quites esas máscaras que falsean tu vida. Él es quien sabe leer en tu corazón las decisiones más hondas, esas decisiones que otros querrían sofocar dentro de ti. Es Jesús quien suscita en ti ese deseo de hacer algo grande con tu vida; ese afán por seguir un ideal; ese rechazo a dejarte atrapar por la mediocridad; esa valentía que te lleva a comprometerte, con humildad y perseverancia, para mejorar: en primer lugar a ti mismo; y luego, a la sociedad, haciéndola más humana y fraterna. Querido joven del siglo que comienza: ¡decir sí a Cristo es decir sí a tus ideales más nobles!”. Pues eso.

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[1] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2563

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