sábado, 31 de mayo de 2008

Sólo quiero rollo


Ya el amor está sobrevolado, visto y desestimado.


Por Javier Láinez.


Tardes de discoteca.

Me quedé pasmado cuando me lo contaba. Lina es una muchacha alta, guapa y ya muy mujer a sus catorce años. No hace tanto, todavía jugaba con muñecas. En pocas semanas, Lina aprendió todo lo que había que aprender para estar a la altura de la panda. Al principio son juegos amatorios de cuchicheos entre amigas, con ese lenguaje pobre y peculiar de los adolescentes: “Lina está por Marco” o “Lina, sé por Vanessa que Marco quiere pedirte salir, pero no se atreve”. Enseguida llegan los primeros desengaños, los plantones, los marujeos a la puerta de la discoteca y las lágrimas en cualquier portal, con el torpe consuelo de las compañeras. Ya el amor está sobrevolado, visto y desestimado. Más adelante, alguien le explicará detalladamente la técnica del beso. Y habrá prisa por probar. Pero, desgraciadamente, ya no tendrá ese aire tierno y romántico de la vieja canción de Claudio Baglioni: “Il primo baccio, per sapere come si fà” (el primer beso, para saber cómo se hace), sino que será la pura y dura búsqueda de la experiencia sensual. A la postre, el alma desencantada de una casi-niña casi-mujer catorceañera, será capaz de soltarle a un muchacho al que acaba de conocer y que la invita a bailar: “Yo sólo quiero rollo”.

El Enrolle.

En la jerga juvenil, enrollarse significa la tolerancia de una relación (rollo) basada simplemente en el besuqueo lascivo y desaforado, sin mayores pretensiones. Puede que mañana ni siquiera salude al muchacho. Tal vez en la misma puerta de la discoteca se burle de él con sus amigas. Ander, un chico de 17 años, me contaba entre bromas y veras, mientras paseábamos por la calle, que lo mejor es que la chavala esté un poco achispada durante el rollo. “Así, es probable que al día siguiente no se acuerde de tu cara, y te ahorras tener que invitarla a un café”. Adiós caballerosidad, bienvenido cinismo.

No se busca la comunión de las almas, el compromiso estable basado en los aspectos más espirituales de la personalidad. “Eso sólo causa tortura”, te dicen. El rollo es más llevadero. Te diviertes y al cabo de un rato, si te he visto no me acuerdo. El beso no deja secuelas. Tiene toda la electricidad de los actos eróticos, la dosis de aventura necesaria para que valga la pena atreverse y no compromete a nada. Todo el mundo acepta que enrollarse es un escalón anterior a “salir”. Salir, en el criptolenguaje quinceañero significa que me comprometo a no enrollarme con otra persona mientras dure lo nuestro. Salir tiene, como los yogures, fecha de caducidad incorporada. Por eso, se pueden tener varios rollos a lo largo del año, sin que nadie se sienta atado por la anticuada y terrible palabra noviazgo, que se reserva para la mayoría de edad.

Las niñas ya no quieren ser princesas.

Tal vez algún lector piense que exagero. ¿Hay estadísticas? ¿Es para todos los jóvenes el panorama igual de sombrío? ¿Es tan malo que se besen? Gracias a Dios, no todos se comportan así. Pero cualquiera que conozca el mundillo de los institutos y de los colegios de enseñanza media sabe que este fenómeno tiene dimensiones de epidemia. En este pequeño análisis no vamos a preguntarnos por la actividad sexual de los adolescentes (nos llevaría muy lejos), ni sobre la bondad o malicia de los besos. Más concretamente querríamos saber dónde ha ido a parar la educación afectiva de los muchachos y muchachas sin experiencia y sin resortes morales de ningún tipo. Es tremendo comprobar la general abdicación de los padres en este terreno. La escuela no suele dar otra visión que la biológica, cuando no la información perversa de todos los recursos de la fontanería genital. El resultado, aunque sea doloroso reconocerlo, es un desolador desamparo afectivo y moral de miles de adolescentes. Alguien les ha robado el deseo de soñar. Lo advertía aquella canción de Joaquín Sabina, popularizada por el malogrado Antonio Flores: “Las niñas ya no quieren ser princesas / y a los niños les da por perseguir / el mar dentro de un vaso de ginebra...”

Soñadores frustrados.

Lo curioso es que muchos reconocen el engaño. La frustración psicológica y sentimental a la que conducen estos comportamientos deja siempre un poso de amargura. Los más sensatos advierten el tobogán hacia el cinismo de su proceder. Pero, a la vez, se sienten incapaces de salir de la trampa. No es infrecuente encontrar chicas que sueñan con un príncipe azul. Las que no están atrapadas por la estética de grupos musicales como los Backstreet Boys , son incluso capaces de pensar en un muchacho honesto y trabajador que pueda llegar a ser el compañero de su vida. Pero aun en este caso, entretienen la espera enrollándose con el primero que se pone a tiro. Pero –les preguntas- ¿no es eso una contradicción? “Bueno –es la respuesta más frecuente- ese chico con el que sueño no existe. Hay que agarrarse a lo que hay”.

La adolescencia no es para ninguno de sus protagonistas una estación de tránsito, un transbordo para llegar a algún lado. Es, eso parece al menos, una provisionalidad definitiva. La publicidad y la moda han encontrado un buen filón en esta juventud estacionaria. “Just do it” (Simplemente hazlo). Por eso, cuando pasan los años y cabría suponer una cierta maduración intelectual y afectiva, uno se encuentra con el más asombroso vacío: casi ningún deseo de compartir la vida, un vago sentimentalismo sin profundidad, un montón de “experiencias” que han desarbolado la sensibilidad. Llegar con este equipaje a la edad del noviazgo, del matrimonio, de la familia, es como entrar en el circuito del Jarama con las ruedas pinchadas. Aquí sí que cantan las estadísticas: el 40% de los matrimonios de los últimos 15 años han fracasado.

El remedio son los padres.

Desde que los hijos son pequeños debe comenzar su educación afectiva. Buena parte del secreto consiste en adelantarse delicadamente a la natural curiosidad y a las propias experiencias. Pero hay que añadir un ingrediente más. La educación afectiva, sexual y moral de los hijos debe darse sin alarmismos, pero con la clara conciencia de que habrá de desenvolverse en un medio hostil. Una vida familiar sana e intensa requiere mucho sacrificio por parte de los padres, pero no se conoce otro remedio si no quiere uno que se los lleve la riada cuando cumplan determinada edad. San Josemaría Escrivá, que tantas iniciativas promovió para la gente joven, daba a los padres un certero consejo allá por los años 70, cuando de este problema no había asomado ni la punta del iceberg. Reunido con un buen número de matrimonios en Castelldaura (Barcelona) y ante la pregunta de una madre, les respondió: “Sin hacer las cachupinadas del siglo pasado, lo mismo que habéis puesto esos lugares de reunión para chiquitos jóvenes, de doce a catorce años (se refiere a los clubes juveniles), deberíais pensar en otras soluciones, para cuando los chicos comienzan ya a tontear. Es lógico. La mayor parte han de formar un hogar, porque Dios lo quiere así. Tenéis familias amigas, de buenas costumbres, que piensan como vosotros: ¿por qué no os reunís de cuando en cuando, dejando un poco tranquilos a los hijos, para que se conozcan y se vayan tratando? O poneos de acuerdo y sostened entre todos un lugar de recreo y de diversión para vuestros hijos, siempre que haya una madre que esté por allí con un ojo abierto, además del Ángel de la Guarda. Así nacerán noviazgos cristianos, como los quiere la Iglesia. Así casaréis a vuestras hijas con chicos estupendos. Así, las madres que tienen hijos por casar, los casarán con unas nueras maravillosas, que las llamarán madre y no suegra. Si no, os podréis encontrar con esas sorpresas tremendas, que a veces vienen, que os hacen padecer y de las que no tenéis ninguna culpa, porque ésta es la situación actual del mundo (...) Discurrid, pedid al Señor que os ilumine, y haced unas cuantas cosas. No definitivamente, sino como prueba, porque puede no salir bien a la primera, y tampoco a la segunda. Hay que insistir”.

Valía la pena esta cita aunque sea larga. Hay que insistir, sí señor. La perseverancia de los padres y el cuidado del entorno familiar son un seguro baluarte contra el nihilismo afectivo en el que ya estamos inmersos. Esta nadería sentimental que mantiene abotargado el corazón de tantos jóvenes puede provocar desaliento en muchos educadores. El asunto es más grave que la simple desorientación afectiva. El descuido de la educación de la inteligencia, el desarrollo de la publicidad de masas y de los medios de comunicación, las modas light y los hábitos de consumo del occidente opulento son el correlato de la ausencia de algo en el corazón. Pero no hay que desesperar.

Contrarrestar el vacío afectivo.

No podemos consentir que sea Hollywood quien eduque el corazón de los jóvenes. Ni la moda de Ragazza , ni las canciones de las Spice Girls , ni los anuncios de Calvin Klein . La presión de la publicidad existe y tiene una fuerza brutal. Nos hablan de sentimientos, de sensaciones, de sentimentalismo y de otros sensores de la personalidad, que no son otra cosa que eso: sentidos, esto es, puertas hacia el exterior. Lo que queda por construir es la autopista que lleva de los sentidos hasta el corazón. “En estos últimos años, muchos padres y casi todos los colegios parecen haber renunciado a educar la afectividad de los niños. Quizá suponen que lo sano es dejarla a la intemperie, para que se exprese indiscriminada y hemorrágicamente. O quizá han delegado en la tele tan ardua tarea. El caso es que el Planeta se está llenando de adolescentes crónicos, super precoces en lo sexual e inmaduros en el amor” (E. Monasterio).

Pero la cosa no es nueva. Hace poco publicaba Aceprensa un artículo comentando un libro sobre la adolescencia , en el que se puede encontrar la siguiente cita: “La juventud de hoy está corrompida hasta el corazón; es mala, atea y perezosa. Jamás será lo que la juventud ha de ser, ni será capaz de preservar nuestra cultura” . El diagnóstico no puede ser más deprimente y podría parecer que lo hubiera escrito hoy un nostálgico de mejores tiempos pasados. Pero no. La cita procede de una inscripción grabada en una tablilla babilónica hace más de tres mil años. Los pesimistas vienen de antiguo. No se trata, por tanto, de asustarse ni de esperar que el panorama se arregle solo. Hay que poner manos a la obra y gastar toneladas de tiempo en buscar soluciones prácticas. Porque no está en juego simplemente la felicidad de nuestros adolescentes: nos jugamos el modelo social en el que van a crecer y madurar.

Una tirita para el “corazón partío”.

Hasta hace poco estaba muy de moda una tonadilla de Alejandro Sanz que hablaba de su “Corazón partío”. Recientemente he podido comprobar cómo incluso chiquillos de Educación Infantil (3-4 años) conocían la letra de la canción de este super famoso madrileño y tarareaban con su lengua de trapo “¿Quién me va a entregar sus emociones?, ¿quién me va a pedir que nunca la abandone?, ¿quién me tapará esta noche si hace frío?, ¿quién me va a curar el corazón partío?” Bien está que aprendamos por la radio el valor de la ternura, pero todos sabemos que hay más, ¿no? Bueno, pues eso ¿quién nos lo va a enseñar? ¿quién se lo va a enseñar a los que pasan más horas oyendo la radio o viendo la tele que escuchando o contemplando a sus padres? ¿Qué letras, qué canciones que conozcan desde su más tierna infancia y les acompañen durante su juventud? Hace poco he recordado una vieja copla castellana que daba en el clavo: “Corazones partidos, yo no los quiero. Y si le doy el mío, lo doy entero” . En la palabra darse está buena parte de la clave. Aquí entra la familia, aquí debería entrar también la escuela. No se trata de canturrearles antiguallas, pero sí de completar en serio lo que ya saben.

Tampoco estaría mal que de cuando en cuando los padres se preocupen de saber (no es necesario fisgar , preguntando se va a Roma) qué leen, qué oyen y qué ven sus hijos. Los chicos reciben más ejemplo malo que bueno. Pero cuando los padres se empeñan en ir contracorriente y asumen la fatiga de ese largo viaje, la mayor parte de los chicos se lo agradecerá. Porque nadie les habrá arrebatado su capacidad de soñar a cambio de un plato de lentejas.

El Rosario


EL ROSARIO

Una carta de Sor Lucía a su sobrino.
La que fue una pastora en una aldea portuguesa de Fátima, Lucía,
después religiosa carmelita en un convento de Coímbra, escribe al
Director (sacerdote) del Centro «Mater Divinae gratiae» de Rasta
–Turín–, esta carta traducida del italiano.
Lo que me dice del rezo del Santo Rosario es una gran pena porque
la oración del Rosario es, después de la Sagrada Liturgia Eucarística,
la que más une a Dios.
Es la que más une a Dios por la riqueza de las oraciones de que se
compone, todas ellas venidas del cielo, dictadas por el Padre, por el
Hijo y el Espíritu Santo.
El Gloria, que rezamos en todos los misterios, fue dictado por el
Padre a los ángeles, cuando les envió a cantar junto a su Hijo recién
nacido. Es además un himno a la Stma. Trinidad.
El Padrenuestro nos fue dictado por el Hijo, y es una oración dirigida
al Padre.
El Avemaría está todo impregnado del sentido trinitario y eucarístico.
Las primeras palabras fueron dictadas por el Padre al Ángel, cuando
le envió a anunciar el misterio de la Encarnación del Verbo:
Dios te salve, María, llena de gracia; el Señor es contigo. Estás llena
de gracia porque reside en ti la fuente de la misma gracia.
Es por tu unión con la Santísima Trinidad por lo que tú estás llena de
gracia.
Movida por el Espíritu Santo, dijo santa Isabel: «Bendita tú eres entre
todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús».
La Iglesia también movida por el Espíritu Santo, añadió: Santa María,
Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la
hora de nuestra muerte.

Esta es también una oración dirigida a Dios a través de María.
Porque eres madre de Dios, ruega por nosotros. Es oración Trinitaria,
porque María fue el primer templo vivo de la Santísima Trinidad.
El Espíritu Santo descenderá sobre ti, el Padre te cubrirá con su
sombra, y el Hijo que de ti ha de nacer será llamado el Hijo del Altísimo.
María es el primer sagrario vivo; donde el Padre encerró su Verbo.
Su Corazón Inmaculado es la primera custodia que lo guardó.
Su regazo y sus brazos fueron el primer altar y el primer trono, en el
que el Hijo de Dios fue adorado.
Así le adoraron los ángeles, los pastores y los sabios de la tierra.
María es la primera que tomó en sus manos puras e inmaculadas al
Hijo de Dios, y lo condujo al templo para ofrecérselo al Padre como
víctima para la salvación del mundo.
Así, la oración del Rosario es, después de la Sagrada Liturgia
Eucarística, la que más acerca a los misterios de la fe, esperanza y
caridad.
Es el pan espiritual de las almas; el que no reza desfallece y muere.
En la oración nos encontramos con Dios, y es en ese encuentro en
el que nos comunica la fe, la esperanza y la caridad, virtudes sin las
cuales no nos salvaremos.
El Rosario es una oración de los pobres y de los ricos, de los sabios
y de los ignorantes.
Apartar a las almas de esta devoción es apartarlas del pan espiritual de
cada día.
Esa oración es la que sustenta esta pequeña llama de fe, que no se
ha apagado del todo en muchas conciencias.
Incluso para aquellas almas que rezan sin meditarlo, el simple hecho
de coger el rosario, les sirve para acordarse de Dios, de lo sobrenatural.
El simple recuerdo de los misterios en cada decena es un rayo de luz
más, que sustenta en las almas la mecha que todavía humea.
Por eso el demonio le tiene declarada la guerra.
Y lo peor es que ha conseguido desorientar y engañar almas llenas
de responsabilidad por el lugar que ocupan.

Son ciegos que guían a otros ciegos... y quieren apoyarse en el Concilio
y no ven que el Sagrado Concilio ordenó que se conserven todas las
devociones, que a través de los años, se han practicado en honor de la
Madre de Dios.
Y que la oración del Rosario es una de las principales a la que estamos
obligados, al hacer lo ordenado por el Sagrado Concilio y por el
Sumo Pontífice; esto es, debemos conservarlo.
Yo tengo una gran esperanza de que no esté lejos el día en el que la
oración del Santo Rosario sea declarada oración litúrgica, porque
toda ella participa de la Sagrada Liturgia Eucarística.
Recemos, trabajemos, sacrifiquémonos, y confiemos para que «Al fin,
Mi Inmaculado Corazón vencerá».

LAS QUINCE PROMESAS DE LA VIRGEN DEL ROSARIO

1ª Quien me sirviere rezando constantemente mi Rosario, recibirá cualquier
gracia que me pida.
2ª Prometo mi especialísima protección y grandes beneficios a los que
devotamente rezaren mi Rosario.
3ª El Rosario será un escudo fortísimo contra el infierno, destruirá los
vicios, librará de pecados y abatirá la herejía.
4ª El Rosario hará germinar las virtudes y que las almas consigan copiosamente
la misericordia divina; sustituirá en el corazón de los hombres
el amor de Dios al amor del mundo y los elevará a desear las
cosas celestiales y eternas. ¡Cuántas almas por este medio se santificarán!
5ª El alma que se me encomiende por el Rosario no perecerá.
6ª El que con devoción rezare mi Rosario, considerando sus sagrados
misterios, no se verá oprimido por la desgracia, ni morirá de muerte
desgraciada; se convertirá si es pecador, perseverará en la gracia si es
justo: y en todo caso será admitido a la vida eterna.
7ª Los verdaderos devotos de mi Rosario no morirán sin los auxilios de
la Iglesia.
8ª Quiero que todos los que rezan mi Rosario tengan en vida y en la
muerte la luz y la plenitud de la gracia y sean partícipes de los méritos
de los bienaventurados.
9ª Yo libro muy pronto del purgatorio a las almas devotas del Rosario.
10ª Los hijos verdaderos de mi Rosario gozarán en el cielo de una
gloria singular.
11ª Todo cuanto se pidiere por medio del Rosario se alcanzará prontamente.
12ª Socorreré en todas sus necesidades a los que propaguen mi Rosario.
13ª He impetrado de mi Hijo que todos los cofrades del Rosario tengan
en vida y en la muerte como hermanos a todos los bienaventurados de
la corte celestial.
14ª Los que rezan mi Rosario son todos hijos míos muy amados y hermanos
de mi unigénito Jesús.
15ª La devoción al santo Rosario es una señal manifiesta de predestinación
a la gloria. (Beato Alano)

viernes, 30 de mayo de 2008

Adorar a Dios y la Santa Misa



Se llama Rosa Porta. Ha trabajado como médico-lepróloga en el Hospital Leprosería de Surat de la India. Es religiosa. Ella me explicó que fueron al hospital, para hacer prácticas, unos estudiantes de medicina. Visitaron a una mujer que llevaba allí treinta años.

Los estudiantes de medicina le hacían preguntas y ella se reía. Uno de ellos me dijo: Pero no entiendo. ¿Cómo se puede reír en medio de la tragedia que vive? No se puede mover, no ve nada, está metida aquí tantos años, sentada en la cama y aún tiene humor para reírse.

Ella se echó a reír aún más, y dijo: Bueno, tú le llamas tragedia. Tú crees que sufro tanto porque tú tienes piernas, brazos, ojos... Y ¿qué? ¿Vosotros qué creéis que tenéis? ¿Os parece que es todo lo que tenéis? Pues yo tengo mis ojos interiores. He descubierto en estos años una luz interior. He conocido a Jesús. Y El es para mí la fuente de mi vida y felicidad. Por eso no me importa no tener pies, no tener manos...

La hermana médica acabó diciéndome. De esa mujer aprendí una gran lección. Esta enferma de lepra, que ha perdido las manos, los pies y los ojos, al decir: Dios es mi felicidad, Dios es la fuente de mi vida, valora a Dios muchísimo más que sus pies y sus manos y sus ojos.

Dios, al haber perdido esta enferma estos miembros por su enfermedad de lepra, le proporciona muchísima más felicidad que la que le podrían dar sus ojos, etc.

Valorar a Dios viene a ser algo así como adorarle. Adorar es reconocer con el pensamiento y la voluntad -con obras- que Dios está por encima de todo.

Leemos en el Evangelio: «El que me sigue no anda en tinieblas, sino que tiene la luz de la vida». Esta enferma de lepra, porque sigue a Jesús con la cruz, puede decir: «He descubierto, estos años, una luz interior - «que es la luz de la vida» - a pesar de no tener ojos».

Afirma también, después de reírse aún más al oír hablar de tragedia: «Vosotros creéis que porque tenéis ojos, manos y pies, lo tenéis todo»; «pues yo tengo unos ojos interiores con los que he conocido a Jesús, que es para mí la fuente de mi vida y felicidad».

La adoración es el primer fin de la Sta. Misa.

San Juan Mª Vianney dijo: «una sola Misa, glorifica más a Dios, que lo que le glorifican en el cielo, todos los ángeles, los santos y la Virgen santísima, por toda la eternidad».

Es que el valor de la Sta. Misa es infinito; aunque sus efectos se nos aplican en la medida de nuestras disposiciones.

«La Sta. Misa no es sólo un acto de culto al que los fieles asisten para estar» E. Saura.

Se lee en el Vaticano II -en relación con los fieles que participan en la Sta. Misa- que «el altar debe ser el punto de convergencia de toda nuestra vida».

«Si los que la oyen se limitaran a estar presentes, no sería su Misa aunque sería válido el sacrificio» E. Saura.

Sacrificar tiene dos significados. Uno es matar o hacer desaparecer (...) Jesucristo muere en el cuerpo. Con Jesucristo hemos de morir y matar nuestros defectos personales, nuestra sobrestimación, soberbia, egoísmo, pereza, intenciones
torcidas, haciéndolas desaparecer (...).

Según san Pablo: «si morimos con Cristo, viviremos con El». «Si sufrimos con Cristo -si compatimur- seremos glorificados -et conglorificemur-» (...). En la medida que morimos, en la medida que sacrificamos lo defectuoso de nuestros actos, seremos glorificados. Continúa diciendo san Pablo: «Yo completo en mi carne, lo que falta a la pasión de Jesucristo, en bien de la Iglesia». «El sacrificio de Jesucristo como cabeza está completo» E. Saura.

No obstante, san Pablo quiere indicar que al sacrificio de la cruz le faltan los sufrimientos de cada uno de nosotros para que seamos redimidos, para que se nos apliquen sus méritos infinitos.

Por esto, durante el día hemos de procurar unir con amor a la pasión del Señor nuestros actos bien hechos y sufrimientos, sacrificando lo malo, los defectos y los pecados.

Esto está simbolizado en la Sta. Misa, en el momento que el sacerdote une unas gotas de agua con el vino dentro del cáliz. Las gotas de agua representan nuestros actos y sufrimientos que padecemos durante el día.

Como las gotas de agua forman parte después de la consagración de la sangre de Jesucristo, así nuestros actos y sufrimientos de cada día unidos con amor a la pasión de Jesucristo adquieren el valor de redimirnos.

«Este es el segundo significado de sacrificar: Sacralizar: nuestros actos se vuelven sagrados y nos redimen, al unirlos a la pasión de Jesucristo» E. Saura. Completamos así lo que falta a la pasión de Jesucristo para cada uno y para otras personas, como dice san Pablo, para poder entrar en el cielo.

«Sería una pena que, pudiendo tener nuestros actos y sufrimientos un valor redentor para cada uno y para otras personas, quedasen relegados a una bondad natural, a ras de tierra». E. Saura.

La teología dice: «la intención -al hacer un acto- es lo que le da más valor, incluso por encima da la bondad del mismo acto». El unir con amor a la pasión de Jesucristo los actos y sufrimientos, completa lo que falta a la pasión de Jesucristo, para uno mismo y para otras almas. Nuestros actos y sufrimientos, ofrecidos, son pues, una manera de adorar a Dios, porque sometemos nuestra voluntad
a El, aunque nos cueste.

Esto es vivir con obras el primer fin de la Sta. Misa, que es adorar. A esto precisamente se refieren las palabras del Concilio Vaticano II: «El altar debe ser el punto de convergencia de toda nuestra vida». Es así como nuestros actos -¡tantos actos que hacemos durante el día!- y nuestros sufrimientos, adquieren valor infinito.

A Sta. Faustina Kowalski le dijo Jesucristo: Une tus sufrimientos a mi pasión, para que adquieran un valor infinito ante mi divina majestad ».

La enferma de lepra que no tenía manos, ni pies, ni ojos, se echó a reír aún más diciendo: Vosotros le llamáis a esto tragedia y creéis que lo tenéis todo. Pues yo tengo unos ojos interiores y no me importa no tener pies, ni manos, ni ojos.

Algunos textos sobre la Eucaristía



Presencia real
En el santísimo sacramento de la Eucaristía están "contenidos verdadera, real y sustancial mente el Cuerpo y la Sangre junto con el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, y, por consiguiente, Cristo entero", "Esta presencia se denomina real, no a título exclusivo, como si las otras presencias no fuesen reales, sino por excelencia, porque es sustancial, y por ella Cristo, Dios y hombre, se hace totalmente presente".

Catecismo, n. 1374


Misterio de la fe
Por la consagración del pan y del vino se opera el cambio de toda la sustancia del pan en la sustancia del Cuerpo de Cristo nuestro Señor y de toda la sustancia del vino en la sustancia de su Sangre; la Iglesia católica ha llamado justa y apropiadamente a este cambio transustanciación".

Catecismo, n. 1376


Cristo todo entero

La presencia eucarística de Cristo comienza en el momento de la consagración y dura todo el tiempo que subsistan las especies eucarísticas. Cristo está todo entero presente en cada una de las especies y todo entero en cada una de sus partes, de modo que la fracción del pan no divide a Cristo.

Catecismo, n. 1377


Sólo por la fe
"La presencia del verdadero Cuerpo de Cristo y de la verdadera Sangre de Cristo en ese sacramento, no se conoce por los sentidos, dice Santo Tomás, sino sólo por la fe, la cual se apoya en la autoridad de Dios. Por ello, comentando el texto de S. Lucas 22, 19: Esto es mi Cuerpo que será entregado por vosotros, S. Cirilo declara: no te preguntes si esto es verdad, sino acoge más bien con fe las palabras del Señor, porque él, que es la Verdad, no miente".

Catecismo, n. 1381



Jesús está presente en la Eucaristía

¡No olvidéis que Jesús ha querido permanecer presente personal y realmente en la Eucaristía, misterio inmenso, pero realidad segura, para concretar de modo auténtico este amor suyo individual y salvífico!

Juan Pablo II, Roma, 11-III-1979


¡Cristo vive!
Este mismo sacrificio redentor de Cristo se actualiza sacramentalmente en cada Misa que se celebra, quizá muy cerca de vuestros lugares de estudio y de trabajo. No es Jesús, por tanto, Alguien que ha dejado de actuar en nuestra historia. ¡No! ¡El vive! Y continúa buscándonos a cada uno para que nos unamos a Él cada día en la Eucaristía, también, si es posible, acercándonos -con el alma en gracia, limpia de todo pecado mortal- a la comunión.

Juan Pablo II, Buenos Aires, 11-IV-1987


EI momento de la despedida
¡Cuántas veces en nuestra vida hemos visto separarse a dos personas que se aman!

Y en la hora de la partida, un gesto, una fotografía, un objeto que pasa de una mano a otra para prolongar de algún modo la presencia en la ausencia. Y nada más. El amor humano sólo es capaz de estos símbolos.

En testimonio y como lección de amor, en el momento de la despedida, "viendo Jesús que llegaba su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin" (Jn. 13, 1).

Así, al despedirse, Nuestro Señor Jesucristo verdadero Dios y verdadero hombre, no deja a sus amigos un símbolo, sino la realidad de Sí mismo. Va junto al Padre, pero permanece entre nosotros los hombres. No deja un simple objeto para evocar su memoria. Bajo las especies del pan y del vino está Él, realmente presente, con su Cuerpo y su Sangre, su alma y su divinidad.

Juan Pablo II. Fortaleza (Brasil), 9-VII-1980


Adorar a Cristo en el Sagrario

Cristo se queda en medio de nosotros. No sólo durante la Misa, sino también des¬pués, bajo las especies reservadas en el Sagrario. Y el culto eucarístico se extiende a todo el día, sin que se limite a la celebración del Sacrificio. Es un Dios cercano, un Dios que nos espera, un Dios que ha querido permanecer con nosotros. Cuado se tiene fe en esa presencia real, ¡qué fácil resulta estar junto a Él, adorando al Amor de los amores!, ¡qué fácil es comprender las expresiones de amor con que a lo largo de los siglos los cristianos han rodeado la Eucaristía!

Juan Pablo II. Uma, 15-VI-1988


Examínese cada cual
Para responder a esta invitación, debemos preparamos para este momento tan grande y santo. San Pablo exhorta a un examen de conciencia: "quien coma el pan o beba el cáliz del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Examínese pues, cada cual, y coma entonces del pan y beba del cáliz. Pues quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come Y bebe su propio castigo". Quien tiene conciencia de estar en pecado grave debe recibir el sacramento de la Reconciliación antes de acercarse a comulgar.

Ante la grandeza de este sacramento, el fiel sólo puede repetir humildemente Y con fe ardiente las palabras del Centurión: "Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme"

Catecismo n. 1385


Jamás dejéis la misa dominical

Que vuestra fidelidad se manifieste especialmente en la participación litúrgica dominical Y festiva: jamás dejéis la Santa Misa y, si os es posible, no dejéis jamás el encuentro con Cristo en la' comunión eucarística.

Juan Pablo II. Velletri (Italia), 8-IX-1980

jueves, 29 de mayo de 2008

Quince minutos con Jesús sacramentado




• No es preciso, hijo mío, saber mucho para agradarme; basta que me ames mucho. Háblame sencillamente, como hablarías al más íntimo de tus amigos, como hablarías a tu madre, o a tu hermano.
• ¿Necesitas hacerme alguna súplica en favor de alguien? Dime su nombre, sea el de tus padres, el de tus hermanos y amigos; dime en seguida qué quisieras que hiciese yo realmente por ellos. Pide mucho, muchas cosas; no vaciles en pedir, me gustan los corazones generosos, que llegan a olvidarse de sí mismos para atender las necesidades ajenas. Háblame con llaneza, de los pobres a quienes quisieras consolar; de los enfermos a quienes ves padecer; de los extraviados que anhelas devolver al buen camino; de los amigos ausentes que quisieras ver otra vez a tu lado. Dime por todos al menos una palabra; pero palabra de amigo, palabra entrañable y fervorosa. Recuérdame que he prometido escuchar toda súplica que salga del corazón.
• ¿Necesitas alguna gracia? Haz, si quieres, una lista de lo que necesitas, y ven, léela en mi presencia. Dime con sinceridad que sientes orgullo, pereza y amor a la sensualidad, que eres tal vez egoísta, inconstante, negligente..., y pídeme luego que venga en ayuda de los esfuerzos, pocos o muchos, que haces para sacudir de encima de ti tales miserias.
• No te avergüences, ¡pobre alma! ¡Hay en el cielo tantos y tantos justos, tantos y tantos santos de primer orden que tuvieron tus mismos defectos! Pero rezaron con humildad, y poco a poco se vieron libres de sus miserias.
• Tampoco vaciles en pedirme bienes para el cuerpo y para el entendimiento: salud, memoria, éxito feliz en tus trabajos, negocios o estudios... Todo eso puedo darte, y lo doy y deseo me lo pidas en cuanto no se oponga, sino que favorezca y ayude a tu santificación. Hoy por hoy, ¿qué necesitas? ¿Qué puedo hacer por tu bien? ¡Si conocieses los deseos que tengo de favorecerte!
• ¿Te preocupa alguna cosa? Cuéntamelo todo detalladamente. ¿Qué te preocupa?, ¿qué piensas?, ¿qué deseas? ¿No querrías poder hacer algún bien a tus prójimos, a tus amigos a quienes amas tal vez mucho y que viven quizá olvidados de mí? ¿No te sientes con deseos de mi gloria?
• Dime: ¿qué cosa llama hoy particularmente tu atención? ¿qué anhelas más vivamente y con qué medios cuentas para conseguirlo? Dime qué es lo que te ha salido mal, y yo te diré las causas del fracaso. Hijo mío, soy dueño de los corazones, y dulcemente los llevo, sin perjuicio de su libertad, donde me place.
• ¿Estás triste o de mal humor? Cuéntame tus tristezas con todos sus pormenores. ¿Quién te ofendió?, ¿quién lastimó tu amor propio?, ¿quién te ha menospreciado? Acércate a mi corazón, que tiene el bálsamo eficaz para todas las heridas del tuyo. Cuéntame todo, y acabarás por decirme que, a semejanza de mi, todo lo perdonas, todo lo olvidas, y en pago recibirás mi consoladora bendición. ¿Tienes miedo de algo? ¿Sientes en tu alma tristeza? Échate en brazos de mi providencia. Contigo estoy, aquí, a tu lado me tienes; todo lo oigo, ni un momento te desamparo.
• ¿Sientes desprecio por las personas que antes te quisieron bien, y ahora, se alejan de ti, sin que les hayas dado el menor motivo? Ruega por ellas, y yo las volveré a tu lado si no han de ser obstáculo a tu santificación.
• ¿Tienes alguna alegría que comunicarme? ¿Por qué no me haces partícipe de ella por lo buen amigo tuyo que soy? Cuéntame lo que desde ayer, desde la última visita que me hiciste, te ha consolado y hecho como sonreír tu corazón. Quizás has tenido alguna sorpresa agradable; quizás se han disipado algunos recelos; quizás has recibido buenas noticias, una carta, una muestra de cariño; quizás has vencido una dificultad o salido de un apuro... Obra mía es todo esto, y yo te lo he proporcionado. ¿Por qué no has de manifestarme por ello tu gratitud, y decirme sencillamente como un hijo a su padre: gracias, padre mío, gracias? El agradecimiento trae consigo nuevos beneficios, porque al bienhechor le agrada verse correspondido.
• ¿Tienes alguna promesa que hacerme? Puedo leer en el fondo de tu corazón. A los hombres se les engaña fácilmente, -a Dios, no. Háblame, pues, con toda sinceridad. ¿Tienes un propósito firme de no ponerte más en aquella ocasión de pecado?, ¿de privarte de aquello que te dañó?, ¿de no leer más aquel libro que dio rienda suelta a tu imaginación?, ¿de no tratar más a aquella persona que turbó la paz de tu alma, haciéndote pecar? ¿Volverás a ser amable con aquella persona a quien miraste hasta hoy como enemiga?
• Hijo mío, vuelve a tus ocupaciones habituales, a tu trabajo, a tu familia, a tu estudio..., pero no olvides la grata conversación que hemos tenido aquí los dos, en la soledad de la capilla. Ama a mi Madre, que lo es tuya también, la Virgen Santísima... y vuelve otra vez a mí con el corazón más amoroso todavía, más entregado a mi servicio: en el mío encontrarás cada día nuevo amor, nuevos beneficios, nuevos consuelos.

Encontré a Dios durante el rodaje de "Apocalypse Now"



El actor hispano-irlandés Martin Sheen cuenta cómo ha vuelto a descubrir a Dios en un programa televisivo italiano.

—P: "Usted es conocido como un bravo actor, un buen católico pero también como un rebelde, un crítico de la vida política y civil. ¿Esta vocación por la protesta nace del ciudadano o del católico?"

—R: "No logro separar las dos cosas: espero ser la misma persona en misa, en una manifestación de protesta, ante una cámara o ante mi mujer, mis hijos, mi comunidad, en mi trabajo de voluntariado.

—P: "¿Recuerda los motivos de sus arrestos, o al menos de alguno?"

—R: "No siempre he practicado el catolicismo, de joven casi lo abandoné y viví muchos años sin fe. Volví a la fe en 1981 cuando vivía en París. Todo había iniciado cuatro años antes en Filipinas, mientras estaba rodando «Apocalypse Now». Me puse enfermo gravemente, estuve a punto de morir. Tuve una crisis de conciencia y al mismo tiempo de identidad. No tenía ninguna espiritualidad, no sabía cómo unir la voluntad del espíritu al trabajo de la carne ¿entiende? Estaba dividido. Tenía miedo de morir. Llamé a un sacerdote y recibí la extremaunción. Era el 5 de marzo de 1977. Estaba muriendo. Pero yo considero aquél día como el día de mi renacimiento. Me acerqué de nuevo a los sacramentos, volví a ir a Misa, pero iba con miedo: Dios me había golpeado y podía golpearme de nuevo si no me portaba bien. Y esto siguió durante varios meses hasta que un día me dije: «¿No hay amor, no hay alegría, no hay libertad en todo esto?».

—P: "Como la historia del hijo pródigo..."

—R: "¡Exacto! Entonces volví a beber y a llevar una vida loca. Pero algo había nacido. Había sido plantada una semilla y comenzó a crecer. Gradualmente empecé a preguntarme quién era, porqué estaba allí, dónde quería ir. Al final llegué a París, donde encontré a un viejo y muy querido amigo mío que se convirtió en un consejero espiritual muy importante, un guía. Era Terrence Malick, el director con el que había trabajado en «Badlans». Empezó a darme libros. Filosofía, espiritualidad, teología... Un día me dio «Los hermanos Karamazov». Me costó una semana acabarlo, no podía dejar de leer. Aquél libro fue derecho a mi corazón, a mi alma. Así volví al catolicismo en París, el 1 de mayo de 1981.

miércoles, 28 de mayo de 2008

Los dos cuerpos de Cristo



(ZENIT.org).- Publicamos el comentario del padre Raniero Cantalamessa, OFM Cap. --predicador de la Casa Pontificia-- a la liturgia de la Palabra del domingo, Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo.
* * *

Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo
Deuteronomio 8,2-3.14b-16a; 1 Corintios 10, 16-17; Juan 6, 51-59

Los dos cuerpos de Cristo

En la segunda lectura san Pablo nos presenta la Eucaristía como misterio de comunión: "El cáliz que bendecimos, ¿no es acaso comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo?". Comunión significa intercambio, compartir. La regla fundamental de compartir es ésta: lo que es mío es tuyo, y lo que es tuyo es mío. Probemos a aplicar esta regla a la comunión eucarística y nos daremos cuenta de la "enormidad" del tema.
¿"Qué tengo yo específicamente 'mío' "? La miseria, el pecado: esto es exclusivamente mío. ¿Y qué tiene "suyo" Jesús que no sea santidad, perfección de todas las virtudes? Entonces la comunión consiste en el hecho de que yo doy a Jesús mi pecado y mi pobreza, y Él me da su santidad. Se realiza el "maravilloso intercambio", como lo define la liturgia.
Conocemos diversos tipos de comunión. Una comunión bastante íntima es la que se produce entre nosotros y el alimento que comemos, pues éste se hace carne de nuestra carne y sangre de nuestra sangre. He oído a madres decir a su niño, estrechándole hacia su pecho y besándole: "¡Te quiero tanto que te comería!".
Es verdad que la comida no es una persona viva e inteligente con la que podemos intercambiar pensamientos y afectos, pero supongamos por un momento que lo fuera. ¿acaso no se tendría la perfecta comunión? Pues es lo que precisamente sucede en la comunión eucarística. Jesús, en el pasaje evangélico, dice: "Yo soy el pan vivo, bajado del cielo... Mi carne es verdadera comida... El que come mi carne tiene vida eterna". Aquí el alimento no es una simple cosa, sino una personas viva. Se tiene la más íntima, si bien la más misteriosa, de las comuniones.
Observemos qué sucede en la naturaleza, en el ámbito de la nutrición. Es el principio vital más fuerte el que asimila al menos fuerte. Es el vegetal el que asimila al mineral; es el animal el que asimila al vegetal. También en las relaciones entre el hombre y Cristo se verifica esta ley. Es Cristo quien nos asimila; nosotros nos transformamos en Él, no Él en nosotros. Un famoso materialista ateo dijo: "El hombre es lo que come". Sin saberlo dio una definición óptima de la Eucaristía, gracias a la cual el hombre se convierte verdaderamente en lo que come, esto es, ¡en el cuerpo de Cristo!
Leamos cómo prosigue el texto inicial de san Pablo: "Porque aun siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan". Está claro que en este segundo caso la palabra "cuerpo" no indica ya el cuerpo de Cristo nacido de María, sino que nos indica a "todos nosotros", indica aquel cuerpo de Cristo más amplio, que es la Iglesia. Esto significa que la comunión eucarística es siempre también comunión entre nosotros. Comiendo todos del único alimento, formamos un solo cuerpo.
¿Cuál es la consecuencia? Que no podemos tener verdadera comunión con Cristo si estamos divididos entre nosotros, nos odiamos, no estamos dispuestos a reconciliarnos. Si has ofendido a tu hermano, decía san Agustín, si has cometido una injusticia contra él, y después vas a recibir la comunión como si nada hubiera pasado, tal vez lleno de fervor ante Cristo, te pareces a quien ve llegar a un amigo al que no ve desde hace mucho tiempo. Corre a su encuentro, le echa los brazos al cuello y se pone de puntillas para besarle en la frente. Pero al hacer esto no se percata de que le está pisando los pies con su calzado embarrado. Los hermanos, en efecto, especialmente los más pobres y desvalidos, son los miembros de Cristo, son sus pies posados aún en la tierra. Al darnos la sagrada forma, el sacerdote dice: "El cuerpo de Cristo", y respondemos: "¡Amén!". Ahora sabemos a quién decimos "Amen", o sea, sí, te acojo: no sólo a Jesús, el Hijo de Dios, sino también al prójimo.
En la fiesta del "Corpus Domini" no puedo ocultar un pesar. Hay formas de enfermedad mental que impiden reconocer a las personas cercanas. Es cuando hay quien grita durante horas: "¿dónde está mi hijo? ¿dónde está mi esposa? ¿qué fue de ellos?", y tal vez el hijo o la esposa están ahí, le toman de la mano y le repiten: "Estoy aquí, ¿no me ves? ¡Estoy contigo!". Así le ocurre también a Dios. Los hombres, nuestros contemporáneos, buscan a Dios en el cosmos o en el átomo; discuten si hubo o no un creador en el inicio del mundo. Seguimos preguntando: "¿Dónde está Dios?", y no nos percatamos de que está con nosotros y se ha hecho comida y bebida para estar aún más íntimamente unido a nosotros. Juan el Bautista debería repetir tristemente: "En medio de vosotros hay uno a quien no conocéis". La solemnidad del "Corpus Domini" nació precisamente para ayudar a los cristianos a tomar conciencia de esta presencia de Cristo entre nosotros, para mantener despierto lo que Juan Pablo II llamaba "estupor eucarístico".

martes, 27 de mayo de 2008

Productividad no es igual a fecundidad


-¿Piensa que falta conciencia de la presencia de María en el mundo universitario e intelectual?
--Burggraf: María nos recuerda una verdad básica: "El amor siempre hace una carrera hacia abajo".
En una parábola famosa del Evangelio, un fariseo da gracias a Dios por ser mejor que los demás hombres, y Jesucristo desaprueba claramente esta actitud. Pero si, en el caso contrario, el fariseo hubiera pensado que era peor que los demás, tampoco hubiera sido humilde.
Una persona humilde no se compara con nadie. No mira ni a sí misma ni a los otros hombres, como el publicano en aquella parábola. Sólo busca a Dios, y se siente responsable ante Él, porque sabe que Dios le mira con cariño y confianza.
Un cristiano que trata de tener una presencia viva de María, no intenta compararse con los demás -ni comparar a los otros entre sí-. No es nunca un "rival", un "competidor". Contribuye a que el ambiente a su alrededor sea natural y amable, y se alegra del bien y de los logros de los demás.
Una persona unida a Dios y a María, obtiene una libertad mayor que la que tienen los pájaros del cielo. Está por encima de tantas pequeñeces que pueden frenar nuestros pasos.
No quiere dejarse cautivar ni por la comodidad de los bienes materiales, ni por el brillo de la fama o de una máscara, ni por los resultados de su propio trabajo.
Quiere ser generosa y compartir sus bienes con los demás: por supuesto el pan, pero también el vino, también el tiempo y las ideas, también los proyectos profesionales y todas las oportunidades que le brinda la vida.
Quizá pueda parecer, a veces, un poco ingenua y hacerse objeto de burlas o sonrisas compasivas. Puede incluso tener ciertas desventajas profesionales en un ambiente en el que cuentan sólo la imagen y el progreso, el subir en la escala social. Pero sabe que el éxito no es una categoría de Dios.
María nos enseña que todo lo aparentemente grande, poderoso y triunfal no es más que una mota de polvo, si no es purificado por el amor. Mirar hacia ella, la Madre, es importante en nuestra época de activismo.
Cristo, ciertamente, pide a sus discípulos que den frutos. Pero esta exhortación debe comprenderse en el contexto evangélico, y no según las claves de interpretación que se utilizan en las sociedades de rendimiento. La fecundidad es algo muy distinto que la productividad. Una persona puede producir mucho, obtener resultados y méritos incontables por su trabajo, y no ser verdaderamente fértil. Otra, en cambio, puede no rendir nada ante los ojos del mundo, y tener una gran fecundidad.
Cristo pide frutos que permanezcan. Podemos estar completamente seguros de que, lo que permanece para siempre, no será nuestro dinero, ni el aplauso, ni el éxito. Lo único que contará al final de nuestra vida, será el amor que hemos ofrecido y recibido. No tendremos nada más.

lunes, 26 de mayo de 2008

¡Esto es la verdad!



S.S. Juan Pablo II canonizó el 11 de octubre de 1998 a la que desde hace unos años era la Beata Edith Stein. Edith no nació católica, sino judía, en Breslau -entonces ciudad alemana, y hoy polaca con el nombre de Wroclaw-, en 1891. Era la menor de una familia numerosa, y perdió repentinamente a su padre apenas dos años después. Su madre se hizo cargo con fortaleza del negocio familiar de maderas y de la educación de sus hijos.

Su madre infundió un elevado código ético a sus hijos: Edith aprendió algunas virtudes que nunca perdería: sinceridad, espíritu de trabajo de sacrificio, lealtad... Pero, aunque se educó en un ambiente claramente judío, la fe era más bien superficial. A los diez años supo de la muerte de un tío muy querido, y acabó enterándose de la causa: suicidio, tras la quiebra de su negocio. Acudió al funeral. "El rabino inició la oración fúnebre. Yo ya había escuchado otras oraciones fúnebres. Eran un resumen de la vida del muerto, en que se realza todo lo bueno que había hecho durante la vida, removiendo el dolor de los familiares y sin que por ello se recibiese ningún consuelo. Por fin, con solemne y engolada voz, dijo el rabino: «si el cuerpo se convierte en polvo, el espíritu vuelve a Dios, que es quien se lo dio». Pero, detrás de todo esto, no había una fe en la pervivencia personal y en un volver a encontrarse tras la muerte.

Tuve una impresión totalmente distinta cuando al cabo de muchos años participé en un culto funerario católico, por primera vez. Se trataba del entierro de un sabio famoso. Pero nada se dijo en la oración fúnebre de sus méritos, ni del apellido que había llevado en el mundo. Solamente se encomendaba a la Misericordia de Dios su pobre alma mediante el nombre de pila. Ciertamente, ¡qué consoladoras y serenantes eran las palabras de la liturgia que acompañaban a los muertos a la eternidad!". Edith supo de bastantes más suicidios: sucedían cuando se derrumbaban las esperanzas terrenas de quienes hasta entonces parecían llenos de amor a la vida.

Las virtudes aprendidas en casa, junto a una profunda y despierta inteligencia, hicieron progresar a Edith en el mundo académico, a pesar de los prejuicios contra las mujeres y los judíos de aquella Alemania rígida. Destacó en el colegio, y fue a Göttingen a estudiar filosofía. Allí conoció a Husserl, y, junto con muchos otros, quedó deslumbrada por la nueva fenomenología. "Las Investigaciones lógicas (de Husserl) habían impresionado, sobre todo porque eran un abandono radical del idealismo crítico kantiano y del idealismo de cuño neokantiano. Se consideraba la obra como una «nueva escolástica». (...) Todos los jóvenes fenomenólogos eran unos decididos realistas". Edith, en filosofía, buscaba la verdad. Pero, a la vez, un intenso trabajo la absorbía, y no dejaba tiempo para la consideración de otras cosas; de hecho, no tenía fe.

Dios preparaba su cabeza, pero también otros aspectos que permitirían descubrirle; entre otros, el contacto con el dolor. En 1914 apareció de improviso la guerra. Muchos de los amigos de Edith fueron al frente. Ella no podía quedarse sin hacer nada, y se apuntó como enfermera voluntaria. La enviaron a un hospital austríaco. Atendió soldados con tifus, con heridas, y otras dolencias. El contacto con la muerte le impresionó. Tras ver morir a uno de los primeros, "cuando ordené las pocas cosas que tenía el muerto reparé en una notita que había en su agenda. Era una oración para pedir que se le conservase la vida. Esta oración se la había dado su esposa. Esto me partió el alma. Comprendí, justo en ese momento, lo que humanamente significaba aquella muerte. Pero yo no podía quedarme allí". Tras los trámites pertinentes, se volvió a refugiar en la incesante actividad. Edith recibió la Medalla al Valor por su trabajo en el hospital.

Tras dejar el hospital, siguió a Husserl a Friburgo, y trabajó como su asistente. Ordenó y recopiló los trabajos del maestro, pero, sin un futuro claro en ese puesto, decidió dejar a Husserl e intentar aspirar a una cátedra universitaria. No lo pudo conseguir por ser mujer, y se tuvo que conformar con la dirección de un colegio privado.

Algunas conversiones de amigos y algunas escenas de fe que pudo ver habían impresionado a Edith. Empezó a leer obras sobre el cristianismo, y el Nuevo Testamento. Un día tomó un libro al azar en casa de unos amigos conversos. Resultó ser la autobiografía -La Vida- de Santa Teresa de Jesús. Le absorbió por completo. Cuando lo acabó, sobrecogida, exclamó: "¡Esto es la verdad!". Inmediatamente, compró un catecismo y un misal. Al poco tiempo se presentó en la parroquia más cercana pidiendo que le bautizaran inmediatamente. Demostró conocer bien la fe, pero había que hacer algunos trámites, y se bautizó el día 1 de enero de 1922, con el nombre de Teresa Edwig.

Lo más duro que le esperaba a la recién conversa era decírselo a su familia. Edith era un orgullo para su madre. Por eso mismo se derrumbó y se echó a llorar cuando su hija se reclinó en su regazo y le dijo: "Madre, soy católica". Edith la consoló como pudo, e incluso le acompañaba a la sinagoga. Su madre no se repuso del golpe -lo consideraba una traición-, aunque no tuvo más remedio que admitir, viendo a su hija, que "todavía no he visto rezar a nadie como a Edith".

Todavía les resultó más costoso aceptar la decisión de Edith de hacerse carmelita descalza. Era una decisión meditada durante años, que se hizo realidad en 1934. Emite sus votos en abril de 1935, en Colonia. Se convirtió en Sor Benedicta de la Cruz.

Mientras todo esto sucede, el ambiente en Alemania se va haciendo progresivamente hostil contra los hebreos, desde la llegada al poder de Hitler en 1933. En 1939 sus hermanas del Carmelo de Colonia deciden que es prudente salga de Alemania, y se traslada al convento de Echt, en Holanda.

En la primavera de 1940 Holanda es ocupada por los nazis. A principios de 1942 se decide en las afueras de Berlín la "solución final": el exterminio programado de los judíos. Unos meses después, la Jerarquía católica holandesa escribe una carta al Comisario del Reich, Seyss-Inquart, protestando contra el trato vejatorio a los judíos; se oyen también protestas en los púlpitos, como la del Obispo de Utrecht. Las SS alemanas reaccionan con represalias, entre ellas la detención de los católicos de origen hebreo. En agosto de 1942 se presentan en el convento de Echt, en busca de Edith Stein y su hermana Rosa, refugiada allí. Al cabo de pocos días, salen de Holanda con destino desconocido. Pocos datos se conocen a partir de este momento, pero todos coinciden en testimoniar la serenidad y entrega ejemplar de Edith.

Más tarde se supo el destino final de Edith Stein: las cámaras de gas de Auschwitz. Allí entregó santamente su alma al Señor el 9 de agosto de 1942.


Las citas son de Estrellas amarillas, autobiografía de Edith Stein.

Dios existe, yo me lo encontré



André Frossard nació en Francia en 1915. Como su padre, Ludovic-Oscar Frossard, fue diputado y ministro durante la III República y primer secretario general del Partido Comunista Francés, Frossard fue educado en un ateísmo total. Encontró la le a los veinte años, de un modo sorprendente, en una capilla del Barrio Latino, en la que entró ateo y salió minutos más tarde "católico, apostólico y romano".

El ateísmo en André Frossard y su posterior y repentina conversión se entienden un poco más contemplando su propia familia, como nos lo cuenta él mismo: "Eramos ateos perfectos, de esos que ni se preguntan por su ateísmo. Los últimos militantes anticlericales que todavía predicaban contra la religión en las reuniones públicas nos parecían patéticos y un poco ridículos, exactamente igual que lo serían unos historiadores esforzándose por refutar la fábula de Caperucita roja. Su celo no hacia más que prolongar en vano un debate cerrado mucho tiempo atrás por la razón. Pues el ateísmo perfecto no era ya el que negaba la existencia de Dios, sino aquel que ni siquiera se planteaba el problema. (...)

Dios no existía. Su imagen o las que evocan su existencia no figuraban en parte alguna de nuestra casa. Nadie nos hablaba de Él. (...)No había Dios. El cielo estaba vacío; la tierra era una combinación de elementos químicos reunidos en formas caprichosas por el juego de las atracciones y de las repulsiones naturales. Pronto nos entregaría sus últimos secretos, entre los que no había en absoluto Dios.

¿Necesito decir que no estaba bautizado? Según el uso de los medios avanzados, mis padres habían decidido, de común acuerdo, que yo escogería mi religión a los veinte años, si contra toda espera razonable consideraba bueno tener una. Era una decisión sin cálculo que presentaba todas las apariencias de imparcialidad. ¿A los veinte años quiere creer? Que crea. De hecho, es una edad impaciente y tumultuosa en la que los que han sido educados en la fe acaban corrientemente por perderla antes de volverla a encontrar, treinta o cuarenta años más tarde, como una amiga de la infancia... Los que no la han recibido en la cuna tienen pocas oportunidades de encontrarla al entrar en el cuartel...

Mi padre era el secretario general del partido socialista. Yo dormía en la habitación que, durante el día, servía a mi padre de despacho, frente a un retrato de Karl Marx, bajo un retrato a pluma de Jules Guesde (socialista que colaboró en la redacción del programa colectivista revolucionario) y una fotografía de Jaurès.

Karl Marx me fascinaba. Era un león, una esfinge, una erupción solar. Karl Marx escapaba al tiempo. Había en él algo de indestructible que era, transformada en piedra, la certidumbre de que tenía razón. Ese bloque de dialéctica compacta velaba mi sueño de niño. (...)

El domingo era el día del Señor para los luteranos, que a veces iban al templo, y para los pietistas, que se reunían en pequeños grupos bajo la mirada falta de comprensión de otros. Para nosotros era el día del aseo general, en el agua corriente del arroyo truchero, después del cual mi abuelo mi friccionaba la cabeza con un cocimiento de manzanilla..."

En Navidad, las campanas de los pueblos cercanos, que no encontraban eco entre nosotros, extendían como un manto de ceremonia sobre la campiña muerta. Nosotros también nos poníamos nuestros trajes domingueros para ir a ninguna parte (...) Almorzábamos en la mejor habitación, sobre el blanco mantel de los días señalados.

Pero ni el moscatel de Alsacia, ni la cerveza, ni la frambuesa, volvían a la familia más habladora. La comida, más rica que de costumbre, y el abeto, completamente barbudo de guirnaldas plateadas, nada conmemoraban. Era una Navidad sin recuerdos religiosos, una Navidad amnésica que conmemoraba la fiesta de nadie.

Entre las izquierdas la política se consideraba como la más alta actividad del espíritu, el más hermoso de los oficios, después del de médico, sin embargo. A ella debían mis padres, por otra parte, el haberse encontrado. Mi madre de espíritu curioso, había escuchado a mi padre hablar del socialismo ante un auditorio obrero, con la fogosidad de sus veinticinco años, una inteligencia combativa, una voz admirable. Desde aquel día, ella le siguió de reunión en reunión, por amor al socialismo, hasta la alcaldía. Cuando me contaba esa historia, yo no comprendía gran cosa. Para mí, mis padres eran mis padres desde siempre y no imaginaba que hubiesen podido no serlo en un momento dado de su existencia. La honestidad, la natural decencia de su vida en común, me habían dado del matrimonio la idea de una cosa que no podía deshacerse y que, al no tener fin, no había tenido comienzo.

Mi madre vendía al pregón el periódico de la Federación Socialista, completamente redactado por mi padre, entonces maestro destituido por amaños revolucionarios y reducido a la miseria. Pero la política llenaba la vida de mi padre. (...)

Rechazábamos todo lo que venía del catolicismo, con una señalada excepción para la persona -humana- de Jesucristo, hacia quien los antiguos del partido mantenían (con bastante parquedad, a decir verdad) una especie de sentimiento de origen moral y de destino poético. No éramos de los suyos, pero él habría podido ser de los nuestros por su amor a los pobres, su severidad con respeto a los poderosos, y sobre todo por el hecho de que había sido la víctima de los sacerdotes, en todo caso de los situados más alto, el ajusticiado por el poder y por su aparato de represión".

Pero sin tener mérito alguno Frossard, porque Dios quiso y no por otra razón, fue el afortunado en recibir el regalo de la conversión. El no buscaba a Dios. Se lo encontró: "Sobrenaturalmente, sé la verdad sobre la más disputada de las causas y el más antiguo de los procesos: Dios existe. Yo me lo encontré.

Me lo encontré fortuitamente -diría que por casualidad si el azar cupiese en esta especie de aventura-, con el asombro de paseante que, al doblar una calle de París, viese, en vez de la plaza o de la encrucijada habituales, una mar que batiese los pies de los edificios y se extendiese ante él hasta el infinito.

Fue un momento de estupor que dura todavía. Nunca me he acostumbrado a la existencia de Dios.

Habiendo entrado, a las cinco y diez de la tarde, en una capilla del Barrio Latino en busca de un amigo, salí a las cinco y cuarto en compañía de una amistad que no era de la tierra.

Habiendo entrado allí escéptico y ateo de extrema izquierda, y aún más que escéptico y todavía más que ateo, indiferente y ocupado en cosas muy distintas a un Dios que ni siquiera tenía intención de negar -hasta tal punto me parecía pasado, desde hacía mucho tiempo, a la cuenta de pérdidas y ganancias de la inquietud y de la ignorancia humanas-, volví a salir, algunos minutos más tarde, "católico, apostólico, romano", llevado, alzado, recogido y arrollado por la ola de una alegría inagotable.

Al entrar tenía veinte años. Al salir, era un niño, listo para el bautismo, y que miraba entorno a sí, con los ojos desorbitados, ese cielo habitado, esa ciudad que no se sabía suspendida en los aires, esos seres a pleno sol que parecían caminar en la oscuridad, sin ver el inmenso desgarrón que acababa de hacerse en el toldo del mundo. Mis sentimientos, mis paisajes interiores, las construcciones intelectuales en las que me había repantingado, ya no existían; mis propias costumbres habían desaparecido y mis gustos estaban cambiados.

No me oculto lo que una conversión de esta clase, por su carácter improvisado, puede tener de chocante, e incluso de inadmisible, para los espíritus contemporáneos que prefieren los encaminamientos intelectuales a los flechazos místicos y que aprecian cada vez menos las intervenciones de lo divino en la vida cotidiana. Sin embargo, por deseoso que esté de alinearme con el espíritu de mi tiempo, no puedo sugerir los hitos de una elaboración lenta donde ha habido una brusca transformación; no puedo dar las razones psicológicas, inmediatas o lejanas, de esa mutación, porque esas razones no existen; me es imposible describir la senda que me ha conducido a la fe, porque me encontraba en cualquier otro camino y pensaba en cualquier otra cosa cuando caí en una especie de emboscada: no cuento cómo he llegado al catolicismo, sino como no iba a él y me lo encontré. (...)

Nada me preparaba a lo que me ha sucedido: también la caridad divina tiene sus actos gratuitos. Y si, a menudo, me resigno a hablar en primera persona, es porque está claro para mí, como quisiera que estuviese enseguida para vosotros, que no he desempeñado papel alguno en mi propia conversión. (...)

Ese acontecimiento iba a operar en mí una revolución tan extraordinaria, cambiando en un instante mi manera de ser, de ver, de sentir, transformando tan radicalmente mi carácter y haciéndome hablar un lenguaje tan insólito que mi familia se alarmó.

Se creyó oportuno, suponiéndome hechizado, hacerme examinar por un médico amigo, ateo y buen socialista. Después de conversar conmigo sosegadamente y de interrogarme indirectamente, pudo comunicar a mi padre sus conclusiones: era la "gracia", dijo, un efecto de la "gracia" y nada más. No había por qué inquietarse.

Hablaba de la gracia como de una enfermedad extraña, que presentaba tales y cuales síntomas fácilmente reconocibles. ¿Era una enfermedad grave? No. La fe no atacaba a la razón. ¿Había un remedio? No; la enfermedad evolucionaba por sí misma hacia la curación; esas crisis de misticismo, a la edad en que yo había sido atacado, duraban generalmente dos años y no dejaban ni lesión, ni huellas. No había más que tener paciencia.

Se me toleraría mi capricho religioso a condición de que fuese discreto, como lo serían conmigo. Se me rogó que me abstuviese de todo proselitismo en relación con mi hermana menor. Ella se convertiría a pesar de todo al catolicismo, y mi madre también, bastantes años después de ella".

Frossard escribió el libro de su conversión, Dios existe. Yo me lo encontré, que mereció el Gran Premio de la literatura Católica en Francia en 1969, y que se convertiría en un best-seller mundial.

En 1985 fue elegido miembro de la Academia y trabajó en la Comisión del Diccionario. Muere en París en 1995 a los 80 años de edad, tras haber sido uno de los intelectuales católicos franceses más influyentes de su país en el presente siglo.

La verdadera sabiduría


-En el mundo académico se invoca a María como sede de la sabiduría.

- Jutta Burggraf (teóloga): Según la gran Tradición de la Iglesia, la redención comienza en la cabeza. Empieza conociendo la verdad, que nunca es sólo teoría. San Agustín habla de una reciprocidad entre "ciencia" y "tristeza": el simple saber -dice- produce tristeza. Y, en efecto -sigue diciendo el Papa Benedicto XVI-, "quien sólo ve y percibe todo lo que sucede en el mundo, acaba por entristecerse. Pero la verdad significa algo más que el saber: el conocimiento de la verdad tiene como finalidad el conocimiento del bien... La verdad nos hace buenos, y la bondad es verdadera".
La sabiduría expresa una visión integral del hombre y del mundo. Hace referencia no sólo a la ciencia, sino también a madurez y belleza interiores. T. S. Eliot habla de "la sabiduría de la humildad". Todas estas dimensiones están realizadas con abundancia en María.
La belleza más profunda es, ciertamente, la belleza de la santidad. Una buena mujer que cuidaba a su madre día y noche en un hospital, dijo hace algún tiempo: "Cuando me encontré temprano por la mañana en la cafetería del hospital y miré a mi alrededor, vi a gente pálida, con ojeras que, evidentemente, habían estado pendientes de sus seres queridos durante la noche. Y pensé: ‘Esta es la verdadera belleza: la belleza de la entrega'".

domingo, 25 de mayo de 2008

Famoso, mujeriego y converso



El arzobispo de Burgos presenta el testimonio del actor Eduardo Verástegui

Eduardo Verástegui es un actor televisivo y cantante mexicano que provoca el entusiasmo de la gente joven. Nació hace 33 años en un pueblecito al norte de México. Comenzó a estudiar derecho en la Universidad, pero al cabo de un año lo abandonó para perseguir el sueño de ser actor y cantante. Marcha a Ciudad de México y allí se consolida como actor latino de moda, entra en el mundo de la telenovela y da el salto a la industria latina cinematográfica. Se traslada a Miami y graba su primer disco como solista.
Un día, mientras viaja a Los Ángeles para promocionar su disco, conoce en el avión a un directivo de la Fox, que le invita a un casting para un largometraje. Le dan el papel y se traslada a Hollywood. Allí tiene su primera experiencia radical: después de conseguir durante diez años todo lo que pensaba que le haría feliz, siente un profundo vacío. «Estaba triste e insatisfecho. Me faltaba algo. Por aquel entonces no sabía qué».
Mientras tanto, exprime el precio de la fama con sobredosis de sexo, droga y fiestas. Esto le lleva a perder la perspectiva de la realidad y a vivir en un profundo relativismo. Como suele ocurrir en esos ambientes, sus amistades, lejos de ayudarle, le meten cada vez más en el abismo de las fiestas y de la nada. «Me di cuenta que yo era como un galgo que perseguía una falsa liebre en las carreras. Cuando llegué a morderla, me quedé herido porque era de metal. Estaba persiguiendo una mentira».
Un día tiene un encuentro con Jarmine, la profesora de inglés que durante seis meses le ponen los de la Fox. Esta mujer católica le hace ir al fondo de su vida y despierta en él las preguntas últimas. El actor siempre se había sentido católico, pero su trato con Jarmine le descubre que su catolicismo es una etiqueta cultural, casi vacía de contenido y, desde luego, carente de convicciones. Verástegui recuerda el día que, terminadas las clases, se despidió, dejándole la herida abierta: «¿qué estás haciendo con tu vida?» Comenzó a llorar en un rincón de la casa y no cesó en varios días. «Temblaba por dentro», confiesa él.
Tenía necesidad de encontrar alguien que hablara español para compartir todo lo que sentía y el arrepentimiento por una vida tan alejada de Dios. Le pusieron en contacto con un sacerdote, que comenzó a ayudarle y a dejarle libros. Empieza a ir a misa diariamente. Otro sacerdote, el Padre Francisco, le propone una confesión general. Tras una larga preparación, Verástegui hace una confesión de tres horas. El actor la califica como su segunda conversión: «Comprendí que no había nacido para actor u otra cosa, sino para conocer, amar y servir a Jesucristo».
Con la audacia del converso, vende todos sus bienes y decide irse a Brasil como misionero. Pero el sacerdote le hace descubrir que Hollywood es el lugar donde Dios le espera para que anuncie la Buena Nueva. Verástegui, con Leo Severino, crea Metanoia Films para hacer películas al servicio de la esperanza y dignidad humanas. «Bella» es la primera cinta de esta compañía. De ella se ha hablado mucho durante estos meses en toda América. Incluso ganó el Festival de Toronto contra todo pronóstico. Verástegui ha creado también un estudio bíblico para actores y directores y un lugar en Hollywood para los que buscan algo más que la fama.
Desde hace cinco años, el mujeriego "latin lover" vive, feliz y radiante, la castidad, reza el rosario y va a misa todos los días. Es el referente contracultural en los corrillos de Hollywood. Se siente libre de verdad e inmensamente feliz.
+ Francisco Gil Hellín
Arzobispo de Burgos

¡Qué bien se está contigo!



¡Que bien se está contigo, Señor, junto al Sagrario! ¡Que bien se está contigo...! ¿Por qué no vendré más?
Desde hace muchos años vengo a verte a diario y aquí te encuentro siempre, amante solitario...solo, pobre, escondido, pensando en mí quizás...

Tú no me dices nada ni yo te digo nada, si ya lo sabes todo, ¿que te voy yo a decir? Sabes todas mis penas, todas mis alegrías, sabes que vengo a verte con las manos vacias y que no tengo nada que te pueda servir.

Siempre que vengo a verte siempre te encuentro solo, ¿Será que nadie sabe, Señor, que estás aquí? ¡No sé! pero sé en cambio, que aunque nadie te amara ni te lo agradeciera aquí estarías siempre esperándome a mí...

¿Por qué no vendré más...? ¡Que ciego estoy, que ciego! Si sé por experiencia que cuando a Tí me llego siempre vuelvo cambiado, siempre salgo mejor...¿A donde voy, Dios mio, cuando a mi Dios no vengo? Si Tú me esperas siempre, si a Tí siempre te tengo, si jamás me has cerrado las puertas de tu amor...

Por otros se recorren a pie largos caminos, acuden de muy lejos cansados peregrinos, o pagan grandes sumas que no han de recobrar. Por Tí nadie pregunta, de Tí nadie hace caso, aquí, si alguno entra sólo es como de paso... Aquí eres Tú quien paga si alguno quiere entrar..

¿Por qué no vendré más si sé que aquí a tu lado puedo encontrar, Dios mio, lo que tanto he buscado? Mi luz, mi fortaleza, mi paz, mi único bien... Si jamás he venido que no te haya encontrado. Si jamás he sufrido, si jamás he llorado, Señor, sin que conmigo llorases Tú también...

¿Por qué no vendré más, Jesucristo bendito? Si Tú lo estás deseando, si yo lo necesito...Si sé que no se nada cuando no vengo aquí. Si aquí me enseñarías la ciencia de los santos, esa ciencia bendita que aquí aprendieron tantos que fueron tus amigos y gozan ya de Tí...

¿Por qué no vendré más? Si sé que Tú eres el modelo que mi alma necesita, que nada se hace duro mirándote a Tí aquí. El Sagrario es la celda donde estás encerrado ¡Que pobre! ¡que obediente! ¡que manso! ¡que callado! ¡que solo! ¡que escondido! ¡Nadie se fija en Tí!

¿Por qué no vendré más, oh Bondad infinita? ¡Riqueza inestimable que nada necesita y que te has humillado a mendigar mi amor! ¡Abreme ya esa puerta, sea ya esa mi vida olvidada de todos, de todos escondida, ¡Que bien se está contigo! ¡Que bien se está, Señor!.

Participar activamente en la vida política y social del país



CIUDAD DEL VATICANO, 22 MAY 2008 (VIS).-Hoy se hizo público el mensaje del Santo Padre con ocasión de la 97 edición del gran encuentro eclesial "Deutscher Katholikentag", que se inauguró ayer en la ciudad alemana de Osnabrück y que concluye el próximo domingo.

Comentando el lema del encuentro, "Me sacó a espacio abierto" (Ps 18.20), en el que participan 50.000 personas, el Papa escribe que "muchas personas tienen miedo de que la fe pueda limitar su vida, que puedan sentirse obligadas a seguir los mandamientos y las enseñanzas de la Iglesia y no ser libres de moverse en el "espacio abierto" de la vida y del pensamiento actual".

"Solo cuando logremos dirigir nuestro corazón a Dios, nuestra vida encontrará aquel "espacio abierto" para el que hemos sido creados. Una vida sin Dios no es más libre y más "abierta". El ser humano está destinado al infinito".

Benedicto XVI subraya que "el corazón que se abre a Dios es generoso y entonces ya no es necesario buscar, con temor, la propia felicidad, el éxito, ni dar importancia a la opinión de los demás porque ahora es libre y generoso, está abierto a la llamada de Dios. Puede entregarse totalmente con confianza porque sabe -que allí donde vaya- está seguro en las manos de Dios".

"Confiamos -continúa- en que el encuentro con Dios, en su Palabra y en la celebración eucarística, ensanche nuestros corazones y nos transforme en manantiales de fe para nuestro prójimo".

El Santo Padre pide de modo particular a los fieles laicos que no permitan que "el futuro sea plasmado únicamente por los demás, y que participen con fantasía y capacidad de persuasión en los debates del presente. (...) Con el Evangelio como parámetro, participad activamente en la vida política y social de vuestro país. Como laicos católicos, osad actuar en la formación del futuro, en unión con los sacerdotes y los obispos".

Al final del mensaje, el Papa se dirige especialmente a los jóvenes presentes en el encuentro, a quienes manifiesta el deseo de ver a muchos de ellos en la Jornada Mundial de la Juventud de Sidney, en julio próximo.

María ayuda a perdonar "siempre y sin condiciones"



PAMPLONA viernes, 23 mayo 2008 (ZENIT.org).- María es modelo de perdón porque "nos enseña a perdonar de todo corazón, incondicionalmente, como una madre, no como una educadora", explica la teóloga Jutta Burggraf.

Laica y alemana de origen, profesora de teología en la Universidad de Navarra, Burggraf en esta entrevista concedida a Zenit, al acercarse a su conclusión el mes de la Virgen María, presenta las lecciones de candente actualidad que deja la Madre de Dios.

-¿Cuál es la actitud de Santa María que le parece más importante imitar en nuestros días?

-Burggraf: Perdonar siempre y sin condiciones. Hay muchas personas heridas en nuestras sociedades, personas que no pueden vivir en paz con sus recuerdos. Así, se crea una especie de malestar y de insatisfacción generales. Perdonar no es fácil, pero es posible con la ayuda de Dios. Es un acto de fortaleza espiritual, un acto liberador, tanto para el otro como para mí. Significa optar por la vida y actuar con creatividad.
Nuestra Madre nos ha dado un ejemplo espléndido bajo la Cruz. Cuando oyó las palabras de Cristo: "Padre, perdónales porque no saben lo que hacen," comprendió lo que Dios esperaba también de ella, e hizo lo mismo que su Hijo: perdonó.
A este respecto, recuerdo lo que cuenta una amiga sobre su infancia. Solía tener ataques de rabia: cuando algo iba contra su voluntad, se ponía, con cara roja, a gritar y a golpear con manos y pies. Después de algún tiempo, se daba cuenta del comportamiento poco correcto. Corría llorando a su madre y le pedía perdón. La madre la sentaba en su regaza y, abrazándola, la consolaba con las palabras: "Ya está bien. Tú no eres así. En realidad, eres mucho mejor". De este modo, desde pequeña, ella experimentaba la "fiesta del perdón" y volvía feliz a jugar con sus amigos. Después de cada perdón, la vida empezaba de nuevo para ella... Pero la madre murió, y una educadora cristiana la sustituyó. Pasado algún tiempo, se repitió la escena conocida. La niña se puso furiosa, gritó y golpeó. Después de su ataque de rabia, corrió, como de costumbre, hacia la educadora y pidió perdón. Pero esta vez todo fue distinto: la educadora no le abrazó, ni le besó, ni le consoló. Aceptó el perdón con una cara seria y con varias amonestaciones. "Entonces comprendí que ya no tenía madre", comenta mi amiga.
La Virgen nos enseña a perdonar de todo corazón, incondicionalmente, como una madre, no como una educadora.

sábado, 24 de mayo de 2008

La Eucaristía nos une más allá de cualquier diferencia



CIUDAD DEL VATICANO, 22 MAY 2008 (VIS).-Hoy, solemnidad del Corpus Christi, Benedicto XVI celebró la Santa Misa a las 19,00 en la explanada de la basílica de San Juan de Letrán y posteriormente presidió la procesión eucarística hasta la basílica de Santa María la Mayor.

En la homilía, el Papa habló del significado de esa solemnidad a través de los tres gestos fundamentales de la celebración.. El primero es la reunión "alrededor del altar del Señor para estar juntos en su presencia; en segundo lugar, la procesión, "caminar con el Señor", y por último, "arrodillarse ante el Señor, la adoración".

Para explicar el primer gesto, el Santo Padre citó la epístola de San Pablo a los Gálatas, donde está escrito: "Ya no hay ni judío, ni griego, ni esclavo ni libre, ni hombre ni mujer, porque todos sois uno en Cristo Jesús". "En estas palabras -dijo el Papa- se siente la verdad y la fuerza de la revolución cristiana, la revolución más profunda de la historia humana, que se experimenta en torno a la Eucaristía: aquí se reúnen en presencia del Señor personas diversas, por edad, sexo, condición social, ideas políticas. La Eucaristía no puede ser nunca un hecho privado. (...) La Eucaristía es un culto público, no tiene nada de esotérico o exclusivo. (...) Estamos unidos más allá de nuestras diferencias, (...) nos abrimos unos a otros para convertirnos en una cosa sola a través de Èl".

Tocando el segundo aspecto, "caminar con el Señor", Benedicto XVI afirmó que "con el don de sí mismo en la Eucaristía, el Señor Jesús (...) hace que nos levantemos (...) y nos pone en camino con la fuerza de este Pan de vida. (...) La procesión del Corpus Christi nos enseña que la Eucaristía quiere liberarnos de todo desaliento y desánimo (...) para que podamos reanudar el camino con la fuerza que Dios nos da mediante Jesucristo".

"Sin el Dios con nosotros, el Dios cercano cómo podemos sostener la peregrinación de la existencia, sea como personas que como sociedad y familia de los pueblos? La Eucaristía es el sacramento de Dios que no nos deja solos en el camino sino que se coloca a nuestro lado y nos indica la dirección. Efectivamente no basta ir adelante, sino ver hacia donde se va. No basta el progreso si no hay criterios de referencia".

Por último, el tercer elemento del Corpus Christi, "arrodillarse en adoración frente al Señor" es "el remedio más válido y radical contra las idolatrías de ayer y hoy, (...) es profesión de libertad: el que se inclina ante Jesús no puede ni debe postrarse ante algún poder terrenal, por fuerte que sea".

Los cristianos, concluyó el Santo Padre, "nos inclinamos ante un Dios que fue el primero en inclinarse hacia el ser humano (...) para socorrerlo y darle vida, que se arrodilló ante nosotros para lavarnos los pies sucios. Adorar el Cuerpo de Cristo significa creer que en ese trozo de pan, está realmente Cristo, que da sentido a nuestra vida, al universo inmenso y a la criatura más pequeña, a toda la historia humana y a la existencia más breve".

Terminada la misa, el Papa presidió la procesión eucarística que recorrió la Via Merulana hasta la basílica de Santa María la Mayor. Durante el camino, miles de fieles rezaron y cantaron acompañando al Santísimo Sacramento. Un vehículo descubierto transportó el Santísimo en una custodia, frente a la cual iba el Papa.

(Incluyo la homilía completa)


Homilía de Benedicto XVI en el Corpus Christi


En la misa celebrada ante la Basílica de San Juan de Letrán

Queridos hermanos y hermanas:

Tras el tiempo fuerte del año litúrgico, que centrándose en la Pascua se extiende durante tres meses --primero los cuarenta días de la Cuaresma, después los cincuenta días del Tiempo Pascual--, la liturgia nos permite celebrar tres fiestas que tienen un carácter "sintético": la Santísima Trinidad, el Corpus Christi, y por último el Sagrado Corazón de Jesús.

¿Cuál es el significado de la solemnidad de hoy, del Cuerpo y la Sangre de Cristo? Nos los explica la misma celebración que estamos realizando, con el desarrollo de sus gestos fundamentales: ante todo, nos hemos reunido alrededor del Señor para estar juntos en su presencia; en segundo lugar, tendrá lugar la procesión, es decir, caminar con el Señor; por último, vendrá el arrodillarse ante el Señor, la adoración que comienza ya en la misa y acompaña toda la procesión, pero que culmina en el momento final de la bendición eucarística, cuando todos nos postraremos ante Aquél que se ha agachado hasta nosotros y ha dado la vida por nosotros.

Analicemos brevemente estas tres actitudes para que sean realmente expresión de nuestra fe y de nuestra vida.

Reunirse en la presencia del Señor

El primer acto es el de reunirse en la presencia del Señor. Es lo que antiguamente se llamaba "statio". Imaginemos por un momento que en toda Roma sólo existiera este altar, y que se invitara a todos los cristianos de la ciudad a reunirse aquí, para celebrar al Salvador, muerto y resucitado. Esto nos permite hacernos una idea de cuáles fueron los orígenes de la celebración eucarística, en Roma y en otras muchas ciudades, a las que llegaba el mensaje evangélico: en cada Iglesia particular había un solo obispo y, a su alrededor, alrededor de la Eucaristía celebrada por él, se constituía la comunidad, única, pues uno era el Cáliz bendecido y uno era el Pan partido, como hemos escuchado en las palabras del apóstol Pablo en la segunda lectura (Cf. 1 Corintios 10,16-17).

Pasa por la mente otra famosa expresión de Pablo: "ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús" (Gálatas 3, 28). "¡Todos vosotros sois uno!". En estas palabras se percibe la verdad y la fuerza de la revolución cristiana, la revolución más profunda de la historia humana, que se experimenta precisamente alrededor de la Eucaristía: aquí se reúnen en la presencia del Señor personas de diferentes edades, sexo, condición social, ideas políticas. La Eucaristía no puede ser nunca un hecho privado, reservado a personas escogidas según afinidades o amistad. La Eucaristía es un culto público, que no tiene nada de esotérico, de exclusivo. En esta tarde, no hemos decidido con quién queríamos reunirnos, hemos venido y nos encontramos unos junto a otros, reunidos por la fe y llamados a convertirnos en un único cuerpo, compartiendo el único Pan que es Cristo. Estamos unidos más allá de nuestras diferencias de nacionalidad, de profesión, de clase social, de ideas políticas: nos abrimos los unos a los otros para convertirnos en una sola cosa a partir de Él. Esta ha sido desde los inicios la característica del cristianismo, realizada visiblemente alrededor de la Eucaristía, y es necesario velar siempre para que las tentaciones del particularismo, aunque sea de buena fe, no vayan en el sentido opuesto. Por tanto, el Corpus Christi nos recuerda ante todo esto: ser cristianos quiere decir reunirse desde todas las partes para estar en la presencia del único Señor y ser uno en Él y con Él.

Caminar con el Señor

El segundo aspecto constitutivo es caminar con el Señor. Es la realidad manifestada por la procesión, que viviremos juntos tras la santa misa, como una prolongación natural de la misma, avanzando tras Aquél que es el Camino. Con el don de sí mismo en la Eucaristía, el Señor Jesús nos libera de nuestras "parálisis", nos vuelve a levantar y nos hace "pro-ceder", nos hace dar un paso adelante, y luego otro, y de este modo nos pone en camino, con la fuerza de este Pan de la vida. Como le sucedió al profeta Elías, que se había refugiado en el desierto por miedo de sus enemigos, y había decidido dejarse morir (Cf. 1 Reyes 19,1-4). Pero Dios le despertó y le puso a su lado una torta recién cocida: "Levántate y come -le dijo--, porque el camino es demasiado largo para ti" (1 Reyes 19, 5.7). La procesión del Corpus Christi nos enseña que la Eucaristía nos quiere liberar de todo abatimiento y desconsuelo, quiere volver a levantarnos para que podamos retomar el camino con la fuerza que Dios nos da a través de Jesucristo. Es la experiencia del pueblo de Israel en el éxodo de Egipto, la larga peregrinación a través del desierto, de la que nos ha hablado la primera lectura. Una experiencia que para Israel es constitutiva, pero que para toda la humanidad resulta ejemplar. De hecho, la expresión "no sólo de pan vive el hombre, sino que el hombre vive de todo lo que sale de la boca del Señor" (Deuteronomio 8,3) es una afirmación universal, que se refiere a cada hombre en cuanto hombre. Cada uno puede encontrar su propio camino, si encuentra a Aquél que es Palabra y Pan de vida y se deja guiar por su amigable presencia. Sin el Dios-con-nosotros, el Dios cercano, ¿cómo podemos afrontar la peregrinación de la existencia, ya sea individualmente ya sea como sociedad y familia de los pueblos?

La Eucaristía es el sacramento del Dios que no nos deja solos en el camino, sino que se pone a nuestro lado y nos indica la dirección. De hecho, ¡no es suficiente avanzar, es necesario ver hacia dónde se va! No basta el "progreso", sino no hay criterios de referencia. Es más, se sale del camino, se corre el riesgo de caer en un precipicio, o de alejarse de la meta. Dios nos ha creado libres, pero no nos ha dejado solos: se ha hecho él mismo "camino" y ha venido a caminar junto a nosotros para que nuestra libertad tenga el criterio para discernir el camino justo y recorrerlo.

Arrodillarse en adoración ante el Señor

Al llegar a este momento no es posible de dejar de pensar en el inicio del "decálogo", los diez mandamientos, en donde está escrito: "Yo, el Señor, soy tu Dios, que te he sacado del país de Egipto, de la casa de servidumbre. No habrá para ti otros dioses delante de mí" (Éxodo 20, 2-3). Encontramos aquí el tercer elemento constitutivo del Corpus Christi: arrodillarse en adoración ante el Señor. Adorar al Dios de Jesucristo, que se hizo pan partido por amor, es el remedio más válido y radical contra las idolatrías de ayer y hoy. Arrodillarse ante la Eucaristía es una profesión de libertad: quien se inclina ante Jesús no puede y no debe postrarse ante ningún poder terreno, por más fuerte que sea. Nosotros, los cristianos, sólo nos arrodillamos ante el santísimo Sacramento, porque en él sabemos y creemos que está presente el único Dios verdadero, que ha creado el mundo y lo ha amado hasta el punto de entregar a su unigénito Hijo (Cf. Juan 3, 16).

Nos postramos ante un Dios que se ha abajado en primer lugar hacia el hombre, como el Buen Samaritano, para socorrerle y volverle a dar la vida, y se ha arrodillado ante nosotros para lavar nuestros pies sucios. Adorar el Cuerpo de Cristo quiere decir creer que allí, en ese pedazo de pan, se encuentra realmente Cristo, quien da verdaderamente sentido a la vida, al inmenso universo y a la más pequeña criatura, a toda la historia humana y a la más breve existencia. La adoración es oración que prolonga la celebración y la comunión eucarística, en la que el alma sigue alimentándose: se alimenta de amor, de verdad, de paz; se alimenta de esperanza, pues Aquél ante el que nos postramos no nos juzga, no nos aplasta, sino que nos libera y nos transforma.

Por este motivo, reunirnos, caminar, adorar, nos llena de alegría. Al hacer nuestra la actitud de adoración de María, a quien recordamos particularmente en este mes de mayo, rezamos por nosotros y por todos; rezamos por cada persona que vive en esta ciudad para que pueda conocerte e ti, Padre, y a Aquél que tú has enviado, Jesucristo. Y de este modo tener la vida en abundancia. Amén.

miércoles, 21 de mayo de 2008

El heredero



Érase una vez, de acuerdo con la leyenda, que un reino europeo estaba regido por un rey muy cristiano, y con fama de santidad, que no tenía hijos. El monarca envió a sus heraldos a colocar un anuncio en todos los pueblos y aldeas de sus dominios. Este decía que cualquier joven que reuniera los requisitos exigidos, para aspirar a ser posible sucesor al trono, debería solicitar una entrevista con el Rey. A todo candidato se le exigían dos características: 1º Amar a Dios. 2º Amar a su prójimo. En una aldea muy lejana, un joven leyó el anuncio real y reflexionó que él cumplía los requisitos, pues amaba a Dios y, así mismo, a sus vecinos. Una sola cosa le impedía ir, pues era tan pobre que no contaba con vestimentas dignas para presentarse ante el santo monarca. Carecía también de los fondos necesarios a fin de adquirir las provisiones necesarias para tan largo viaje hasta el castillo real. Su pobreza no sería un impedimento para, siquiera, conocer a tan afamado rey. Trabajó de día y noche, ahorró al máximo sus gastos y cuando tuvo una cantidad suficiente para el viaje, vendió sus escasas pertenencias, compró ropas finas, algunas joyas y emprendió el viaje. Algunas semanas después, habiendo agotado casi todo su dinero y estando a las puertas de la ciudad se acercó a un pobre limosnero a la vera del camino. Aquél pobre hombre tiritaba de frío, cubierto sólo por harapos. Sus brazos extendidos rogaban auxilio. Imploró con una débil y ronca voz: "Estoy hambriento y tengo frío, por favor ayúdeme...". El joven quedó tan conmovido por las necesidades del limosnero que de inmediato se deshizo de sus ropas nuevas y abrigadas y se puso los harapos del limosnero. Sin pensarlo dos veces le dio también parte de las provisiones que llevaba. Cruzando los umbrales de la ciudad, una mujer con dos niños tan sucios como ella, le suplicó: "¡Mis niños tienen hambre y yo no tengo trabajo!". Sin pensarlo dos veces, nuestro amigo se sacó el anillo del dedo y la cadena de oro de cuello y junto con el resto de las provisiones se los entregó a la pobre mujer. Entonces, en forma titubeante, continuó su viaje al castillo vestido con harapos y carente de provisiones para regresar a su aldea. A su llegada al castillo, un asistente del Rey le mostró el camino a un grande y lujoso salón. Después de una breve pausa, por fin fue admitido a la sala del trono. El joven inclinó la mirada ante el monarca. Cuál no sería su sorpresa cuando alzó los ojos y se encontró con los del Rey. Atónito y con la boca abierta dijo: "¡Usted..., usted! ¡Usted es el limosnero que estaba a la vera del camino!". En ese instante entró una criada y dos niños trayéndole agua al cansado viajero, para que se lavara y saciara su sed. Su sorpresa fue también mayúscula: "¡Ustedes también! ¡Ustedes estaban en la puerta de la ciudad!". " Sí -replicó el Soberano con un guiño- yo era ese limosnero, y mi criada y sus niños también estuvieron allí". "Pero... pe... pero... ¡usted es el Rey! ¿Por qué me hizo eso?". "Porque necesitaba descubrir si tus intenciones eran auténticas frente a tu amor a Dios y a tu prójimo -dijo el monarca-. Sabía que si me acercaba a ti como Rey, podrías fingir y actuar no siendo sincero en tus motivaciones. De ese modo me hubiera resultado imposible descubrir lo que realmente hay en tu corazón. Como limosnero, no sólo descubrí que de verdad amas a Dios y a tu prójimo, sino que eres el único en haber pasado la prueba. ¡Tú serás mi heredero! ¡Tú heredaras mi reino!".

martes, 20 de mayo de 2008

El dolor



Tanya era una niña conducida a su consultorio con un vendaje sobre un tobillo dislocado. El medico lo movió en una y en otra dirección. Llegó a hacer ciertos movimientos extremos, pero Tanya no notaba ningún dolor. Sacó entonces el vendaje y descubrió que su pie estaba infectado con llagas en ambos pies. Nuevamente examinó el pie, profundizó las heridas hasta llegar al hueso. El Doctor quería ver si había alguna reacción en Tanya, pero ella se mostraba más bien aburrida. Su madre entonces le contó al doctor algunos episodios de Tanya cuando tenía dos años: "Pocos minutos después fui a la habitación de Tanya y la encontré sentada en el suelo. Dibujaba remolinos rojos con sus dedos sobre un plástico. Al principio no me di cuenta, pero cuando me acerqué grité espantada. Era algo horrible. Tanya se había cortado la punta de su dedo y estaba sangrando y esa era la tinta que estaba utilizando para hacer sus diseños. Grité horrorizada: "Tanya, ¿qué pasa?" Ella me sonrió y allí comprendí todo al ver la sangre manchando sus dientecitos. Ella misma se había mordido el dedo y estaba jugando con su sangre. Durante varios meses los padres de Tanya trataron de que no se mordiera los dedos. Pero ella se los fue mordiendo todos, uno por uno. El padre llegó a llamarle "El Monstruo". El Dr. Brand escribe: "Tanya no es un monstruo, sino un ejemplo extremo -una metáfora humana- de lo que puede ser la vida sin dolor. La vida sin dolor nos puede producir un daño enorme. El dolor nos indica que estamos enfermos y que necesitamos ser curados". Si no existiera el dolor, la salud sería imposible. Y algo semejante sucede en la vida del espíritu.

lunes, 19 de mayo de 2008

El diamante


Nació en Italia, pero se fue a los Estados Unidos de joven. Aprendió malabarismo y se hizo famoso en el mundo entero. Finalmente, decidió retirarse. Anhelaba regresar a su país, comprar una casa en el campo y establecerse allí. Tomó todas sus posesiones, sacó un billete en un barco hacia Italia e invirtió todo el resto de su dinero en un solo diamante, y lo escondió en su camarote.
Una vez en la travesía, le estaba enseñando a un niño cómo él podía hacer malabarismo con muchas manzanas. Pronto se había reunido una multitud a su alrededor. El orgullo del momento se le subió a la cabeza. Corrió a su camarote y tomó el diamante, que entonces era su única posesión. Le explicó a la multitud que ese diamante representaba todos los ahorros de su vida, para así generar mayor dramatismo. Enseguida comenzó a hacer malabarismos con el diamante en la cubierta del barco. Estaba arriesgando más y más. En cierto momento lanzó el diamante muy alto en el aire y la muchedumbre se quedó sin aliento. Sabiendo lo que el diamante significaba, todos le rogaron que no lo hiciera otra vez. Impulsado por la excitación del momento, lanzó el diamante mucho más alto. La multitud de nuevo perdió el aliento y después respiró con alivio cuando recuperó el diamante. Teniendo una total confianza en sí mismo y en su habilidad, dijo a la multitud que lo lanzaría en el aire una vez más. Que esta vez subiría tanto que se perdería de vista por un momento. De nuevo le rogaron que no lo hiciera. Pero con la confianza de todos sus años de experiencia, lanzó el diamante tan alto que de hecho desapareció por un momento de la vista de todos. Entonces el diamante volvió a brillar al sol. En ese momento, el barco cabeceó y el diamante cayó al mar y se perdió para siempre.
Nuestra alma es más valiosa que todas las posesiones del mundo. Igual que el hombre del cuento, algunos de nosotros hicimos o seguimos haciendo malabarismos con nuestras almas. Confiamos en nosotros mismos y en nuestra capacidad, y en el hecho de que nos hemos salido con la nuestra todas las veces anteriores. Con frecuencia hay personas alrededor que nos ruegan que dejemos de correr riesgos, porque reconocen el valor de nuestra alma. Pero seguimos jugando con ella una vez más... sin saber cuando el barco cabeceará y perderemos nuestra oportunidad para siempre.