jueves, 19 de marzo de 2009

'La decisión de Iñigo'



Hacía ya un tiempo que había notado un cambio importante en él. Su perenne sonrisa ya no era la misma: reflejaba una felicidad envidiable. Me preguntaba qué o quién podía habérsela contagiado. No solíamos guardarnos ningún secreto. Mi primo Iñigo y yo hemos sido inseparables desde pequeños.

Beatriz Jiménez Castellanos
16 años (Colegio La Vall, Barcelona)


le iba bastante bien

No obstante, por primera vez, no lograba imaginarme qué era aquello que llevaba entre manos. Pronto pensé que habría conocido a la mujer de sus sueños. Pues, a pesar de su éxito entre las chicas, nunca se había decantado por ninguna en concreto. Iñigo no es guapo, pero su tez morena, sus ojos color miel y su configuración atlética por jugar a hockey, le hacen muy atractivo. Además, sabe combinar su fuerte carácter con afabilidad. Todo el mundo se encuentra a gusto a su lado. Tiene la risa constantemente a flor de piel, lo que le hace soltar carcajadas por cualquier tontería.

De chico, repetía que quería ser pintor. Tiene gran facilidad para el dibujo. Sin embargo, a medida que crecía, se daba cuenta de que, a causa de su alta capacidad para las matemáticas, podía dar mucho más de sí en el ámbito de las ciencias. Por eso, el curso pasado, empezó a estudiar Arquitectura.

Su vida estaba completa: una carrera apasionante, una buena familia, centenares de amigos y un futuro prometedor. Eso creía yo, aunque más tarde me confesó que se sentía vacío, que notaba que le faltaba algo.

Temor al principio

Asistir a clases en la universidad por la mañana, entrenar a hockey, practicar con los del grupo de música que había formado un par de años antes, estar con los amigos, salir de fiesta, esquiar durante el invierno y trabajar en una librería por las tardes, con tal de ahorrar dinero para pagarse un verano en Estados Unidos, y de esta forma mejorar, aun más, su nivel de inglés, configuraba sus días.

Si bien, su corazón generoso le impulsó a dejar atrás los cálculos y a abrazar, con generosidad, algo completamente diferente. Tomó una decisión valiente y crucial, no sin cierto temor a equivocarse, miedo que se disipó en poco tiempo, cuando comprobó que lo que antaño le llenaba no podía siquiera compararse con la felicidad que ahora disfrutaba.

En una cena de cumpleaños, la recuerdo como si fuera ayer, se levantó para brindar. Entonces nos sorprendió a todos los presentes con una frase que me heló el corazón y me hizo sentir algo extraño y alegre a la vez.

— Si Dios no lo cambia –anunció con una sonrisa–, en unos años tendréis un amigo sacerdote.

No hay comentarios: