viernes, 30 de mayo de 2008

Adorar a Dios y la Santa Misa



Se llama Rosa Porta. Ha trabajado como médico-lepróloga en el Hospital Leprosería de Surat de la India. Es religiosa. Ella me explicó que fueron al hospital, para hacer prácticas, unos estudiantes de medicina. Visitaron a una mujer que llevaba allí treinta años.

Los estudiantes de medicina le hacían preguntas y ella se reía. Uno de ellos me dijo: Pero no entiendo. ¿Cómo se puede reír en medio de la tragedia que vive? No se puede mover, no ve nada, está metida aquí tantos años, sentada en la cama y aún tiene humor para reírse.

Ella se echó a reír aún más, y dijo: Bueno, tú le llamas tragedia. Tú crees que sufro tanto porque tú tienes piernas, brazos, ojos... Y ¿qué? ¿Vosotros qué creéis que tenéis? ¿Os parece que es todo lo que tenéis? Pues yo tengo mis ojos interiores. He descubierto en estos años una luz interior. He conocido a Jesús. Y El es para mí la fuente de mi vida y felicidad. Por eso no me importa no tener pies, no tener manos...

La hermana médica acabó diciéndome. De esa mujer aprendí una gran lección. Esta enferma de lepra, que ha perdido las manos, los pies y los ojos, al decir: Dios es mi felicidad, Dios es la fuente de mi vida, valora a Dios muchísimo más que sus pies y sus manos y sus ojos.

Dios, al haber perdido esta enferma estos miembros por su enfermedad de lepra, le proporciona muchísima más felicidad que la que le podrían dar sus ojos, etc.

Valorar a Dios viene a ser algo así como adorarle. Adorar es reconocer con el pensamiento y la voluntad -con obras- que Dios está por encima de todo.

Leemos en el Evangelio: «El que me sigue no anda en tinieblas, sino que tiene la luz de la vida». Esta enferma de lepra, porque sigue a Jesús con la cruz, puede decir: «He descubierto, estos años, una luz interior - «que es la luz de la vida» - a pesar de no tener ojos».

Afirma también, después de reírse aún más al oír hablar de tragedia: «Vosotros creéis que porque tenéis ojos, manos y pies, lo tenéis todo»; «pues yo tengo unos ojos interiores con los que he conocido a Jesús, que es para mí la fuente de mi vida y felicidad».

La adoración es el primer fin de la Sta. Misa.

San Juan Mª Vianney dijo: «una sola Misa, glorifica más a Dios, que lo que le glorifican en el cielo, todos los ángeles, los santos y la Virgen santísima, por toda la eternidad».

Es que el valor de la Sta. Misa es infinito; aunque sus efectos se nos aplican en la medida de nuestras disposiciones.

«La Sta. Misa no es sólo un acto de culto al que los fieles asisten para estar» E. Saura.

Se lee en el Vaticano II -en relación con los fieles que participan en la Sta. Misa- que «el altar debe ser el punto de convergencia de toda nuestra vida».

«Si los que la oyen se limitaran a estar presentes, no sería su Misa aunque sería válido el sacrificio» E. Saura.

Sacrificar tiene dos significados. Uno es matar o hacer desaparecer (...) Jesucristo muere en el cuerpo. Con Jesucristo hemos de morir y matar nuestros defectos personales, nuestra sobrestimación, soberbia, egoísmo, pereza, intenciones
torcidas, haciéndolas desaparecer (...).

Según san Pablo: «si morimos con Cristo, viviremos con El». «Si sufrimos con Cristo -si compatimur- seremos glorificados -et conglorificemur-» (...). En la medida que morimos, en la medida que sacrificamos lo defectuoso de nuestros actos, seremos glorificados. Continúa diciendo san Pablo: «Yo completo en mi carne, lo que falta a la pasión de Jesucristo, en bien de la Iglesia». «El sacrificio de Jesucristo como cabeza está completo» E. Saura.

No obstante, san Pablo quiere indicar que al sacrificio de la cruz le faltan los sufrimientos de cada uno de nosotros para que seamos redimidos, para que se nos apliquen sus méritos infinitos.

Por esto, durante el día hemos de procurar unir con amor a la pasión del Señor nuestros actos bien hechos y sufrimientos, sacrificando lo malo, los defectos y los pecados.

Esto está simbolizado en la Sta. Misa, en el momento que el sacerdote une unas gotas de agua con el vino dentro del cáliz. Las gotas de agua representan nuestros actos y sufrimientos que padecemos durante el día.

Como las gotas de agua forman parte después de la consagración de la sangre de Jesucristo, así nuestros actos y sufrimientos de cada día unidos con amor a la pasión de Jesucristo adquieren el valor de redimirnos.

«Este es el segundo significado de sacrificar: Sacralizar: nuestros actos se vuelven sagrados y nos redimen, al unirlos a la pasión de Jesucristo» E. Saura. Completamos así lo que falta a la pasión de Jesucristo para cada uno y para otras personas, como dice san Pablo, para poder entrar en el cielo.

«Sería una pena que, pudiendo tener nuestros actos y sufrimientos un valor redentor para cada uno y para otras personas, quedasen relegados a una bondad natural, a ras de tierra». E. Saura.

La teología dice: «la intención -al hacer un acto- es lo que le da más valor, incluso por encima da la bondad del mismo acto». El unir con amor a la pasión de Jesucristo los actos y sufrimientos, completa lo que falta a la pasión de Jesucristo, para uno mismo y para otras almas. Nuestros actos y sufrimientos, ofrecidos, son pues, una manera de adorar a Dios, porque sometemos nuestra voluntad
a El, aunque nos cueste.

Esto es vivir con obras el primer fin de la Sta. Misa, que es adorar. A esto precisamente se refieren las palabras del Concilio Vaticano II: «El altar debe ser el punto de convergencia de toda nuestra vida». Es así como nuestros actos -¡tantos actos que hacemos durante el día!- y nuestros sufrimientos, adquieren valor infinito.

A Sta. Faustina Kowalski le dijo Jesucristo: Une tus sufrimientos a mi pasión, para que adquieran un valor infinito ante mi divina majestad ».

La enferma de lepra que no tenía manos, ni pies, ni ojos, se echó a reír aún más diciendo: Vosotros le llamáis a esto tragedia y creéis que lo tenéis todo. Pues yo tengo unos ojos interiores y no me importa no tener pies, ni manos, ni ojos.

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