
-¿Piensa que falta conciencia de la presencia de María en el mundo universitario e intelectual?
--Burggraf: María nos recuerda una verdad básica: "El amor siempre hace una carrera hacia abajo".
En una parábola famosa del Evangelio, un fariseo da gracias a Dios por ser mejor que los demás hombres, y Jesucristo desaprueba claramente esta actitud. Pero si, en el caso contrario, el fariseo hubiera pensado que era peor que los demás, tampoco hubiera sido humilde.
Una persona humilde no se compara con nadie. No mira ni a sí misma ni a los otros hombres, como el publicano en aquella parábola. Sólo busca a Dios, y se siente responsable ante Él, porque sabe que Dios le mira con cariño y confianza.
Un cristiano que trata de tener una presencia viva de María, no intenta compararse con los demás -ni comparar a los otros entre sí-. No es nunca un "rival", un "competidor". Contribuye a que el ambiente a su alrededor sea natural y amable, y se alegra del bien y de los logros de los demás.
Una persona unida a Dios y a María, obtiene una libertad mayor que la que tienen los pájaros del cielo. Está por encima de tantas pequeñeces que pueden frenar nuestros pasos.
No quiere dejarse cautivar ni por la comodidad de los bienes materiales, ni por el brillo de la fama o de una máscara, ni por los resultados de su propio trabajo.
Quiere ser generosa y compartir sus bienes con los demás: por supuesto el pan, pero también el vino, también el tiempo y las ideas, también los proyectos profesionales y todas las oportunidades que le brinda la vida.
Quizá pueda parecer, a veces, un poco ingenua y hacerse objeto de burlas o sonrisas compasivas. Puede incluso tener ciertas desventajas profesionales en un ambiente en el que cuentan sólo la imagen y el progreso, el subir en la escala social. Pero sabe que el éxito no es una categoría de Dios.
María nos enseña que todo lo aparentemente grande, poderoso y triunfal no es más que una mota de polvo, si no es purificado por el amor. Mirar hacia ella, la Madre, es importante en nuestra época de activismo.
Cristo, ciertamente, pide a sus discípulos que den frutos. Pero esta exhortación debe comprenderse en el contexto evangélico, y no según las claves de interpretación que se utilizan en las sociedades de rendimiento. La fecundidad es algo muy distinto que la productividad. Una persona puede producir mucho, obtener resultados y méritos incontables por su trabajo, y no ser verdaderamente fértil. Otra, en cambio, puede no rendir nada ante los ojos del mundo, y tener una gran fecundidad.
Cristo pide frutos que permanezcan. Podemos estar completamente seguros de que, lo que permanece para siempre, no será nuestro dinero, ni el aplauso, ni el éxito. Lo único que contará al final de nuestra vida, será el amor que hemos ofrecido y recibido. No tendremos nada más.
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