jueves, 31 de julio de 2008

¡No me apetece!


Deja que te cuente la historia de una vida real, de un hombre que:
-Fracasó en los negocios cuando tenía 31 años.
-Fue derrotado, a los 32, como candidato para unas legislativas.
-Sobrellevó el fallecimiento de su novia a los 35. -Sufrió un colapso nervioso a los 36.
-Perdió en unas elecciones a los 38 años.
-No consiguió ser congresista a los 43. Tampoco fue elegido a los 46 ni a los 48 años.
-No alcanzó su ilusión cuando pretendió ser elegido senador a los 55.
-Fracasó a los 56 en el intento de ser vicepresidente. -De nuevo fue derrotado, y no salió senador a los 58.
-¡A los 60! fue elegido presidente de los Estados Unidos.
Nuestro hombre era Abraham Lincoln. Y se pregunta el autor: ¿Habría llegado a ser presidente si hubieran considerado como fracasos sus derrotas electorales?
Es todo un ejemplo de cómo, sin achantarnos por las derrotas, debemos recomenzar una y otra vez, cada dia con más brío. Los fuertes se crecen ante los contratiempos; los pusilánimes se encogen y encogidos se quedan sin dar un paso.
Si el término lucha no nos espolea sino que nos deprime, estamos perdidos. Los engorros y embrollos se presentan a diario entre las 6,15 de la mañana y las 11,10 de la noche.
La vida cristiana es muy alegre con el gozo insuperable que emana de la filiación divina; pero esta alegría, ya se sabe que "tiene sus raíces en forma de cruz". Así nos lo ha expuesto multitud de veces San Josemaría Escrivá.
Y junto a la cruz, Dios pone siempre la luz; junto al decaimiento la superación y siempre la Gracia. Te leo, escucha: "Cuando Dios Nuestro Señor concede a los hombres su gracia ( ... ) es como si les tendiera una mano, una mano paterna llena de fortaleza, repleta sobre todo de amor ( ... ). Espera el Señor que hagamos el esfuerzo de coger su mano, esa mano que Él nos acerca"2.
Y te añado yo: ¡Ojo!, que toda esa fuerza de la gracia se vendría abajo si no hallara el soporte recio, fuerte, toroso (mira el Diccionario) de una vigorosa voluntad.
¿Vale como criterio de valoración mis gustos y mis apetencias? No.
NO VALE EL Me agrada o me disgusta, me atrae o me repele, me desalienta o me conforta, me alivia o me abruma.
Sí VALE EL Fomentar el sentido del deber, como medida de comportamiento.
La ley del capricho puede hacer de nuestra tierra un mundo lleno de tontos, de "blanditos". Si sigues el "me apetece" como regla de conducta no darás un solo paso en firme. Serás un inútil para Dios y para el mundo.
Soltad a un muchacho mapetece, chuchumeco, en un ambiente consumista, hedonista, y ... ya me contarás cómo sale de la refriega.
¡Esforzaos!, es el grito de Dios.
Abre el Evangelio por aquella página del espontáneo que pregunta:
-¿Son pocos o son muchos los que se salvan?
El Señor no quiso fomentar la desesperanza ni el engreimiento. Hoy, rodeados de estadísticas, alguien podría puntualizar:
-¿Cuántos se salvan: un 23% o más bien un 77%?
Y Dios, ahora como entonces, no responde a los cuántos sino al cómo:
-Esforzaos para entrar por la puerta angosta (Lc 13)
Cristo contesta apelando a la conducta, poniendo el acento en el esfuerzo. Las comodidades, las perezas, las omisiones, nunca han abierto las puertas de nada, como no sea las del Infierno.
En ese ambiente que invita a la debilidad y a la dejadez, sed fuertes, es el grito de Juan Pablo II: "Ni la droga, ni el alcohol, ni el sexo, ni un resignado pasi- vismo acrítico -eso que vosotros llamáis 'pasotismo'- son una respuesta frente al mal. La respuesta vuestra ha de venir desde una postura sanamente crítica; desde la lucha contra una masificación en el pensar y en el vivir que a veces se os trata de imponer; que se ofrece en tantas lecturas y medios de comunicación social. La ley del ¡Jóvenes! ¡Amigos! Habéis de ser vosotros mismos, sin dejaros manipular; teniendo criterios sólidos de conducta. En una palabra: con modelos de vida en los que se pueda confiar, en los que podáis reflejar toda vuestra generosa capacidad creativa, toda vuestra sed de sinceridad y mejora social, sed de valores permanentes dignos de elecciones sabias. Es el programa de lucha, para superar con el bien el mal"3.

Jesús Urteaga

1 A. Robbins, Poder sin límites, citado por J. Martínez, Las caras de la vida. Ediciones Palabra. 2 Es Cristo que pasa, 17. 3 Juan Pablo 11, Alocución a losjóvenes. Madrid 3.XI. 1982.

martes, 22 de julio de 2008

Informático, rugbier y escalador; ahora sacerdote



Ignacio Palma tiene 31 años. Aficionado a la escalada y al fútbol, fue jugador de rugby del Club Newman hasta los 19 años. Recibió la ordenación sacerdotal el pasado 24 de mayo

Considerando su afición a los deportes, ¿qué lugar tiene Jesucristo en ese ámbito de la vida tan relevante en la actualidad?

A veces tendemos a pensar que Cristo no tiene cabida en ciertos momentos de nuestro día y, curiosamente, identificamos esos momentos con aquellos que dedicamos a divertirnos o a descansar. No me resulta difícil imaginarme a Jesús joven, con sus quince o dieciséis años, jugando al fútbol con sus amigos de Nazareth, o divirtiéndose con algún deporte típico de su época.

El deporte –como todas las realidades nobles de nuestra vida– puede ser ocasión de encuentro personal con Jesús. Jesús se divierte con nosotros al vernos hacer deporte. Él disfruta cuando contempla nuestro descanso y nuestra diversión, y quiere que lo dejemos estar con nosotros durante esos momentos. ¿Cómo? Dirigiéndonos a Él mentalmente, de vez en cuando, para agradecerle la ocasión que nos ofrece, o para ofrecerle una gambeta bien hecha. Y como sabemos que Él nos acompaña durante esos momentos, nos esforzamos por comportarnos de un modo tal que le agrade.

Por otro lado, es sabido que el deporte es una escuela de virtudes. Me acuerdo una vez en que estábamos con mi papá y mis hermanos escalando una montaña de cierta dificultad. Entonces papá nos contó de una de sus escaladas más complicadas. ¡Daba miedo! Por eso se me ocurrió preguntarle: “¿Vos no tenés miedo cuando escalás?” A lo que me respondió: “¿Miedo? ¡Sí, mucho! Los buenos escaladores no son los que no tienen miedo, sino los que saben dominarlo”. Se me quedó profundamente grabada su respuesta. Fue una lección que me resultó muy útil para varios momentos de mi vida.

domingo, 20 de julio de 2008

Informático, rugbier y escalador; ahora sacerdote


El P. Ignacio Palma tiene 31 años y estudió en el colegio Cardenal Newman de los Christian Brothers hasta los 14, y luego terminó el secundario en Los Molinos. Es Analista en Sistemas por la Universidad Tecnológica Nacional (UTN) y Licenciado en Filosofía por la Pontificia Universidad de la Santa Cruz, en Roma. Aficionado a la escalada y al fútbol, fue jugador de rugby del Club Newman hasta los 19 años. En esta entrevista describe sus impresiones luego de la ordenación sacerdotal, el pasado 24 de mayo, recibida por manos del Obispo Prelado del Opus Dei, Mons. Javier Echevarría.

¿Qué significa para usted ser sacerdote?

San Josemaría se formulaba esta misma pregunta con otras palabras. «¿Cuál es la identidad del sacerdote?» Y respondía sin vacilar: «La de Cristo». Para mí ser sacerdote es ser Cristo presente entre los hombres. En primer lugar, y en manera eminente, esto se realiza cuando el sacerdote administra los sacramentos. Sin embargo, la presencia de Cristo entre los hombres a través del sacerdote no se limita a la administración de los sacramentos. El sacerdote debe ser Cristo a lo largo de todo su día. Por eso me pregunto –y le pregunto– muchas veces al día: ¿Qué haría Jesús en este caso concreto? ¿Qué le diría a quien yo ahora tengo delante? ¿Con qué cariño trataría a esta o aquella persona? En definitiva, el sacerdote tiene que conformarse a Cristo de tal manera que los demás puedan sentirse delante de Jesús cuando acuden al sacerdote.

sábado, 19 de julio de 2008

La historia del Caballero Antek



“Mamá, ¿me voy a morir?”, preguntaba Antek. La enfermedad y el dolor de un niño pequeño es un interrogante de difícil respuesta. Antek, de cinco años, le encontró un sentido. Esta es su historia.

Nadie quiere que estas cosas ocurran, pero ocurren. Durante las vacaciones de verano, al “Caballero Antek” le dolió el estomago y se le quitaron las ganas de jugar con sus hermanas Marysia y Rosa. Se quedaba en la cama y lloraba.

Sus padres le llevaron a Urgencias, donde con una inyección le calmaron los dolores. “No le gustó nada -explica Dorota, su madre-, pero le alivió el dolor del estómago. Pensamos que sería algo puntual, pero cada vez volvíamos con más frecuencia al Hospital”.

Cuando terminaron las vacaciones, Antek comenzó a ir al colegio. Pronto se ganó a todos los profesores y compañeros, con su alegría y educación. Siempre jugaba a ser un caballero andante, y se comportaba como tal.

La familia de Antek vive en Varsovia (Polonia), donde los niños van a un colegio obra corporativa del Opus Dei.En su familia y en el colegio Sternik, una obra corporativa del Opus Dei en Varsovia (Polonia), rezaban por la salud de Antek. Algo no iba bien. El niño, en cambio, rezaba por otras muchas cosas, más o menos serias: por la paz en el mundo, por sus hermanas, por su equipo de fútbol...

Finalmente, los médicos se decidieron a operarle de apendicitis. Parecía la solución, pero sólo fue el inicio de ataques más fuertes de dolor de estómago.

- ¿Por qué tengo que estar en el hospital? –preguntaba Antek- ¿Por qué estoy enfermo?

Su madre, que no tenía muchas razones que darle, intentó explicarlo así:

- Hijo mío, si Jesús te mirase y te preguntara: “Antek, ¿me ayudas con la Cruz?”. Tú, ¿que le dirías?

- Pues.... bueno, que sí.

- Pues te lo está preguntando ahora.

Un sacerdote amigo de los padres de Antek fue a visitar al niño. Habló con él y le regaló un crucifijo pequeño, de madera. Desde entonces, Antek lo llevó siempre en la mano cuando le iban hacer una prueba o cuando le llevaban a la sala de operaciones.

Las enfermeras veían que el niño se acercaba la mano a la boca y le oían susurrar: “Jesús, confío en ti”.

El día que les iban a confirmar la diagnosis definitiva, Dorota cuenta que se dirigió al despacho del médico lentamente, al paso de una mujer el el noveno mes del embarazo. “Es un cáncer –les dijo el doctor a los padres-. Mañana empezamos con quimioterapia”.

El Caballero Antek se enfrentó con valentía y muy pocas fuerzas a este temido dragón. Sin pelo, con vómitos y débil, preguntó:

- Mamá, pero ¿qué me pasa?

La madre le dijo la verdad:

- Tienes una enfermedad que se llama cáncer. Los médicos van a intentar curarte, pero tienes que saber que a veces no lo consiguen.

- O sea, que me puedo morir.

- Bueno... como todos, como papá, como yo... Pero solo Dios sabe en qué orden.

El niño no añadió nada. Sólo se giró, tomó de la mesa su crucifijo y susurró otra vez: “Jesús, confío en ti”.

La madre puso en marcha una cadena de oración: en la familia, entre los amigos. Cada día, recibía diferentes SMS en su móvil: “Hoy he ido a misa por Antek”, “Haré unos minutos de oración por tu hijo”... Dorota pedía oraciones a cualquiera. Un día, al bajarse de un taxi, dijo al conductor:

- “Mi hijo se está muriendo. ¿Podría usted rezar por él? “

Rezó e hizo rezar. Quería presentar a Dios “toneladas de oración”.

Antek luchó mucho contra el cáncer. Algunos días estaba fuerte y corría por todo el hospital como un rayo, revolucionándolo todo. Otros, sólo tenía fuerzas para ver la tele.

Y maduraba rápido. Cada vez con más frecuencia, preguntaba a su madre sobre la muerte, el Cielo, el porqué del sufrimiento.

- Mamá, ¿qué se hace en el cielo?

- Juega, corres con la bici, te diviertes con Dios...

La madre asegura ahora que las “toneladas de oración” dieron a Antek un descanso antes del final. Durante unos días, se encontró perfectamente, corría de aquí para allá, paseaba, había recuperado la felicidad...

Pero los médicos sabían que el cáncer seguía creciendo, cada vez más rápido, y aconsejaron a los padres que lo llevaran a casa, donde se encontraría más tranquilo durante sus últimos días. Allí, recayó de nuevo.

Antek disfrutó del ambiente familiar. Desde su cama veía a su madre preparar la cena, a sus hermanas hacer los deberes, a su padre leyéndole un cuento.

Un día llamó a su hermana Róża, con quien a veces peleaba:

- Róża –le dijo-, eres tan bonita y tan buena. Yo te quiero, acuérdate.

En otra ocasión, su padre le dijo llorando:

– Hijo mío, si pudiera, moriría por ti.

El chico sonrió con dificultad y le respondió:

- Pero soy yo quien va a morir por ti.

Antek tenía 6 años y 9 meses.

Murió poco después a las siete de la mañana. En su tumba, un amigo dejó escrito: “Gracias Antek: nos enseñaste a aceptar el dolor que llega sin saber porqué. A sostenernos con la fe. A aceptar la voluntad de Dios y confiar en Él”.

miércoles, 16 de julio de 2008

El Purgatorio



Purgatorio significa purificador. En el fondo lo mismo que purifica en el purgatorio, consume en el infierno y santifica y da felicidad en el cielo.
Dios no cambia; el fuego del amor es siempre el mismo. Somos nosotros los que somos diferentes ante el amor inmutable e infinito de Dios. Si uno es totalmente contrario al amor, la privación de él le tortura.
Si somos seres necesitados de purificación para ver a Dios, su amor, al no gozar aún de él en el purgatorio, nos purifica; si estamos unidos a Dios, su amor nos santifica y hace felices.
Desde el principio, los hombres han reflexionado en lo que sucede, cuando el hombre se encuentra con Dios.
Han comprendido que el hombre, para unirse con Dios, necesita ser transformado, purificado. Esta purificación puede realizarse a lo largo de toda su vida, pero esta transformación no ha sido realizada en muchísimos casos en la hora de la muerte.
Para expresar qué es lo que sucede después de la muerte bajo la acción de Dios, se ha impuesto una imagen y es la de un fuego que no tiene los mismos efectos, según la disposición de cada uno.

Abrasa de alegría a los corazones que aman. Es terrible para los que se empecinan en una actitud de rechazo. Purifica a los que aún son opacos a la comunicación.
Nuestra fe nos explica la existencia de una purificación imprescindible después de la muerte, a fin de alcanzar la santidad necesaria para entrar en la felicidad del cielo.
La Iglesia ha formulado la doctrina de la fe en el purgatorio en los concilios de Florencia y de Trento.
La tradición de la Iglesia, haciendo referencia a unos textos de la Sgda. Escritura habla de un fuego purificador.
La Iglesia jamás ha dejado de rezar por los difuntos, especialmente en la Euaristía; y siempre ha recomendado la limosna, la oración y las obras de penitencia por los difuntos.
Al presentar este tema de las almas del purgatorio, a partir de las revelaciones privadas de María no pretendemos hacer una exposición más explícita de lo dispuesto por la fe, ni mejorarlo, ni completarlo, sino que le concedemos el lugar que le corresponde como revelación privada, seguida y guiada de cerca por su párroco y por el obispo de la diócesis; con la intención de ayudar a revivir esta realidad,
muy olvidada en la actualidad y hasta desconocida por muchos fieles.
Guiados por el Magisterio de la Iglesia, los lectores saben discernir y acoger, lo que en estas revelaciones privadas, constituye una auténtica llamada de Cristo o de sus santos a la Iglesia.

Entresacamos del libro aquellos párrafos quenos han parecido más apropiados. Estas cuestiones no se explican habitualmente en las parroquias y catequesis. Por ello hay una ignorancia y cierta angustia por las realidades que nos esperan después de la muerte.
Estas ideas nos servirán para saber que el plan de Dios sobre nosotros después de la muerte es esperanzador.
A parte de que tenemos en nuestras manos un inmenso poder aquí en la tierra, para dar felicidad a las almas de los difuntos.
María Sigma tiene setenta y cinco años. Es una fervorosa católica. Vive muy pobremente en un pueblecito de Austria. A los veinticinco años se vio favorecida por un carisma muy particular dentro de la Iglesia. El carisma de recibir visitas de
las almas del purgatorio. Este carisma tiene sus raíces en la historia de la Iglesia.
Son muchos los santos que han poseído este carisma. Por ejemplo: sta. Gertrudis; sta. Catalina de Génova; sta. Margarita que tuvo visiones del Corazón de Jesús; el cura de Ars; san Juan Bosco, etc. Existen varios libros sobre esto. Cuando uno los lee se da cuenta de que todos dicen las mismas ideas sobre el purgatorio.
La persona que entrevistó a María Sigma le preguntó: ¿Qué le dicen estas almas que le visitan? Ella respondió: La mayoría de las veces me piden que haga decir misas
y que asista a ellas; que se rece por ellas el rosario y también el viacrucis.
El purgatorio es un retraso impuesto por las manchas de nuestros pecados, antes del abrazo de Dios. Es una quemazón de amor que hace sufrir muchísimo. Es una espera.
Es una notalgia de amor.

Las almas del purgatorio le explican a María Sigma, que sienten un gran deseo de Dios que es profundamente doloroso. En medio de sus sufrimientos tienen alegría y esperanza.
Ningún alma quería volver del purgatorio a las tinieblas de la tierra, porque tienen ya un conocimiento de Dios, que nos sobrepasa grandemente a los que aún estamos en ella.
La certeza que tienen de que verán a Dios, les proporciona una alegría tal, que sobrepasa al dolor. En la tierra no tenemos esta certeza.
Es la misma alma la que quiere ir al purgatorio, para poder entrar en el cielo.

Benedicto XVI a los jóvenes


Fragmento del Mensaje del Papa para la XXIII Jornada Mundial de la Juventud en Sydney

Quisiera añadir aquí una palabra sobre la Eucaristía. Para crecer en la vida cristiana es necesario alimentarse del Cuerpo y de la Sangre de Cristo. En efecto, hemos sido bautizados y confirmados con vistas a la Eucaristía (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 1322; Exhort. apost. Sacramentum caritatis, 17). Como «fuente y culmen» de la vida eclesial, la Eucaristía es un «Pentecostés perpetuo», porque cada vez que celebramos la Santa Misa recibimos el Espíritu Santo que nos une más profundamente a Cristo y nos transforma en Él. Queridos jóvenes, si participáis frecuentemente en la Celebración eucarística, si consagráis un poco de vuestro tiempo a la adoración del Santísimo Sacramento, a la Fuente del amor, que es la Eucaristía, os llegará esa gozosa determinación de dedicar la vida a seguir las pautas del Evangelio. Al mismo tiempo, experimentaréis que donde no llegan nuestras fuerzas, el Espíritu Santo nos transforma, nos colma de su fuerza y nos hace testigos plenos del ardor misionero de Cristo resucitado.

lunes, 14 de julio de 2008

Benedicto XVI a los jóvenes


Fragmento del Mensaje del Papa para la XXIII Jornada Mundial de la Juventud en Sydney

Hoy es especialmente importante redescubrir el sacramento de la Confirmación y reencontrar su valor para nuestro crecimiento espiritual. Quien ha recibido los sacramentos del Bautismo y de la Confirmación, recuerde que se ha convertido en «templo del Espíritu»: Dios habita en él. Que sea siempre consciente de ello y haga que el tesoro que lleva dentro produzca frutos de santidad. Quien está bautizado, pero no ha recibido aún el sacramento de la Confirmación, que se prepare para recibirlo sabiendo que así se convertirá en un cristiano «pleno», porque la Confirmación perfecciona la gracia bautismal (cf. Ibíd., 1302-1304).

La Confirmación nos da una fuerza especial para testimoniar y glorificar a Dios con toda nuestra vida (cf. Rm 12, 1); nos hace íntimamente conscientes de nuestra pertenencia a la Iglesia, «Cuerpo de Cristo», del cual todos somos miembros vivos, solidarios los unos con los otros (cf. 1 Co 12, 12-25). Todo bautizado, dejándose guiar por el Espíritu, puede dar su propia aportación a la edificación de la Iglesia gracias a los carismas que Él nos da, porque «en cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común» (1 Co 12, 7). Y cuando el Espíritu actúa produce en el alma sus frutos que son «amor, alegría, paz, paciencia, benevolencia, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí» (Ga 5, 22). A cuantos, jóvenes como vosotros, no han recibido la Confirmación, les invito cordialmente a prepararse a recibir este sacramento, pidiendo la ayuda de sus sacerdotes. Es una especial ocasión de gracia que el Señor os ofrece: ¡no la dejéis escapar!

domingo, 13 de julio de 2008

Benedicto XVI a los jóvenes


Fragmento del Mensaje del Papa para la XXIII Jornada Mundial de la Juventud en Sydney

Pero –diréis– ¿Cómo podemos dejarnos renovar por el Espíritu Santo y crecer en nuestra vida espiritual? La respuesta ya la sabéis: se puede mediante los Sacramentos, porque la fe nace y se robustece en nosotros gracias a los Sacramentos, sobre todo los de la iniciación cristiana: el Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía, que son complementarios e inseparables (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 1285). Esta verdad sobre los tres Sacramentos que están al inicio de nuestro ser cristianos se encuentra quizás desatendida en la vida de fe de no pocos cristianos, para los que estos son gestos del pasado, pero sin repercusión real en la actualidad, como raíces sin savia vital. Resulta que, una vez recibida la Confirmación, muchos jóvenes se alejan de la vida de fe. Y también hay jóvenes que ni siquiera reciben este sacramento. Sin embargo, con los sacramentos del Bautismo, de la Confirmación y después, de modo constante, de la Eucaristía, es como el Espíritu Santo nos hace hijos del Padre, hermanos de Jesús, miembros de su Iglesia, capaces de un verdadero testimonio del Evangelio, beneficiarios de la alegría de la fe.

sábado, 12 de julio de 2008

Benedicto XVI a los jóvenes


Fragmento del Mensaje del Papa para la XXIII Jornada Mundial de la Juventud en Sydney

5. El Espíritu Santo «Maestro interior»

Queridos jóvenes, el Espíritu Santo sigue actuando con poder en la Iglesia también hoy y sus frutos son abundantes en la medida en que estamos dispuestos a abrirnos a su fuerza renovadora. Para esto es importante que cada uno de nosotros lo conozca, entre en relación con Él y se deje guiar por Él. Pero aquí surge naturalmente una pregunta: ¿Quién es para mí el Espíritu Santo? Para muchos cristianos sigue siendo el «gran desconocido». Por eso, como preparación a la próxima Jornada Mundial de la Juventud, he querido invitaros a profundizar en el conocimiento personal del Espíritu Santo. En nuestra profesión de de fe proclamamos: «Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo» (Credo Niceno-Constantinopolitano). Sí, el Espíritu Santo, Espíritu de amor del Padre y del Hijo, es Fuente de vida que nos santifica, «porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que se nos ha dado» (Rm 5, 5). Pero no basta conocerlo; es necesario acogerlo como guía de nuestras almas, como el «Maestro interior» que nos introduce en el Misterio trinitario, porque sólo Él puede abrirnos a la fe y permitirnos vivirla cada día en plenitud. Él nos impulsa hacia los demás, enciende en nosotros el fuego del amor, nos hace misioneros de la caridad de Dios.

Sé bien que vosotros, jóvenes, lleváis en el corazón una gran estima y amor hacia Jesús, cómo deseáis encontrarlo y hablar con Él. Pues bien, recordad que precisamente la presencia del Espíritu en nosotros atestigua, constituye y construye nuestra persona sobre la Persona misma de Jesús crucificado y resucitado. Por tanto, tengamos familiaridad con el Espíritu Santo, para tenerla con Jesús.

jueves, 10 de julio de 2008

Benedicto XVI a los jóvenes


Fragmento del Mensaje del Papa para la XXIII Jornada Mundial de la Juventud en Sydney

3. Pentecostés, punto de partida de la misión de la Iglesia

La tarde del día de su resurrección, Jesús, apareciéndose a los discípulos, «sopló sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo”» (Jn 20, 22). El Espíritu Santo se posó sobre los Apóstoles con mayor fuerza aún el día de Pentecostés: «De repente un ruido del cielo –se lee en los Hechos de los Apóstoles–, como el de un viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se repartían, posándose encima de cada uno» (2, 2-3).

El Espíritu Santo renovó interiormente a los Apóstoles, revistiéndolos de una fuerza que los hizo audaces para anunciar sin miedo: «¡Cristo ha muerto y ha resucitado!». Libres de todo temor comenzaron a hablar con franqueza (cf. Hch 2, 29; 4, 13; 4, 29.31). De pescadores atemorizados se convirtieron en heraldos valientes del Evangelio. Tampoco sus enemigos lograron entender cómo hombres «sin instrucción ni cultura» (cf. Hch 4, 13) fueran capaces de demostrar tanto valor y de soportar las contrariedades, los sufrimientos y las persecuciones con alegría. Nada podía detenerlos. A los que intentaban reducirlos al silencio respondían: «Nosotros no podemos dejar de contar lo que hemos visto y oído» (Hch 4, 20). Así nació la Iglesia, que desde el día de Pentecostés no ha dejado de extender la Buena Noticia «hasta los confines de la tierra» (Hch 1, 8).

4. (...) os invito a notar cómo el Espíritu Santo es el don más alto de Dios al hombre, el testimonio supremo por tanto de su amor por nosotros, un amor que se expresa concretamente como «sí a la vida» que Dios quiere para cada una de sus criaturas. Este «sí a la vida» tiene su forma plena en Jesús de Nazaret y en su victoria sobre el mal mediante la redención. A este respecto, nunca olvidemos que el Evangelio de Jesús, precisamente en virtud del Espíritu, no se reduce a una mera constatación, sino que quiere ser «Buena Noticia para los pobres, libertad para los oprimidos, vista para los ciegos...». Es lo que se manifestó con vigor el día de Pentecostés, convirtiéndose en gracia y en tarea de la Iglesia para con el mundo, su misión prioritaria.

Nosotros somos los frutos de esta misión de la Iglesia por obra del Espíritu Santo. Llevamos dentro de nosotros ese sello del amor del Padre en Jesucristo que es el Espíritu Santo. No lo olvidemos jamás, porque el Espíritu del Señor se acuerda siempre de cada uno y quiere, en particular mediante vosotros, jóvenes, suscitar en el mundo el viento y el fuego de un nuevo Pentecostés.

martes, 8 de julio de 2008

¿Existe Dios?


Ante el problema del mal, pueden surgirnos dudas.
Aquí tenemos un diálogo universitario de gran valor y claridad.


Un profesor universitario, al comienzo del curso escolar, retó a sus alumnos con esta pregunta:
- ¿Dios creó todo lo que existe?

Un estudiante contestó valiente:
- Sí, lo hizo.
- ¿Dios creó todo?
- Sí señor, -respondió el joven-.

El profesor contestó:
- Si Dios creó todo, entonces Dios hizo el mal, pues el mal existe y bajo el precepto de que nuestras obras son un reflejo de nosotros mismos (opperare sequitur esse), entonces Dios es malo.

El estudiante se quedó callado ante tal respuesta y el profesor, feliz, se jactaba de haber probado una vez más que la fe cristiana era un mito.

Otro estudiante levantó su mano y dijo:
- ¿Puedo hacer una pregunta, profesor?.
- Por supuesto, -respondió el profesor.

El joven se puso de pie y preguntó:
- Profesor, ¿existe el frío?
- ¿Qué pregunta es esa? Por supuesto que existe, ¿acaso usted no ha tenido frío?

El muchacho respondió:
- De hecho, señor, el frío no existe. Según las leyes de la Física, lo que consideramos frío, en realidad es ausencia de calor. Todo cuerpo u objeto es susceptible de estudio cuando tiene o transmite energía, el calor es lo que hace que dicho cuerpo tenga o transmita energía. El cero absoluto es la ausencia total y absoluta de calor, todos los cuerpos se vuelven inertes, incapaces de reaccionar, pero el frío no existe. Hemos creado ese término para describir cómo nos sentimos si no tenemos calor.

- Y..., ¿existe la oscuridad? -continuó el estudiante.
El profesor respondió:
- Por supuesto.

El estudiante contestó:
- Nuevamente se equivoca, señor, la oscuridad tampoco existe. La oscuridad es en realidad ausencia de luz. La luz se puede estudiar, la oscuridad no, incluso existe el prisma de Nichols para descomponer la luz blanca en los varios colores en que está compuesta, con sus diferentes longitudes de onda. La oscuridad no. Un simple rayo de luz rasga las tinieblas e ilumina la superficie donde termina el haz de luz. ¿Cómo puede saber cuán oscuro está un espacio determinado? Con base en la cantidad de luz presente en ese espacio, ¿no es así? Oscuridad es un término que el hombre ha desarrollado para describir lo que sucede cuando no hay luz presente.

Finalmente, el joven preguntó al profesor:
- Señor..., ¿existe el mal?.
El profesor respondió:

- ¡Por supuesto que existe, como lo mencioné al principio: vemos violaciones, crímenes y violencia en todo el mundo...! ¡Esas cosas son el mal!

A lo que el estudiante respondió:
- El mal no existe, señor, o al menos no existe por sí mismo. El mal es simplemente la ausencia de Dios; es, al igual que los casos anteriores, un término que el hombre ha creado para describir esa ausencia de Dios. Dios no creó el mal. No es como la fe o el amor, que existen como existen el calor y la luz. El mal es el resultado de que la humanidad no tenga a Dios presente en sus corazones. Es como resulta el frío cuando no hay calor, o la oscuridad cuando no hay luz...

El profesor, después de asentir con la cabeza, se quedó callado. Vacilante, cogió su carpeta de calificaciones y preguntó al alumno:
- ¿Cómo se llama usted, joven?

El alumno respondió:
- Mi nombre es Albert Einstein.



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El gran ALBERT EINSTEIN era Judío. A él debemos esta cita dirigida a todos aquellos que se creen que saben mucho por saber algo más que los demás:

"Un poco de ciencia me aleja de Dios...;
pero mucha ciencia me devuelve necesariamente a El".

lunes, 7 de julio de 2008

Disfruta de la vida


El rico industrial y el pobre pescador (Una historia sobre la importancia de disfrutar la vida antes que el ganar mucho dinero)

El rico industrial del Norte se horrorizó cuando vio a un pescador del Sur tranquilamente recostado contra su barca y fumando una pipa.
"¿Por qué no has salido a pescar?", le preguntó el industrial.
"Porque ya he pescado bastante por hoy", respondió el pescador.
¿Y por qué no pescas más de lo que necesitas?", insistió el industrial.
"¿Y qué iba a hacer con ello? preguntó a su vez el pescador.
"Ganarías más dinero", fue la respuesta. De ese modo podrías poner un motor a tu barca. Entonces podrías ir a aguas más profundas y pescar más peces. Entonces ganarías lo suficiente para comprarte unas redes de nylon, con las que obtendrías más peces y más dinero. Pronto ganarías para tener dos barcas... y hasta una verdadera flota. Entonces serías rico, ¡cómo yo!
"¿Y qué haría entonces?", preguntó de nuevo el pescador.
"Podrías sentarte y disfrutar de la vida", respondió el industrial.
"¿Y que crees que estoy haciendo en este preciso momento?", respondió el satisfecho pescador.

domingo, 6 de julio de 2008

Te miro... y hacen falta gentes como tú


Unas palabras de San Josemaría para meditar a fondo.

Yo quiero que vosotros seáis felices. Lo pido al Señor con toda mi alma. Pero si queréis ser felices, tenéis que estar dispuestos a seguir al Señor poniendo los pies donde Él los puso. Él no vaciló en seguir el camino: un camino fuerte, recio, varonil.

De modo que habéis de hacer el propósito de trabajar y de santificar vuestro trabajo. De esa manera podréis tener un hogar -si ese es el camino que Dios os tiene reservado- os enfrentaréis con las cosas que hay en el mundo -que todas no son agradables- y las que no son agradables se convertirán en cosas agradables, porque tendréis buen humor.

Vuestros deberes de cristiano se pueden reducir a ser leales. No es leal el hombre que no tiene consigo mismo -¡contra sí mismo!- una lucha. Esté donde esté: alto, bajo, a mi derecha, a mi izquierda... en cualquier lado. Si no lucha no es leal.

Habéis, pues, de hacer el propósito de ser leales. De ser serios en vuestras maneras de vivir. Los estudiantes a estudiar. Los que trabajan a trabajar... y a trabajar sin quitar el hombro -¡eh! - con empeño.

Te miro... y hacen falta gentes como tú… en el mundo. Que en tu ambiente, en tu trabajo, en tu familia,... en el lugar donde haces tu vida, en el sitio donde te diviertes, seas un hombre entero, recio, agradable y cristiano. De modo que todo esto espero de ti.

viernes, 4 de julio de 2008

¡No! quien deja entrar a Cristo no pierde nada


Unas palabras de Benedicto XVI al comienzo de su pontificado que siempre me gusta recordar.

"En este momento mi recuerdo vuelve al 22 de octubre de 1978, cuando el Papa Juan Pablo II inició su ministerio aquí en la Plaza de San Pedro. Todavía, y continuamente, resuenan en mis oídos sus palabras de entonces: “¡No temáis! ¡Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo!” El Papa hablaba a los fuertes, a los poderosos del mundo, los cuales tenían miedo de que Cristo pudiera quitarles algo de su poder, si lo hubieran dejado entrar y hubieran concedido la libertad a la fe. Sí, él ciertamente les habría quitado algo: el dominio de la corrupción, del quebrantamiento del derecho y de la arbitrariedad. Pero no les habría quitado nada de lo que pertenece a la libertad del hombre, a su dignidad, a la edificación de una sociedad justa. Además, el Papa hablaba a todos los hombres, sobre todo a los jóvenes. ¿Acaso no tenemos todos de algún modo miedo –si dejamos entrar a Cristo totalmente dentro de nosotros, si nos abrimos totalmente a él–, miedo de que él pueda quitarnos algo de nuestra vida? ¿Acaso no tenemos miedo de renunciar a algo grande, único, que hace la vida más bella? ¿No corremos el riesgo de encontrarnos luego en la angustia y vernos privados de la libertad? Y todavía el Papa quería decir: ¡no! quien deja entrar a Cristo no pierde nada, nada –absolutamente nada– de lo que hace la vida libre, bella y grande. ¡No! Sólo con esta amistad se abren las puertas de la vida. Sólo con esta amistad se abren realmente las grandes potencialidades de la condición humana. Sólo con esta amistad experimentamos lo que es bello y lo que nos libera. Así, hoy, yo quisiera, con gran fuerza y gran convicción, a partir de la experiencia de una larga vida personal, decir a todos vosotros, queridos jóvenes: ¡No tengáis miedo de Cristo! Él no quita nada, y lo da todo. Quien se da a él, recibe el ciento por uno. Sí, abrid, abrid de par en par las puertas a Cristo, y encontraréis la verdadera vida. Amén".

miércoles, 2 de julio de 2008

ESTUPIDEZ EN SERIE



Por José Ramón Ayllón

Leticia tiene quince años, una guitarra, varios hermanos y mucha simpatía. Le pregunto su opinión sobre las series de televisión. Me responde que ha decidido no verlas, porque le parece que confunden el amor con la obsesión por enchufar sexo en las cabezas de los espectadores. “Pretenden hacernos creer –me explica- que lo normal es el sexo fuera del matrimonio, el aborto y la eutanasia, y –sobre todo- la homosexualidad. Además, como los guiones están llenos de humor, parece que todo lo que muestran es bueno y maravilloso”.

Algún lector estará pensando que esta chiquilla es un poco estrecha, pero José Antonio Marina dice algo muy parecido: “Si yo fuera un extraterrestre y viera algunos programas de televisión, pensaría que los humanos son unos salidos que no piensan nada más que en el sexo. Es la presión de los adultos, entre otras cosas por razones comerciales, la que está reduciendo el periodo infantil y lanzando, sobre todo a las chicas, a un mundo obsesivamente sexualizado”.

Algún Lector pensará, sin duda, que Marina es un poco estrecho, pero Ángeles Caso lamenta esa misma marea de zafiedad en programas donde “se miente, se grita, se insulta, se calumnia y se rebuzna”. Además, por su propia condición, Ángeles Caso se centra en el punto de la degradación televisiva que más le duele: la reducción de las mujeres a trozos de carne, a marujas parlanchinas, a compradoras compulsivas, a exhibicionistas de cuerpos espléndidos con cerebros de mosquito.

Es posible que Ángeles Caso sea un poco estrecha, pero Emilio Lledó también piensa que “nuestra televisión es una basura. Y su tiranía sobre la conciencia infantil y juvenil es un problema más grave que el desempleo y la crisis económica. Esos otros educadores han invadido sin derecho alguno el espacio de la educación, y han introducido valores, ideas y palabras mortales para la vida de la mente y de los hombres. La educación auténtica exige idealismo y generosidad, y sólo es posible por el cultivo del conocimiento, de la mirada sobre la realidad de la vida y de los hombres. No se trata de algo utópico. Lo utópico, irreal y ridículo es el pragmatismo de lo inútil, la falacia de convertir en real las informaciones o esperpentos que nos venden como vida, ese detritus mental que se produce en muchos rincones de la sociedad”.

Tal vez Lledó..., pero Robert Spaemann también opina que "quienes trabajan en ese medio de comunicación aplican casi únicamente el criterio del impacto para seleccionar los temas. De este modo, la tradición basada en valores normales de la vida no tiene ya espacio. La televisión destruye sistemáticamente la diferencia entre lo normal y lo anormal, porque en sus parámetros lo normal carece de interés. Por lo tanto, ni el equilibrio, ni la verdad, ni la belleza se respetan como valores. No sé si peco de pesimista, pero creo que la dependencia de las personas de la televisión es el hecho más destructivo de la civilización actual".

Quizá Lledó y Spaemann sean filósofos estrechos, pero es Arturo Pérez-Reverte quien coincide con ellos y lamenta lo que ha visto en “una de esas series de estudiantes, y de jóvenes en su misma mismidad”, donde no falta un rata, varias chicas preocupadas porque Mariano no las mira, un cachas que se cepilla a una de ellas, un guapo que está saliendo de la droga, una profesora con ganas de tirarse a los alumnos, un gay que encuentra su media naranja en otro chico gay que resulta ser hijo del conserje, una chica que se queda embarazada... “Lo malo es que todo eso rebota fuera, y en vez de ser la serie la que refleja la realidad de los jóvenes, al final resultan los jóvenes de afuera los que teminan adaptando sus conversaciones, sus ideas, su vida, a lo que la serie muestra (...). Y me aterra que semejantes personajes, irreales, embusteros en su pretendida naturalidad, tan planos como el público que los reclama e imita, se consagren como referencias y ejemplos”.

Los griegos calificaban de obsceno lo que no debía ser representado sobre el escenario del teatro, por considerarlo degradante para el espectador. Pero nosotros somos posmodernos, y no necesitamos moralina de Pericles ni de Pérez-Reverte. Por eso producimos estupidez en serie, y luego vemos esas series con gusto, pues estamos encantados de descender del mono y de los surrealismos y totalitarismos del siglo XX, que nos han acostumbrado a admitir que lo negro es blanco, y la noche día, y a tomar la basura por la más grande de las creaciones humanas. Y, ahora, si algún lector piensa que estoy exagerando en este párrafo, debo reconocer que tiene razón: por suerte, hay mucha gente como Leticia.

Allí estabas tú (XXI)


23. Respetos humanos

Un punto concreto que denota la falta de decisión para hacer lo que Dios quiere son los respetos humanos.

Volvamos al Evangelio. Los fariseos habían creado una opinión pública en contra de Jesús. Y los que ayer aclamaban a Jesús cuando entraba triunfal en Jerusalén, eran los mismos que piden hoy su cabeza. El ambiente se había enrarecido. Lo que ayer se veía como un bien, defenderlo hoy suponía aparecer como poco moderno, que diríamos hoy.

También hoy, desde ciertos sectores de la opinión pública y ciertas personas concretas presionan el ambiente para que los cristianos que quieran vivir conforme a su fe lo hagan, en todo caso, en privado; que no hagan apostolado, que no defiendan en público sus creencias porque, se dice, son chocantes y crean la polémica.

Y esto puede retraer al cristiano para vivir conforme a la Fe, es decir, vivir en la hipocresía.

El caso lo relata la misma Tatiana Góricheva, a quien le sucedió. Ella es una mujer rusa educada en el más puro ateísmo. Narra cómo encontró a Dios y lo que le costó mantenerse en la Fe ante la persecución que se desató en Rusia contra ella y otros universitarios por haberse hecho cristianos.

Después de diversos avatares pasó el telón de acero. Estando en Suiza, un día se apuntó en una excursión que había organizado la parroquia de un pueblo. Al frente de la expedición iba un hombre joven muy vinculado a la parroquia.

«En el curso de las dos jornadas que viajamos en el autobús, habló de todo lo imaginable: de aviones y de fútbol, de las elecciones y de la comida. Reía mucho y se esforzaba por alegrar a todos. Algo parecido a nuestros animadores de masas.

Más tarde, ya de regreso, le pregunté:

- ¿Por qué no ha hablado usted ni una sola vez de Dios?

Y él me respondió:

- Porque si empiezo a hablar de Dios, pierdo a mi gente y me quedo solo.

- Pero la soledad no es nunca un pecado.

Al decirle esto pensaba que no era verdad que fuese a quedarse solo. ¡Cómo me habían escuchado a mí los campesinos!, cuando les hablaba de nuestra Iglesia, de la Iglesia en general. Y cómo me habían rogado que les hablase más y más» (T. Góricheva, Hablar de Dios resulta peligroso).

Sabemos cómo está el ambiente, y nos vamos conociendo; sabemos que dentro de nosotros están latentes los virus de todas las enfermedades -de todos los vicios-, y si se ponen las circunstancias propicias, uno acaba acomodándose a lo que "el mundo" dice, siendo cómplice de sus desórdenes.

Algunas veces tendremos que hacernos violencia, saber decir que no al ambiente. Ser fuertes para hacer lo que sabemos que debemos hacer, aunque para eso hayamos de dar la cara.

Un cristiano tiene muchas veces que hacer apostolado; es decir, tiene que explicar a los demás por qué hace el bien y no hace el mal, y, además, habla a los demás de Dios.

Los respetos humanos son la vergüenza que el diablo nos pone para no hacer lo que debemos o hacer, lo que no debemos, por miedo a lo que van a pensar o van a decir los demás de nosotros.

Sentir esa vergüenza no es malo, sí lo es consentirla y no hacer lo que se debe.

Jesús dio la cara, y los Apóstoles también, una vez que recibieron el Espíritu Santo. A partir de ese momento no tenían miedo a nada ni a nadie. Quedaron fatal delante de los enemigos de Cristo, pero ellos sabían lo que hacían y no podían no hablar de lo que habían visto y ellos practicaban.

"Es que nos van a matar...".

Bueno, ¿y qué? Los Apóstoles fueron mártires, y ahora son santos.

martes, 1 de julio de 2008

Allí estabas tú (XX)


22. ¿Eres un hipócrita?

El hipócrita era en el teatro griego el actor que, con una máscara y la indumentaria apropiada, representaba un papel. Aparentaba ser un personaje que no era en la realidad.

La soberbia alucina y hace que la imaginación haga vivir en la irrealidad, en la locura de imaginarnos estar representando en esta vida un papel que realmente no somos. La humildad, en cambio, lleva a estar en la verdad, a reconocer Quien es Dios, quiénes son los demás y quién soy yo.

Ya Jesucristo habló muchas veces del peligro de la hipocresía, de la enfermedad que padecían muchos de los fariseos. Ellos hacían cosas externas buenas, aparecían como honrados y celosos de Dios, mientras que su corazón estaba lejos de Dios, estaba centrado en ellos mismos.

A la vez, la hipocresía es una de las cosas que más molesta a la gente joven. Molesta encontrarse con alguien que aparenta ser amigo y luego va hablando mal de nosotros, o nos deja tirados cuando le necesitamos en el momento difícil, como hicieron los fariseos con Judas cuando fue a pedirles ayuda. Le dijeron: "Allá tú" (Mt 27,4), y no se preocuparon de su problema.

Junto a esto, rechazamos la hipocresía en nosotros mismos. Nos molesta ser hipócritas con Dios o con los demás.

Uno sabe que es hipócrita con los demás cuando su trato es superficial, no de verdadera amistad; cuando va con sus amigos por el bien que le reportan, pero no está dispuesto a hacer ningún sacrificio por ellos.

Tendríamos que preguntarnos el motivo de nuestra amistad y hasta dónde somos capaces de dar a los demás lo que necesitan.

También tendríamos que preguntarnos si no somos algo hipócritas para con Dios. Si no hacemos algunas cosas "para tenerle contento", para estar en regla, y no buscamos de verdad su amistad y hacer Su voluntad. Porque, incluso, podríamos inventarnos un cristianismo a nuestra medida, a la medida de nuestra comodidad, un cristianismo que no nos costara vivir.

Dios nos ha hablado y desea que realicemos su voluntad para vivir como cristianos. ¿Te cuesta alguna vez ser cristiano? ¿Te cuesta ir a Misa, vivir la caridad, la pobreza, la pureza, la obediencia...?

No se trata de intranquilizarnos innecesariamente, pero tampoco se trata de que no nos cuesten algunos aspectos de la vida cristiana sencillamente porque no los vivamos.

«Dios nos grita a través de nuestro dolor»


Entrevista con el filósofo José Ramón Ayllón

El diario La Vanguardia publicó una entrevista a José Ramón Ayllón en la que el filósofo, respondiendo a las preguntas de Ima Sanchís, abordó el misterio del sufrimiento y del dolor.

Originario de Santoña (Cantabria, España), Ayllón es católico, tiene 47 años y fue profesor de enseñanza secundaria durante 15 años. Actualmente, se dedica a escribir. Su especialidad es la ética.

Entre sus publicaciones, el libro «Dios y los náufragos» (Editorial Belacqua, Barcelona, 2002), al que alude en la entrevista, es un ensayo sobre el sentido de la vida, referido a su clave divina. En el volumen, el autor selecciona y deja hablar a 26 pensadores agnósticos, ateos, conversos, enfrentados a la más radical de las cuestiones, la pregunta sobre Dios.

–¿Dios es el espejo del hombre?

–Yo creo que más bien es al revés: el hombre está hecho a imagen y semejanza de Dios.

–Puede que nuestro papel en este planeta no sea alabar a Dios sino crearlo.

–Si usted está dispuesta a esgrimir las tesis hegelianas, defender que Dios es una sublimación de los deseos humanos, vamos a estar animados; pero déjeme advertirle…

–Adelante.

–Todos los conversos tienen en común que no se convierten a una teoría o a unas ideas, sino a una persona que tuvo nombre y apellidos y que se llamaba Jesucristo.

–¿Y qué más tienen en común?

–Todos los hombres de ciencia, novelistas, filósofos y pensadores que he seleccionado en «Dios y los náufragos» han tenido vidas conmovedoras y difíciles. Todos hablan desde un profundo conocimiento de la experiencia humana, del dolor y el sufrimiento.

–¿Dios se esconde detrás del sufrimiento?

–Una noche la Guardia Civil llamó a Narciso Yepes: «Su hijo ha fallecido». ¿Cree que alguien puede ver a Dios detrás de eso?

–A Dios o al diablo.

–«Cuando se vive con fe, le diría Yepes, se entiende mejor el dolor humano. El dolor acerca a la intimidad de Dios».

–¿Sabe?, adoro la alegría.

–Yepes, un converso, dijo que había alcanzado la certeza moral y hasta física de que la muerte es un paso maravilloso: «Llegar por fin a la felicidad que nunca se acaba y que nada ni nadie puede desbaratar».

–¿Qué le sucedió a este ilustre hombre?

–Había sido ateo toda su vida y un día, de repente, cuando estaba acodado en un puente del Sena, escuchó dentro de él una voz: «No sólo se hizo oír, escribió, sino que entró de lleno y para siempre en mi vida».

–¿No tiene un ejemplo más racional?

–Sí, Agustín de Hipona.

–¡Pero si era obispo y además santo!

–San Agustín fue un «play-boy» total y absoluto y, si no, lea sus «Confesiones». Lo que pasa es que era un tipo muy listo y llegó a Dios por eliminación de posibilidades. Él se da cuenta de que el corazón humano está hecho para ser feliz y no le salen las cuentas.

–Hasta ahí estoy de acuerdo.

–Pues sigamos. Tenemos un corazón con una capacidad inmensa para amar y ser amados y está claro que aquí, en la tierra, no lo vamos a llenar nunca.

–No me diga eso.

–San Agustín, Platón y Kant argumentaban que las necesidades del hombre existen porque pueden ser colmadas.

–Aunque no siempre lo sean…

–Ese es otro tema. El caso es que tenemos sed y hay agua, sentimos hambre y hay comida… Todos tenemos necesidad de justicia y el sentimiento interno de la dignidad humana; si no, no saltaríamos cuando nos pisan.

–El mundo está lleno de pisoteados.

–Eso le demuestra que existe un Dios que hará justicia; si no, por qué tenemos ese instinto. Ahí tiene la demostración kantiana de la existencia de Dios.

–Una idea simple.

–Y muy profunda. Recuerde lo que dijo Pascal, máximo exponente del racionalismo: «Para los que quieren creer en Dios hay suficiente luz. Para los que no quieren creer hay suficiente oscuridad».

–Hay un viejo proverbio que dice: «Dios escribe derecho con renglones torcidos».

–Todo agnóstico se encuentra con el escollo del sufrimiento humano. En su libro «El hombre en busca de sentido», Viktor Frankl, discípulo de Freud y superviviente de Auschwitz, explica que si ponemos a un chimpancé una dolorosa vacuna que puede salvar la humanidad, el mono no lo entenderá. La respuesta al dolor humano la tiene Dios.

–Es como un pez que se muerde la cola.

–El filósofo Clives S. Lewis, otro converso, reflexionó mucho sobre el dolor y concluyó que Dios nos habla por medio de la conciencia y nos grita por medio de nuestros dolores: los usa como megáfono para despertar un mundo de sordos.

–Bonita manera de devolvernos a la cruda realidad.

–«El dolor, la injusticia y el error –dice Lewis– son tres tipos de males con una diferencia: la injusticia y el error pueden ser ignorados por el que vive en ellos, mientras que el dolor no puede ser ignorado y toda persona sabe que algo anda mal cuando sufre».

–¿No tendría en su chistera una visión de Dios más «humana»?

–Je, je, vayamos a Gilbert K. Chesterton, considerado uno de los grandes escritores del siglo XX: «Después de haber permanecido en los abismos del pensamiento contemporáneo, tuve un fuerte impulso interior para rebelarme y desechar semejante pesadilla».

–Lúcido.

–Je, je… «Como encontraba poca ayuda en la filosofía y ninguna en la religión, inventé una teoría mística rudimentaria: la mera existencia era lo suficientemente extraordinaria para ser estimulante».

–Me gusta.

–En su opinión, la depresión del hombre era el peor pecado. Chesterton llegó a la conclusión de que los valores que predica el cristianismo –prudencia, templanza, justicia, fortaleza…– eran racionalmente la mejor opción: «La tremenda imagen que alienta en las frases del Evangelio se alza más allá de todos los sabios tenidos por mayores».

–De ahí a la Iglesia católica…

–Escuche, escuche a Chesterton: «Estoy orgulloso de verme atado por dogmas anticuados, como dicen mis amigos periodistas, porque sólo el dogma razonable vive lo bastante para que se le llame anticuado».