lunes, 30 de junio de 2008

De Etiopía a Canadá con un amigo


Hayat Hassan Ali

Nací en Etiopía y ahora vivo en Quebec desde 1985. Soy la más pequeña de una familia numerosa de 18 niños.

Cuando mis hermanos y yo nos vimos obligados a salir de Etiopía a causa de la guerra, mi abuela cosió una estampa de Mons. Escrivá en el revés de nuestro vestido para protegernos del peligro. Hasta la frontera tuvimos la seguridad de estar bien acompañados por nuestro amigo. Durante la larga caminata que hicimos para escapar, pasamos muchísima sed sin poder beber agua potable. Solamente encontrábamos charcos de agua sucia. La guía de la expedición, que conocía nuestra devoción al «santo», nos animó a rezarle de rodillas. Más adelante, al llegar al cruce de un camino, apareció un hombre vestido de blanco que nos hizo un gesto desde lejos indicándonos: «¡por aquí, ¡por aquí! ». Decidimos seguirle y nos encontramos delante de una fuente de agua clara donde pudimos saciar nuestra sed. No volvimos a ver al «ángel custodio» que nos guió hasta allí.

Mi abuela había conocido a Mons. Escrivá de Balaguer a finales de los años setenta cuando hizo un viaje a Fátima para rezar a la Virgen. Allí se encontró con una pareja española que le hablaron del fundador del Opus Dei. Después visitó España y aprovechó para conocer mejor a san Josemaría y la Obra. Mi abuela regresó feliz a Etiopía. Me enseñó enseguida a rezar la estampa y a besarla cada vez que salía o regresaba del colegio. También recitábamos su oración después del Rosario. Desde entonces he considerado a san Josemaría como mi mejor amigo.

Ahora, trabajo para la Nueva Evangelización de Quebec. Me encargo sobre todo de las actividades con los jóvenes en la diócesis. He participado en las distintas Jornadas mundiales de la Juventud. San Josemaría siempre me acompaña en estas aventuras. Por ejemplo, cuando en 2005 estábamos preparando el viaje para ir a Colonia nos faltaba mucho dinero. Animé al grupo de jóvenes que estaba conmigo a hacer una novena al fundador del Opus Dei. El último día, después de Misa, se acercó a mí una señora de la parroquia con un sobre. Tenía dentro un cheque de $25,000 para nosotros.

Desde que me involucré en los preparativos del Congreso Eucarístico Internacional 2008, le encomiendo todas las gestiones que tengo que hacer y los frutos del Congreso. Cada mañana, antes de empezar a trabajar me encomiendo a él diciendo: "Tú, que has pasado por momentos difíciles, de incomprensiones, etc., ayúdame a ser paciente y a hacer bien lo que tengo que hacer con optimismo." La previsión del número de inscripciones no era muy numerosa desde que supimos que el santo Padre no podría participar físicamente en el evento. Sin embargo, a dos meses de la apertura del Congreso, ya habíamos llegado a las 10,000 inscripciones, que era la cifra que nos habíamos propuesto desde el comienzo.

Allí estabas tú (XIX)


VII. LOS FARISEOS

21. Jesús da la cara

Jesús se ha quedado solo. Todos se han marchado. Se ha demostrado que muchos Le habían seguido por motivos humanos, porque encandilaba con sus palabras, porque solucionaba problemas, porque parecía que les libraría del yugo político.

Otros sí tenían unos motivos sobrenaturales, se fiaban de Él, pero ya se vio que hasta cierto punto.

Pedro, que había prometido dar su vida por la de Jesús, sacó una espada, una pistola, y quería arreglarlo a tiros. Pero Jesús cortó de raíz la violencia. Y mira a Pedro lanzándole la misma pregunta que a Judas: "¿A qué has venido?, ¿por qué me has seguido?; mi Reino no es de este mundo".

Era el colmo, ¡dejarse prender! Y todos huyeron. Hay que estar loco para dejarse pillar.

El Señor quiere que nos planteemos el motivo por el que Le seguimos. ¿Por qué soy cristiano? ¿Porque el ambiente entre los cristianos es bonito, porque somos muchos, porque ser católico está bien visto...?

Cuando todo iba bien, la gente Le seguía, todos se colocaban cerca suyo para salir en la foto, en los cuadros de Caravaggio, de Tiziano, de Rafael... Ahora, en el momento malo, en la hora de la persecución, se demuestra quién ha entendido el cristianismo.

"Bienaventurados seréis cuando os insulten y persigan y calumnien por mi nombre..." (Cf. Mt 5,11).

Y San Pedro: "Que ninguno padezca por homicida o por ladrón, o por malhechor o por entrometido; mas si por cristiano padece, no se avergüence, antes glorifique a Dios en este nombre" (1 Pe 4,15-16). ¿Hasta qué punto estás dispuesto tú a dar la cara por Cristo? ¿Hasta el martirio? Porque "la caridad, según las exigencias del radicalismo evangélico, puede llevar al creyente al testimonio supremo del martirio"(Juan Pablo II, Enc. Veritatis splendor, n.89).

Y pasan ante nuestra memoria los cientos de cristianos y cristianas crucificados, embadurnados de pegamento y encendidos, alumbrando las calles de Roma por donde paseaba de noche Nerón.

Y pasan por nuestro recuerdo los millares de martirizados en Uganda, en China, en los campos de concentración...

Al estallar la Guerra Civil española en 1936, había en la Diócesis de Barbastro ciento cuarenta sacerdotes. Los comunistas y anarquistas les buscaban, hasta con perros de caza que olfateaban el rastro, para darles muerte, sólo por el hecho de ser sacerdotes.

Consiguieron matar a ciento catorce sacerdotes, así como al Obispo -después de torturarle-, a cinco seminaristas, cincuenta y un misioneros del Corazón de María, nueve padres Escolapios y dieciocho monjes benedictinos.

El capellán de la ermita de Torreciudad era entonces Don José Muzás. Decían de él que era un sacerdote extraordinariamente piadoso y bueno. Desde pequeño tuvo la ilusión humana y la vocación divina de ser sacerdote. Era la alegría de su casa, la ilusión de su madre.

Mosen Muzás se escondió en los montes cercanos a Torreciudad. Pasaron los días y para poder sobrevivir, el día 20 de agosto se acercó al pueblo cercano de Graus. Cuando llegaba por el camino, los milicianos le dieron el alto y le pidieron el salvoconducto.

El sacó un crucifijo que llevaba en el pecho y dijo:

- Este es mi salvoconducto para ir al cielo.

Lo llevaron a la cárcel del pueblo y al día siguiente por la noche lo fusilaron en el cementerio (Santos Lalueza, Martirio de la Iglesia de Barbastro).

A los cristianos se nos llama "los fieles" precisamente por eso, por nuestra fidelidad a Cristo, a su doctrina. Somos fieles a nuestra palabra dada.

"Si el martirio es el testimonio culminante de la verdad moral, al que relativamente pocos son llamados, existe no obstante un testimonio de coherencia que todos los cristianos deben estar dispuestos a dar cada día, incluso a costa de sufrimientos y de grandes sacrificios" (Juan Pablo II, Enc. Veritatis splendor, n. 93).

Jesús, después de haber invitado a sus discípulos a que Le siguieran, les puso a prueba su fidelidad. Cuando prometió la institución de la Eucaristía muchos Le abandonaron, porque les parecían duras aquellas palabras. "¿También vosotros queréis marcharos?", le dijo. Y no Le dejaron, porque sólo Jesús tiene palabras de vida eterna.

En el Huerto de los Olivos se ha vuelto a poner a prueba su fe y su amor, a ver si son capaces de dar la vida por el amigo. Y Le han dejado.

Los alguaciles llevaron a Jesús delante del Sumo Sacerdote, y éste, a su vez, Le puso entre la espada y la pared: "¿Eres tú el Mesías, el Hijo de Dios vivo?"

Hubiera sido muy fácil, muy fácil haberse hecho el loco, decir que había sido una manera de hablar... Jesús hubiera salvado su vida. ¡Pero es que Jesús era –es– el Hijo de Dios!

No tenía miedo a la verdad aunque le acarreara la muerte.

Para que comprobaran que estaba en su sano juicio y que sabía lo que estaba diciendo, añadió: "Veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del Poder y viniendo sobre las nubes del cielo" (Mt 26,64)

La cara de Caifás, y la de los otros, palideció. Ellos sabían qué les decía, pues eso estaba profetizado por el profeta Daniel. Pero ellos no querían un Mesías así, querían otro, un libertador político.

Fue un momento de tensión. De pronto, la cara de Caifás enrojeció con el reflejo del infierno e hizo un gesto teatral para romper el encanto que habían dejado las palabras de Jesús en el ambiente: se rasgó las vestiduras.

Entonces, uno, un cualquiera, se acercó a Jesús y le dio una bofetada.

Fue el detonante de la Pasión.

Hasta ese momento nadie ha puesto las manos sobre el Señor, nadie se ha atrevido.

Acaban de golpearle y el Sumo Sacerdote no ha dicho nada, ni Jesús le ha lanzado un rayo que le destroce.

A partir de este momento, todo el que lo desee Le puede golpear. ¡Le he pegado y no me ha pasado nada! Lo que siempre dice el pecador...

Golpear, ser cruel, hasta matar, es una manera de acallar la propia conciencia, de demostrarse uno a sí mismo que tiene razón, de que puede a la verdad, porque la verdad no se revuelve contra él...

... de momento.

domingo, 29 de junio de 2008

Allí estabas tú (XVIII)


20. Compromiso cristiano

Era a la caída de la tarde, de una tarde de agosto, junto a un río, cuando un joven leyó por primera vez el primer párrafo de un libro de espiritualidad llamado Camino: "Que tu vida no sea una vida estéril. -Sé útil. -Deja poso. -Ilumina, con la luminaria de tu fe y de tu amor. Borra, con tu vida de apóstol, la señal viscosa y sucia que dejaron los sembradores impuros del odio. -Y enciende todos los caminos de la tierra con el fuego de Cristo que llevas en el corazón" (San Josemaría Escrivá, Camino, 1). Era todo un programa de vida, y su vida empezó a cambiar.

La juventud es la época de entusiasmarse con ideales altos, con empresas ambiciosas, arriesgadas; tiempo de hacer algo por la Humanidad, por los necesitados. Es el tiempo del amor.

Y uno se apunta, se enrola en la aventura, aunque tenga riesgo -y por eso mismo- para conseguir un trofeo, la cumbre de una montaña o sacar un periódico adelante. Quien no vive la vida así a los veinte años no sabe ser joven, tiene artrosis en el alma y arrugas en el corazón.

Pero en todas esas empresas se sabe, más o menos conscientemente, que una vez logrado el objetivo, o que pasados los años, uno tendrá que dejar ese empeño. Así es la vida.

Cuando Cristo salió al encuentro del mundo y les proponía alistarse en su empresa sobrenatural, la gente entendía que se trataba de algo muy exigente, que cogía todos los afanes y toda la vida. Por eso ser cristiano -cuando a uno se lo explican bien- tiene un atractivo especial para la gente joven.

Jesucristo es quien más ofrece -la felicidad propia y la de los demás- y quien más pide. La aventura de ser cristiano es la más apasionante que pueda haber: conocer a Dios a fondo, conocerse uno a sí mismo sin falseamientos y ayudar a la Humanidad entera a resolver los problemas. Y todo ello basado en la Ley del amor. ¿Qué más quiere uno? ¿Qué más le puede pedir uno a la vida, con lo corta y problemática que es?

Cuando se bautizaban, los primeros cristianos ya sabían a qué venían, y que iban a chocar con los paganos. Posiblemente nosotros hayamos sido bautizados cuando éramos pequeños, pero al llegar a la juventud uno tiene que plantearse porqué está en la Iglesia, porqué quiere vivir todo el compromiso cristiano, la radicalidad del amor a Dios y a los demás.

No te extrañes que un día te preguntes por qué vas a Misa, o por qué el dolor en el mundo, o por qué existen los sacerdotes y la gente entregada a Dios, o por qué la radicalidad en vivir la honradez, o tantas otras cosas.

Dios quiere que nos hagamos preguntas, permite que tengamos dudas, que veamos buenos o malos ejemplos e, incluso, tengamos tentaciones o enfermedades. La solución no consiste en actuar como Judas que, ante la dificultad y las preguntas que se hacía, prefirió seguir su comodidad y acabó criticando la doctrina del Señor.

No, la solución no es ésa. La solución está en consultar a un sacerdote, en intentar resolver las cuestiones en presencia de Dios para acertar sobre la verdad de nuestra vida: saber para qué hemos nacido.

Es natural que, ante las exigencias de Cristo en las bienaventuranzas, uno se plantee seriamente si Le sigue o no. A medias, ya hemos visto, no se puede estar.

Te animo a que conozcas a fondo el mensaje cristiano. Esto es fundamental, porque si uno sólo se queda en aspectos externos, de lo que hace tal o cual persona, o no sabe lo que son los Sacramentos, la Gracia, y todo lo demás, claro está que no atrae mucho, y otras religiones ofrecen más.

Entérate bien, pon de tu parte lo que haga falta para enterarte, y busca conocer a Jesucristo, que es el Modelo y la Vida de cada cristiano. Verás que la tarea de la vida interior y del apostolado es una aventura que colma las más íntimas aspiraciones.

Y te comprometerás.

La vida vivida así no es una vida inútil, sino todo lo contrario: será algo que ha merecido la pena. Basta leer la vida de cualquier santo.

Eres joven, tienes tu vida en tus manos.

En el fondo de tu ser hay un deseo de hacer algo grande, de emplear tu vida en algo que merezca la pena.

Con los años, serás el tipo de mujer, de hombre, que quieras ser.

Depende de lo que decidas y hagas ahora.

Conmovedora historia de un médico abortista


Publicado en la Gaceta de los Negocios

En un testimonio a la emisora de radio 'Rainha da Paz', un médico brasileño que efectuó durante años el aborto relató su dolorosa e intensa experiencia de conversión, iniciada después de la muerte de su hija.

El médico comentó que es el único hijo hombre de una familia humilde del interior de Minas, y que "con sacrificio y unión" fue el único que tuvo la oportunidad de estudiar, "pues mis hermanas no terminaron la enseñanza secundaria".

"Mi madre era una simple costurera que trabajaba hasta las madrugadas para ayudar a mi padre. Mi padre era un guardia nocturno. Por eso se pueden imaginar el sacrificio que hicieron para tener un hijo médico. Luego escogí la ginecología y la obstetricia", afirmó.

"Entre las mayores dificultades enfrentadas como médico recién formado, choqué con la realidad de lo que es mi profesión. En un largo tiempo los médicos se vuelven ricos, y yo quería más, quería enriquecerme y tener más dinero".

"Me enriquecí escondido tras la máscara de la vitalidad"

"Fue así como violé el juramento que hice cuando me formaba para dar la vida, para salvar la vida. Ayudé a muchos niños a venir al mundo, pero también a muchos de ellos no les permití nacer y me enriquecí escondido tras la máscara de la vitalidad", agregó el médico.

Sobre su vida abortista, el experto explicó que "puse un consultorio que en poco tiempo se convirtió en el más visitado de la región. Y saben ¿qué es lo que hacía?: abortos".

"Y como todos los que cometen el crimen, me decía a mi mismo que todas las mujeres tienen el derecho de escoger y que era mejor que sean ayudadas por un médico para no correr los riesgos de ir a una clínica clandestina donde los índices de muertes son alarmantes".

"Un ciego e inhumano oficio de medicina"

"Y fue así, en un ciego e inhumano oficio de medicina, que construí una familia con muchos bienes, muy rica y que nada le faltaba. Mis padres murieron con la ilusión de que su hijo era un doctor bien logrado, exitoso".

"Crié a mis hijas con el dinero manchado con la sangre de inocentes y fui el más despreciable de los humanos. Mis manos, que debieron ser bendecidas para la vida, trabajaron para la muerte", agregó.

Su conversión

Entrando al tema de su conversión, el médico explicó emocionado que "sólo paré cuando Dios en su sabiduría infinita, rasgó mi conciencia e hizo sangrar a mi corazón con la misma sangre de todos los inocentes que no dejé nacer".

"Mi hija menor, Leticia, dejó de respirar por una infección generalizada después de haberse sometido a un aborto. Ella, de 23 años de edad, salió embarazada y buscó el mismo camino de tantas otras que me fueron a buscar: el camino del aborto. Y sólo supe de esto cuando ya nada se podía hacer".

"Al lado del lecho de muerte de mi hija, vi las lágrimas de todos esos angelitos que yo maté. Mientras ella esperaba la muerte, yo agonizaba junto a ella".

"Fueron seis días de sufrimiento para que en el séptimo día ella partiese hacia el encuentro con su hijo, al cual un médico asesino le impidió nacer", comentó.

"Cansado por las noches que pasé al lado de mi hija, yo soñé que andaba por un lugar absolutamente oscuro y muy húmedo, en el que quería respirar pero no podía, yo quería salir desesperadamente pero fui envuelto por un lugar en donde el estruendo me dejaba atónito".

"Eran los llantos dolidos de los niños que en mi pensamiento, como si un rayo me cortase por la mitad, veía en mi entendimiento: los llantos eran de dolor, eran los lamentos de los angelitos que yo no dejé nacer. Era la triste consecuencia de mis actos sin pensar, esos llantos que gritaban ¡asesino!, ¡asesino!", afirmó el médico.

"Asustado para salir de aquel lugar, pasé mi mano por mi rostro para secar mi sudor y mis manos se mancharon de sangre! Aterrorizado grité con toda la fuerza que me quedaba un pedido de perdón: ¡Dios me perdone! Sólo así logré respirar nuevamente y me acordé de que era tiempo de acoger y valorar el último respiro de mi hija, que murió por las consecuencias de la infección que le produzco el aborto. Yo sé eso a través de mi sueño", agregó.

El experto comentó que "Dios me hizo entender que a partir del momento de la fecundación del óvulo existe vida, por lo que entendí que soy un asesino".

"Ahora, practico una medicina de verdad"

"No sé si algún día Dios me va a perdonar, pero para restar mi culpa y mi dolor, vendí mi consultorio y todos los bienes que conseguí con la práctica del aborto y con ese dinero, construí una casa de amparo para madres solteras y me dedico hoy a atender y practicar ¡una medicina de verdad!".

"Hoy soy médico de los pobres, de los desamparados y desvalidos, y los niños que vienen al mundo a través de mis manos son hijos que adopto pues sé que tengo una sola misión: traer la vida al mundo y dar condiciones para que los niños tengan un lugar feliz donde el padre es Jesús".

"Recen por mí, recen para que Dios tenga piedad de mí y me perdone, porque tengo la seguridad de que participaré del juicio final", concluyó.

sábado, 28 de junio de 2008

Allí estabas tú (XVII)


19. Síntomas de la tibieza

- Judas, te has vuelto tibio.

- ¿Tibio yo?

- Sí, te voy a explicar qué es la tibieza y por qué sigues malhumoradamente a Jesús y te fastidia tener que vivir como un Apóstol.

La pereza es un pecado capital; no, no me refiero al mero dejar las cosas para después. La pereza o acedia es una especie de tristeza, precisamente la tristeza sobre el bien divino del hombre. Te da tristeza el hecho de que Dios te haya elevado a algo grande. Es la tristitia saeculi, aquella tristeza del mundo de la cual dice San Pablo que "lleva a la muerte" (2 Co 7,10).

Por eso Le tienes aversión constante y huyes de la luz de Dios, porque te ha elevado a un modo de ser superior, divino, y esto implica vivir de una determinada manera, menos cómoda con tus caprichos. Preferirías que Dios te hubiera dejado en paz, que no te hubiera llamado a ser santo.

Judas, estás renunciando tristemente, egoístamente, a tu vocación cristiana. Prefieres no ser santo, porque "nobleza obliga" a vivir como hijo de Dios (Cfr. J. Pieper, Sobre la esperanza).

Sí, has caído en la tibieza. Porque no haces oración, y cuando la haces no piensas más que en ti y en tus cosas, no en Él y en sus cosas. Y has empezado a frecuentar ambientes que no te favorecen, y lo sabes. ¿Qué hacías de noche en aquel ambiente donde sabías que se ofendía a Jesús? Seguro que te han prometido la felicidad en la tierra si te apartas de El, si cometes un pecado.

- Yo no quiero cometer un pecado mortal. Yo voy a procurar apartarme de El, pero sin llegar a eso.

- No, no; si no quieres ir al infierno. Pero también sabes que para ir al Cielo es preciso vivir como hijo de Dios.

- Mira, lo que voy a hacer es entregarle, porque ya he dicho que lo iba a hacer, y si no quedo mal; pero luego me voy a mi casa como si nada, como si no le hubiera conocido nunca...

- Sí, con un beso, guardando las apariencias, y por la espalda clavando el cuchillo. ¿Pero no te das cuenta a dónde puede llevar la doble vida? Claro, ya lo dijo Jesús, "El que no está conmigo, está contra mí" (Mt 12,30). No se puede estar a dos aguas. O sí o no. O frío o caliente. Pero tibio ¡no!

* * *

"Aún estaba hablando, cuando llegó Judas, uno de los doce, y con él una gran turba, armada de espadas y garrotes, enviada por los príncipes de los sacerdotes y los ancianos del pueblo. El que iba a entregarles les dio una señal (...). Al instante, acercándose a Jesús, dijo: Salve, Rabbí. Y le besó. Jesús le dijo: Amigo, ¿a qué has venido?" (Mt 26,47-50).

Judas se ha quedado boquiabierto. Esas palabras le han desconcertado. ¡Amigo! ¡Es a uno de los pocos a quien Jesús llama amigo en los Evangelios! Jesús le quería mucho y confiaba en él: era el administrador del grupo, y entre los judíos ese encargo... Para Jesús, Judas era muy importante, le amó y le seguía amando, su llamada seguía en pie.

¿A qué has venido? ¿A qué viniste a la existencia sino para ser San Judas Iscariote y evangelizar el país que se te encargara? ¿A qué viniste a la Iglesia cuando te llamó por primera vez? A darte del todo. Jesús te prometió el Cielo, la felicidad si tú... creías en El como Señor y Dios tuyo y le amabas por encima de todo.

"Efectivamente, ésta es la vocación: una propuesta, una invitación; más aún, un afán de llevar al Salvador al mundo de hoy que tanta necesidad tiene de El. Una negativa significaría no sólo rechazar la palabra del Señor, sino también abandonar a muchos hermanos nuestros en el error, en el sin sentido o en la frustración de sus aspiraciones más secretas y más nobles, a las que no saben y no pueden dar respuesta por sí solos¨ (Juan Pablo II, Audiencia 17-XII-1981).

¿Para qué está el hombre en la tierra sino para amar y servir a Dios y a todos los hombres? ¿No estamos hechos para amar? ¿Qué sentido tiene estar en el mundo amándose a sí mismo sin Dios?

Amigo..., amigo... Nos lo dice Dios. Dios que nos ha creado, que nos ha amado primero y nos llenó de dones. Y algunos no quieren su amistad, la amistad de Dios, por... unas malditas treinta monedas. Por el apego a su propio juicio, a su opinión, a un trozo de tierra, a un amor humano...; por su ansia equivocado de libertad. De pensar que los mandatos de Dios coartan su libertad.

¡Mi libertad!, podría decir Judas. ¿Libertad? ¿Tu? Tú, que te dejas comprar por treinta mil pesetas? No, Judas, la libertad es algo mucho más grande; es un don de Dios, precisamente para amar y ser fieles a Dios.

* * *

Se habían llevado a Jesús atado, los demás habían salido corriendo. Y allí estaba él, Judas, sólo en ese huerto de muerte dándose cuenta de que había traicionado lo más valioso de su vida, su sentido. Había jugado cartas muy fuertes pero no preveía el desenlace. ¡Van a matar a Jesús, y lo había hecho él! Y eso sí que era un pecado mortal. ¿Adónde ha llegado Judas? A lo más bajo.

Judas lo tenía muy difícil porque, precisamente había traicionado a Quien le podía salvar. ¿Cómo ir a Jesús si había sido él el culpable? No sabía, sin embargo, que era muy fácil obtener el perdón. El problema es que se estaba obcecando. Bastaba que hubiera dicho: "Jesús, perdóname" para que hubiera sido perdonado.

Pero eso tiene la falta de humildad, que no se es capaz de pedir perdón. Todo tiene arreglo en esta vida. Pero esto tiene la dinámica del mal: la falta de sinceridad, de humildad, va borrando el propio camino de la humildad, de la salvación.

Judas se encuentra sin Jesús, sin Dios. Por no querer vivir como hijo de Dios, se imagina solo. Es muy peligroso seguirle el juego al diablo...

De Judas nunca más se supo. Su vida fue una vida estéril, sin fruto, que no ha servido para nada, ¡cuando estaba destinado a ser santo!

Lamentable biografía. Al menos que sirva de experiencia ajena para que los tibios espabilen y reaccionen.

Y que te ayude a ti a ser sabio y tu vida no tenga otro recuerdo que la inutilidad.

«EL TIEMPO PASA, PERO LA ETERNIDAD NO»


"Hablando bajito, como en confidencia, Caviezel confiesa que es un católico fervoroso y practicante; y añade que jamás ha ocultado aquello en lo que cree, aunque alguien pueda violentarse".

Por Luis Olivera
Periodista

Tras unos inicios difíciles en el mundo del celuloide, Jim Caviezel está empezando a despuntar. Después de conseguir pequeños papeles en varios filmes, estos días se ha estrenado en España su película «La venganza del Conde de Montecristo», nueva adaptación norteamericana para el cine de la obra inmortal de Alejandro Dumas. Jim Caviezel ("La delgada línea roja", "Frequency") es el actor que da vida al protagonista de la famosa novela (Edmond Dantès). Acaba de visitar Madrid para hablar del filme que, por ahora, está funcionando bastante bien en taquilla. Pero Caviezel no es un actor común y corriente dentro del complejo universo de Hollywood.

Tras su aspecto de galán, hablando bajito, como en confidencia, Caviezel confiesa que es un católico fervoroso y practicante; y añade que jamás ha ocultado aquello en lo que cree, aunque alguien pueda violentarse: «Prefiero eso a que Dios sienta vergüenza de mí». Primera sorpresa, dentro de unas declaraciones que sólo acaban de empezar. Desde luego es poco común en el mundo de las estrellas de la pequeña pantalla, en las que se fijan muchos jóvenes como modelos a imitar. Parece difícil compaginar la vida que llevan las estrellas de Hollywood, lugar de lujo, glamour y materialismo por excelencia, con una vida espiritual seria. Caviezel, sin embargo, tiene una explicación contundente: «Cuando una persona empieza a sentir a Dios, no está dispuesto a tener menos que eso».

El atractivo y enigmático Caviezel afirmaba en Madrid que, «cuando vimos cómo iba a desarrollarse mi personaje, leí el libro. Pero no quería centrarme sólo en el tema de la venganza». Porque el personaje ha sido encarcelado injustamente, tras ser delatado por un amigo suyo (Guy Pearce). Pero consigue evadirse de la prisión y volver con otra identidad y con sed de venganza. El actor matiza que no ha querido apoyarse sólo en esa ansia negativa de revancha: «Porque existe otro (tema) más importante, el de la libertad. No puedes considerarte una persona libre, si espiritualmente no lo eres». Así, Dantès sale de la cárcel de mazmorras lóbregas y húmedas, pero sigue sin ser un hombre libre.

Jim Caviezel siguió hablando de su experiencia vital en la meca del cine, llevándonos de sorpresa en sorpresa: «Perdí la inocencia en Hollywood, porque también yo estuve en el camino equivocado. Porque quería vivir con sus propias reglas y eso no ayuda a tu alma». Pero la fe y el empeño personal de Jim Caviezel le ayudaron a salir de esa jaula dorada, de ese dilema hamletiano del ‘ser o no ser'. Precisamente ahí ve él la cuestión: «Dios te da a elegir entre el bien y el mal. La libertad te la da una creencia, la creencia en Dios. Cuando decidí que las reglas de Hollywood no me valían, retomé mi libertad». Y es que la libertad auténtica estriba en escoger el bien, que es el que te da alas para volar por encima de tus limitaciones, que son siempre tan humanas: el afán de placer, de poder o de dinero, girando siempre alrededor de uno mismo. Es lo que Alejandro Llano ha denominado “generación del yo”.

En este caso concreto, Caviezel considera que «el problema en Hollywood es el dinero». Algo que, sin embargo, también ocurre en la política o en un pueblo pequeño. «Pero un día deberás rendir cuentas». Allí sabremos qué cosas están mal: hay quien se impone una meta y, para conseguirla, justifica cuestiones con las que antes no estaba de acuerdo. «El problema del siglo XX es que no se diferencia entre lo bueno y lo malo». Que la norma es precisamente no tener ninguna regla objetiva de medir los propios actos y los ajenos. Eso también le ocurre al conde de Montecristo, «a quien todos le dicen que no se olvide de Dios». Lo que demuestra que esa preocupación no es algo de una época determinada, más o menos oscurantista y perdida en la noche de los tiempos, sino una constante que se presenta en la vida, a todo hombre o mujer, antes o después. Y que la lucha entre el bien y el mal, con nuestra libertad por en medio, también es otro de los problemas humanos fundamentales.

Pero Caviezel nos sorprendió todavía más: «Dos semanas antes de que Malick me diese el papel de ‘La delgada línea roja', soñé que Dios me mostraba lo que iba a ser mi carrera. También el poder, la tentación; y me llevó a un lugar que debía ser el Edén. «Yo quería una manzana, pero Dios me dijo que no podía tenerlo todo».

«Cuando desperté –añadió el actor, poniendo la guinda a su suculenta confesión en voz alta--, supe que Malick me ofrecería ese trabajo. Dios me mandó a Hollywood. Desde entonces, decidí que hablaría sin pelos en la lengua de mis creencias. Porque el tiempo pasa, pero la eternidad no» .

viernes, 27 de junio de 2008

Allí estabas tú (XVI)


VI. JUDAS

18. Una vida inútil

Ahora es de noche. Ya era de noche cuando Judas salió del cenáculo. Y dentro de él todo era oscuridad. Pero años atrás las cosas no habían sido así.

Hablemos con él.

- Judas, si quisieras, podrías recordar aquel día caluroso, lleno de luz, uno de esos días de verano. Tú estabas sentado sobre una piedra y Jesús se acercó. Tuviste que ponerte la mano como una visera para proteger tus ojos del sol. Y pudiste ver a Jesús, con quien ya habías hablado otras veces. Detrás estaban Pedro y los otros. Y ahora te llamaba a ti. En su boca una sonrisa, en sus ojos un fuego más fuerte todavía que el sol que tenía detrás de sí.

Y tú te llenaste de alegría, de ilusión, porque tú -el único de tu pueblo- eras uno de los afortunados para acompañarle en esa gran aventura de la salvación.

Pero todo fue cambiando. Lentamente.

Había cosas que no entendías y no fuiste a decírselas a Jesús. También Pedro y Juan y los otros no entendían y preguntaban. Pero tú te lo guardabas. No acababas de ser sincero con El, aunque suponías que El acabaría por saberlo. También los otros metían la pata, y Jesús les corregía y enseñaba a ser cristianos, pero tú no has querido aclararte porque no estás dispuesto a cambiar. Prefieres tu amor propio antes que el programa de las bienaventuranzas que Jesús ofrece. No estás dispuesto a ser manso, ni a llorar, ni a ser pobre..., porque cuesta.

Sabías a lo que te comprometías el día que el Señor te llamó. Sabías que dejar todo era la condición para ser alegre y eficaz. Todo era todo el dinero, todas tus ilusiones, todos tus caprichos y toda tu inteligencia. Sí, porque lo que más te cuesta es ceder tu modo de ver las cosas.

El secretario de Juan Pablo II muestra el misterio de la Eucaristía


(ZENIT.org).- No permanezcáis al borde del misterio de la Eucaristía sino zambullíos profundamente en él para aprender lo que queda por conocer, urgió el secretario de Juan Pablo II, actual arzobispo de Cracovia, a los participantes en el Congreso Eucarístico Internacional.
El cardenal Stanislaw Dziwisz expuso su invitación en una homilía pronunciada en el segundo día del acontecimiento, que se celebra en Quebec, Canadá, hasta el domingo próximo.
Unos 11.000 peregrinos, 50 cardenales y más de 100 obispos se han reunido para reflexionar sobre el tema "La Eucaristía Don de Dios para la Vida del Mundo".
"La Eucaristía no es sólo un memorial del misterio pascual en el sentido de una conmemoración y de hacer presente el tránsito pascual del Señor -dijo el cardenal Dziwisz-. La Eucaristía es también un memorial que sitúa al creyente ante la cuestión de su propio ‘Yo rememoro, yo recuerdo', un memorial que sitúa a la entera comunidad de la Iglesia ante la cuestión: ¿Qué significa lo que ‘yo rememoro, yo recuerdo'?".
"‘Yo rememoro' significa ‘yo estoy presente' en el misterio pascual, ‘me dejo introducir en una dimensión del mundo en la que Dios salva a cada hombre y a toda la humanidad", explicó el cardenal.

Y añadió: "Con la gracia de la fe [...] subo al Calvario para ver, para contemplar al único Cordero Pascual. Dejo la Galilea de los milagros, la Samaría de las preguntas sobre el agua de la vida y la Jerusalén de los debates con los fariseos, dejo el Mar de Galilea -el lago de pesca abundante y escasa, el lago de la tempestad y la calma- y llego al Gólgota, y estoy allí, en el centro del misterio de la salvación.
"‘Yo rememoro, yo recuerdo, de un modo Eucarístico' significa que no estoy en cualquier lugar sino en el centro de la Iglesia, en el corazón del hombre y en corazón de Dios mismo".
"‘Yo recuerdo' significa que yo también hago presente este misterio aquí, donde estoy", añadió.
"El hombre que ha pisado una vez el Gólgota -dijo el cardenal Dziwisz- con el don de la gracia de la fe, siempre lleva en su corazón la marca del sacrificio pascual. ‘Yo recuerdo de un modo Eucarístico' significa que tengo una imagen y un testimonio vivos de la muerte y resurrección de nuestro Señor".

"Seríamos desagradecidos con la Eucaristía -añadió- si la encerramos en los altares de todo el mundo. Seríamos meros espectadores del sacrificio de salvación de Cristo en el Calvario, si nosotros mismos no nos hacemos Calvario".

El cardenal de 69 años abordó luego el misterio pascual: "Sobre todo, se debe ser humilde ante el misterio".
"Humildad ante el misterio significa un fe profunda y sencilla, que sabe que para Dios el pan y el vino, el Cuerpo y la Sangre son suficientes para rescatar al mundo entero".
"El misterio no invita sólo a la humildad -añadió el cardenal Dziwisz-. El misterio también llama al conocimiento".
"Si yo se que estoy al borde de un océano, me pregunto que hay más allá del horizonte. Al mismo tiempo, con este interrogante viene un puro deseo de partir, descubrir y conocer algo que es todavía inimaginable, inconcebible hoy [...]".
"Si por tanto la Eucaristía es un misterio pascual, y nosotros somos conscientes de estar todavía al borde de este gran misterio, no temamos ni nos quedemos fuera de él. Consintamos en dejarnos llevar por este deseo natural de conocer lo que es todavía impenetrable. No pensemos que sabemos algo y que ya lo hemos aprendido todo".

El cardenal añadió: "Quedarse al borde del océano significa decir de hecho que no hay nada nuevo tras el horizonte. Creer que la Eucaristía es un misterio es, de hecho, no cansarse nunca de conocer el tránsito pascual de nuestro Señor más profundamente".
"La Pascua es sobre todo el paso a la libertad -añadió el cardenal Dziwisz-. Cuando el pueblo elegido se sentó a la mesa en Egipto aquella noche inolvidable, la décima del mes primero, para comer el cordero pascual, todo el pueblo pensaba que era la última noche de cautividad".
"Cuando Jesús, el Cordero Pascual, fue inmolado en la cruz, Dios, con la muerte de su Hijo, puso a la humanidad liberada en el camino de la libertad".

Y añadió: "Cada día en la Eucaristía, en los altares de todo el mundo, Dios dice [...] ‘Vosotros ya no sois esclavos, sino hijos'".
"Es el don de la Eucaristía para el mundo -afirmó el arzobispo de Cracovia-. El don asegura el final de la cautividad, la Pascua libera a cada uno".
"Celebrar la Pascua significa también comer. Se puede decir también que no hay pasaje, camino a la libertad sin comer la Pascua".
"Si para nosotros la muerte y resurrección de Jesucristo es la Pascua de la Nueva Alianza, y la Eucaristía es el memorial y la presencia, es difícil hablar del don liberador de la Eucaristía si esta no es comida -dijo el cardenal Dziwisz. Ni el Cuerpo ni la Sangre del señor serán nunca un don para nosotros o para el mundo si no son comidos con dignidad".

Trabajo, santidad, apostolado


Homilía en la fiesta Litúrgica de San Josemaría (Basílica de San Eugenio (Roma), 26-VI-2008). Mons. Javier Echevarría, Prelado del Opus Dei

1. Queridos hermanos y hermanas.
Los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios (Rm 8, 14). Es ésta la asombrosa verdad que nos recuerda la segunda lectura de la Misa de hoy, con palabras de San Pablo a los Romanos. Una verdad esencial de la fe cristiana, que —por querer divino— se convirtió en el eje de la predicación de San Josemaría Escrivá de Balaguer, desde el comienzo de su vocación. Me viene a la memoria la frase con la que abre el libro Forja: Hijos de Dios. —Portadores de la única llama capaz de iluminar los caminos terrenos de las almas, del único fulgor, en el que nunca podrán darse oscuridades, penumbras ni sombras.
—El Señor se sirve de nosotros como antorchas, para que esa luz ilumine... De nosotros depende que muchos no permanezcan en tinieblas, sino que anden por senderos que llevan hasta la vida eterna (Forja, n. 1).

La conciencia de la filiación divina en Cristo empujaba a San Josemaría, dócil instrumento del Paráclito, a comunicar esta gran nueva a todas las personas con las que se encontraba en su caminar terreno, animándolas a recorrer las vías de la santidad. Porque, como continúa el Apóstol, el Espíritu mismo da testimonio junto con nuestro espíritu de que somos hijos de Dios. Y si somos hijos, también herederos: herederos de Dios, coherederos de Cristo; con tal de que padezcamos con él, para ser con él también glorificados (Rm 8, 16-17).
Estas reflexiones nos mueven a elevar nuestra gratitud a Dios, también por haber dado a la Iglesia la vida de San Josemaría, instrumento del que se ha servido para reavivar en muchas almas la conciencia de la filiación divina.

Demos gracias al Señor también porque, dentro de pocos días, el 28 de junio, por decisión del Santo Padre, que quiere celebrar de este modo el segundo milenio del nacimiento del Apóstol de los gentiles, dará comienzo un año paulino. Es una ocasión muy especial para meditar sobre la vida y la doctrina de San Pablo, un acontecimiento que nos estimula a seguir a Cristo imitando el arrojo y la completa entrega que descubrimos en la existencia de este gran Apóstol.

Un nuevo motivo de acción de gracias proviene del hecho de que hoy, en el Tribunal de la Diócesis de Roma, se ha clausurado el proceso informativo de la Causa de beatificación y canonización del Siervo de Dios Mons. Álvaro del Portillo. Es sólo un primer paso, pero un paso que a nosotros —con tantas otras personas del mundo entero— nos llena de alegría, pues vemos en el queridísimo don Álvaro el hombre íntegro, el cristiano auténtico, el buen pastor, el hijo fidelísimo de San Josemaría, porque ha sido el que mejor ha sabido —con la gracia de Dios— seguir sus huellas, acogiendo en sí plenamente el espíritu que Dios comunicó al Fundador del Opus Dei.

2. La fiesta de hoy, además de recordarnos que la llamada —¡la vocación cristiana!— a la santidad tiene su fundamento en la realidad de nuestra filiación divina, nos invita a considerar el marco en el que se encuadra esta llamada: la vida cotidiana normal y, concretamente, el trabajo profesional y la vida en familia, que llenan la mayor parte de nuestras jornadas.

Trabajar es ciertamente una actividad encaminada a subvenir a las necesidades económicas personales y familiares; pero, como nos ha enseñado San Josemaría, el trabajo deber ser mucho más, pues nace del amor, manifiesta el amor, se ordena al amor (Es Cristo que pasa, n. 48).

En efecto, después de haber creado a nuestros primeros padres, Dios tomó al hombre y lo colocó en el jardín de Edén para que lo trabajara y lo guardara (Gn 2, 15). Meditando esta página del Génesis, San Josemaría se llenaba de alegría y de gratitud. El trabajo —escribía— es la vocación inicial del hombre, es una bendición de Dios, y se equivocan lamentablemente quienes lo consideran un castigo.
El Señor, el mejor de los padres, colocó al primer hombre en el Paraíso, «ut operaretur» —para que trabajara (Surco, n. 482).

El trabajo, pues, no es un castigo —el mandato de trabajar es anterior al pecado original—, sino un encargo confiado a todos los hombres para que puedan cooperar con Dios en el desarrollo ordenado de la creación material. Meditando esta enseñanza de la Sagrada Escritura, el Fundador del Opus Dei vio —con luces recibidas del Señor— el gran valor del trabajo como medio de santidad y de apostolado.

Durante un congreso sobre las enseñanzas de San Josemaría, el entonces Cardenal Ratzinger subrayaba la notable contribución dada por nuestro Padre a la solemne proclamación de la llamada universal a la santidad, hecha en el Concilio Vaticano II. Se detenía concretamente en la afirmación de que «a la santidad se llega, bajo la acción del Espíritu Santo, a través de la vida cotidiana. La santidad consiste en esto: en vivir la vida cotidiana con la mirada fija en Dios; en plasmar nuestras acciones a la luz del Evangelio y del espíritu de la fe. Toda una comprensión teológica del mundo y de la historia —añadía— deriva de este núcleo»*, como tantos textos de San Josemaría «atestiguan, de modo preciso e incisivo»*.

3. La llamada a colaborar en la misión salvífica de la Iglesia es inseparable de la vocación a la santidad. También ahora, como en tiempos de Jesús, la muchedumbre tiene hambre de escuchar la palabra de Dios. Es la escena que —una vez más— hemos revivido en el Evangelio. El Señor ha subido a la barca de Pedro para dirigir su palabra a la multitud; se sirve de la colaboración material de Simón y de los otros discípulos para que su mensaje llegue más lejos. Es un primer modo de participar en su misión evangelizadora: facilitar a la Iglesia los medios materiales que necesita para trabajar con mayor eficacia al servicio de las almas.

Pero no basta este empeño. El Señor nos pide también que colaboremos personalmente en el apostolado, cada uno según la situación en la que se encuentra y de acuerdo con sus posibilidades. La pesca milagrosa es también un signo de la eficacia apostólica de la obediencia a la palabra del Maestro. Después de haber enseñado a la muchedumbre, Jesús se dirige a Pedro y a los demás discípulos diciéndoles: guiad mar adentro, y echad vuestras redes para la pesca (Lc 5, 4). Simón obedece la orden del Señor, a pesar de la reciente experiencia negativa, y entonces se realiza el milagro: recogieron gran cantidad de peces (Lc 5, 6).

También nosotros, si cultivamos la amistad con Jesús en la oración personal, si frecuentamos los sacramentos de la Confesión y de la Eucaristía, si acudimos a la Virgen, a los Ángeles y a los santos, nuestros intercesores delante de Dios, seremos capaces Pero, para esto, es también necesario amar sinceramente a nuestros amigos, a nuestros compañeros, a todas las almas. ¡Un cristiano ha de ser apostólico!

Existe una gran necesidad de mujeres y de hombres seriamente empeñados en la tarea de llevar las almas a los pies de Cristo, como los primeros Doce. Os recuerdo lo que decía el Santo Padre el día en que comenzó su servicio pastoral en la sede de Pedro. «También hoy se dice a la Iglesia y a los sucesores de los apóstoles que se adentren en el mar de la historia y echen las redes, para conquistar a los hombres para el Evangelio, para Dios, para Cristo, para la vida verdadera (...). Los hombres vivimos alienados, en las aguas saladas del sufrimiento y de la muerte; en un mar de oscuridad, sin luz. La red del Evangelio nos rescata de las aguas de la muerte y nos lleva al resplandor de la luz de Dios, en la vida verdadera. Así es, efectivamente: en la misión de pescador de hombres, siguiendo a Cristo, hace falta sacar a los hombres del mar salado por todas las alienaciones y llevarlo a la tierra de la vida, a la luz de Dios. Así es, en verdad: nosotros existimos para enseñar Dios a los hombres. Y únicamente donde se ve a Dios, comienza realmente la vida. Sólo cuando encontramos en Cristo al Dios vivo, conocemos lo que es la vida» (Homilía en el comienzo del Pontificado, 24-IV-2005).

San Josemaría nos invitaba a preguntarnos todos los días: ¿qué he hecho hoy para acercar algunas personas a Nuestro Señor? Muchas veces será una conversación orientadora, una invitación a acercarse al sacramento de la Penitencia, un consejo que ayuda a comprender mejor algún aspecto de la vida cristiana. Y, siempre, el ofrecimiento generoso de oración y de mortificación, de trabajo bien hecho; éstos son los medios más importantes que hemos de emplear, para alcanzar los objetivos apostólicos.

Además de ser un buen intercesor, San Josemaría es un modelo espléndido de hombre que ha sabido convertir el trabajo en oración y colaborar con Cristo en la extensión de su reino. Confiemos a María, nuestra Madre, los propósitos concretos que hayamos formulado en estos minutos, para que sean plenamente operativos. Así sea.


*Cardenal Joseph Ratzinger, Mensaje inaugural del Congreso teológico de estudio sobre las enseñanzas del Beato Josemaría Escrivá de Balaguer, Roma, 12-X-1993

jueves, 26 de junio de 2008

Allí estabas tú (XV)


17. Morir una vez

Aunque sea algo insólito para la gente joven, aunque parezca mentira, en la tierra estamos de paso, y un día nos marcharemos. Dentro de doscientos años -que está ahí al lado- la tierra estará poblada por otros inquilinos.

Si no fuera un hecho incontrastable, nos costaría aceptar ese hecho. Y es que el género humano no iba a gustar el amargo trago de la muerte. Pero el pecado original cambió las cosas. La muerte es una penitencia por el pecado original, y por eso todos morimos, porque nacemos con esa marca.

Si se piensa en ella, sobrecoge. Si no sobrecoge es porque no se considera lo que es: el arrancarse el alma. Muchos no quieren pensar en ella, viven de espaldas a las realidades eternas, para vivir a su manera y no pensar, para no tener que cambiar de vida.

Pero ahí está la realidad. Ahí no cabe ser listo, avispado, tener influencias... A todos, un día, nos meterán bajo una losa fría donde ponga: «Aquí yace...».

Y aquellos ojos que veían el prodigio de la luz y los colores, estarán secos.

Y esos oídos que escuchaban la maravilla de la música, rotos.

Y aquel cuerpo ágil, que se movía con gracia, rígido.

Saltan inmediatamente las conclusiones:

Estar preparados, vivir con la mirada puesta en la eternidad: "Es tan sutil el diafragma que nos separa de la otra vida, que vale la pena estar siempre preparados para emprender ese viaje con alegría" (San Josemaría Escrivá, Ficha escrita el 22-V-1975, citado por Mons. A. del Portillo en Una vida para Dios).

Las decisiones que tenemos que tomar hoy no dejarlas para mañana. Ninguno tenemos asegurados los próximos cinco minutos. Así no mañanearemos con Dios. Hay gente que siempre aguarda un mañana para cambiar de vida, un mañana que nunca amanece, nunca es el día propicio para tomar decisiones que comprometen la vida.

Y colocar cada cosa en su lugar.

El día en que nacimos nos subimos en esta movediza plataforma del tiempo. Nuestra vida, en cierto sentido, es sagrada. Por eso son momentos sagrados, que nos hablan de Dios, el primer segundo de nuestra vida y el último, en el que nos bajaremos del tiempo.

"Nuestra vida entera ha de ser el sacrificio ofrecido a Dios en unión con el de Nuestro Señor en la santa Misa. El momento cumbre de la Santa Misa es aquél en el que el sacerdote dice: Hoc est Corpus meum. Y el momento cumbre de nuestro sacrificio es el de la muerte, cuando también tengamos que decir: Hoc est corpus meum. «Este es mi cuerpo, Señor, el cuerpo que me diste y que ahora me quitas»"(R.A. Knox, Ejercicios para seglares).

Vale la pena que vivamos siempre con esta actitud de ofrenda a Dios Padre, como Cristo en la Cruz, y podamos entregar el cuerpo y el espíritu como hizo Él, diciendo: Consummatum est, cumplí en mi vida todo lo que tenía que hacer.

La teología del borrico


El Cardenal Julián Herranz narra el fallecimiento de San Josemaría.

El 26 de junio regresé a Villa Tevere desde el Vaticano a la hora habitual: poco antes de la una y media del mediodía. Nada más llegar me avisaron desde la Secretaría general:

-Suba enseguida. El Padre está muriéndose.

Me dio un vuelco el corazón y, rezando, subí rápidamente. Cuando llegué al segundo piso de la Villa Vecchia, don Álvaro, que en ese momento se hallaba en el dintel de la puerta de su cuarto de trabajo, donde yacía el Padre, me dijo:

—Ven, ven, porque tú también eres médico.

Entré inmediatamente y encontré al Padre en sotana, tendido en el suelo, con el rostro sereno, aunque sin respiración.

José Luis Soria, sacerdote y médico, estaba efectuándole la respiración artificial desde un rato antes. Fuimos alternándonos: unos segundos él y otros yo. Continuamos practicándole también el masaje cardíaco.

Yo no sabía lo que había sucedido, aunque supuse, como luego me informaron, que el Padre había sufrido un shock cardíaco. Acepté la Voluntad de Dios, pero le pedía que no se lo llevase tan pronto. De rodillas como estaba, le pedí con toda mi alma al Señor que aceptase un cambio: mi vida por la suya. La mía vale poco, le dije. La suya nos es necesaria a todos: a sus hijos, a la Iglesia, a la humanidad.

Y así estuvimos José Luis y yo, durante largo rato: una vez y otra, y otra... en silencio, con lágrimas en los ojos, hasta que nos dimos cuenta de que era inútil seguir. Todos los signos clínicos eran de muerte. Don Álvaro y Javier Echevarría, que en todo momento habían acompañado y atendido amorosamente al Padre, comunicaron formalmente la tristísima noticia a los miembros del Consejo General que estaban reunidos en una habitación contigua. También, por teléfono, a las mujeres de la Asesoría Central. En ambos casos, dándoles a la vez los oportunos consejos de piedad filial y de gobierno.

***
Trasladamos enseguida el cuerpo del Padre al oratorio de Santa María de la Paz. Horas después, mientras rezaba ante su cadáver, revestido con ornamentos sacerdotales, vino a mi mente, entre otros muchos entrañables recuerdos, la confidencia que el Padre nos hizo un lejano día de Navidad de 1953, junto al fuego de la chimenea de la sala de estar.

Nos dijo que quería escribir un libro sobre el borrico, ese animal bíblico con el que tanto le gustaba identificarse, porque había dado calor a Jesús en Belén y lo había llevado en triunfo a Jerusalén. Un animal que los hombres no suelen estimar pero que el Padre nos ponía como ejemplo: de humildad, de reciedumbre en el trabajo y de fidelidad en esa guerra de paz y de amor que sus hijos del Opus Dei y todos los cristianos están llamados a propagar en el mundo. Si llegaba a tener tiempo para escribir ese libro —nos dijo— lo titularía Vida y ventura de un borrico de noria.

Dios se lo llevó antes de que pudiera completarlo. Pero se conservan pasajes recogidos de sus conversaciones, de los que algunos, corregidos de su puño y letra, glosan las misericordias del oratorio de Pentecostés que él quiso ornamentar con escenas de borricos. Esos textos –recogidos en Crónica, una revista interna- son un símbolo de su vida. Entre otras maravillas de la “teología del borrico”, se lee:

«Al borrico le hubiese gustado llegar a la Navidad; calentar otra vez, con su aliento, al Niño. Pero estuvo de algún modo presente, en la blanca alegría de aquella noche, porque vinieron los ángeles e hicieron de su piel panderos y zambombas.

»La historia del borrico termina bien; muere trabajando. Y que lo destrocen después, que lo despellejen y hagan tambores para la guerra y zambombas para cantar al Niño Dios».

Así murió el Padre.

miércoles, 25 de junio de 2008

Cartas de un ex prisionero en Vietnam revelan la fuerza de la Eucaristía



(ZENIT.org).- Muchos conocen los escritos sobre la Eucaristía del cardenal Francis Xavier Nguyen Van Thuân (1928-2002), quien pasó largos años en las cárceles vietnamitas; pero los participantes en el Congreso Eucarístico Internacional de Quebec contaron con otra perspectiva.
Elizabeth Nguyen Thi Thu Hong, la hermana más joven del fallecido cardenal, intervino en el evento, que se clausura el domingo, para presentar textos desconocidos escritos en la prisión.
Se ha dedicado a traducir al inglés y francés los escritos de su hermano, en causa de beatificación, y las cartas que escribió a su familia durante 13 años en las mazmorras de Vietnam. Fue arrestado el 15 de agosto de 1975; nueve de sus años en la cárcel fueron en régimen de aislamiento.
Juan Pablo II le nombraría después presidente del Consejo Pontificio para la Justicia y la Paz.
"A través de sus escritos, y especialmente a través de su correspondencia desde la cárcel, emerge un hecho claro: la vida de Francis Xavier estaba firmemente arraigada en una extraordinaria unión con el Dios vivo a través de la Eucaristía, su única fuerza -dijo Elizabeth-. También fue para el la más bella plegaria, y el mejor modo de dar gracias y cantar la gloria de Dios".
La hermana del cardenal afirmó que "la inquebrantable fe en la eucaristía fue siempre la fuerza guía de su vida, la fortaleza y el alimento para su largo trayecto en cautividad".
"Siempre acababa sus cartas clandestinas a nuestro padres con estas palabras: 'Queridos papá y mamá, no apesadumbréis vuestro corazón con la tristeza. Vivo cada día unido a la Iglesia universal y al sacrificio de Jesús. Rezad para que tenga el valor y la fortaleza de mantener siempre mi fe en la Iglesia y el Evangelio, y de hacer la voluntad de Dios'".
Elizabeth dijo que el testimonio de su hermano "nos mostró a todos nosotros que Cristo ofreció su sacrificio con inmenso fervor, en la hora de su pasión y crucifixión, cuando obedeció al Padre; y esto, incluso hasta el punto de su muerte humillante en la cruz para devolver al Padre una humanidad redimida y una creación purificada".
"En la prisión, con el Jesús Eucarístico en medio de ellos -añadió-, prisioneros cristianos y no cristianos lentamente recibieron la gracia de comprender que cada momento presente de sus vidas, en las más inhumanas condiciones, podía unirse al supremo sacrificio de Jesús y elevarse como acto de solemne adoración a Dios Padre".
"Francis Xavier debía recordarse a sí mismo y animar a cada uno a rezar: 'Señor, concédenos que podamos ofrecer el sacrificio Eucarístico con amor, que aceptemos llevar la cruz, y clavados en ella proclamemos tu gloria, para servir a nuestros hermanos y hermanas'".
Elizabeth concluyó sus reflexiones con pensamientos escritos por su hermano en la fiesta del Santo Rosario, el 7 de octubre de 1976, en la prisión de Phu-Khanh, durante su confinamiento solitario.
"Estoy feliz aquí, en esta celda, donde los hongos crecen en mi esterilla de dormir, porque tú estás conmigo, porque tu deseas que yo viva aquí contigo. He hablado mucho en mi vida: Ahora no hablaré más. Es tu turno de hablarme, Jesús; te escucho", escribía el futuro cardenal.
"Cada vez que leo esto, puedo imaginar a mi hermano, sentado en su celda oscura, frente al vacío completo, pero sonriendo amablemente como siempre hacía, incluso durante sus últimos días, y estrechando amorosamente el bolsillo de su chaqueta donde el Señor del cielo habitaba".
"Que este antiguo prisionero que experimentó la armonía del cielo, el amor y la vida en plenitud en la desolación de su celda, siga guiándonos para que podamos ser como los discípulos de Emaús que rogaron ‘Señor, quédate con nosotros y aliméntanos con tu cuerpo'".

El que ama a Dios no tiene miedo


CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 22 junio 2008 (ZENIT.org).- Quien ama a Dios no tiene miedo, pues sabe que el mal y lo irracional no tienen la última palabra, considera Benedicto XVI.
Al rezar la oración mariana del Ángelus este domingo, el Papa profundizó en los miedos del mundo moderno, provocados por la indiferencia o el rechazo ante Dios.
De este modo comentó el pasaje del Evangelio de la liturgia dominical en el que Jesús invita a no tener miedo de los hombres sino más bien a "temer" a Dios.
"Sobre todo hoy se da una forma de miedo más profunda, existencial, que acaba en ocasiones en angustia: nace de un sentido de vacío, ligado a una cierta cultura penetradas por la influencia del nihilismo teórico y práctico", constató el Papa.
"Ante el amplio y variado panorama de los miedos humanos -advirtió el obispo de Roma-, la Palabra de Dios es clara: quien 'teme' a Dios ¡no tiene miedo'".
Según el sucesor de Pedro, "el temor de Dios que las Escrituras definen como 'el principio de la verdadera sabiduría' coincide con la fe en Él, con el respeto sacro por su autoridad sobre la vida y sobre el mundo".
"No 'tener temor de Dios' equivale a ponerse en su lugar, sentirse dueños del bien y del mal, de la vida y de la muerte. Por el contrario, quien teme a Dios experimenta en sí la seguridad del niño en brazos de su madre: quien teme a Dios está tranquilo incluso en medio de las tempestades, pues Dios, como Jesús nos ha revelado, es un Padre lleno de misericordia y de bondad. Quien le ama no tiene miedo", aseguró.
"El creyente -reconoció-, por tanto, no se asusta con nada, pues sabe que está en las manos de Dios, sabe que el mal y lo irracional no tienen la última palabra, sino que el único Señor del mundo y de la vida es Cristo, el Verbo de Dios encarnado, que nos ha amado hasta sacrificarse a sí mismo, muriendo en la cruz por nuestra salvación".
"Cuanto más crecemos en esta intimidad con Dios, impregnada de amor, más fácilmente superamos toda forma de miedo", indicó.
El Papa concluyó presentando a san Pablo como ejemplo de quien se ha despojado del miedo tras haber descubierto el amor de Dios.
El mismo Papa inaugurará el próximo sábado el año jubilar dedicado a recordar los dos mil años del nacimiento del apóstol de las gentes.
"Que este gran acontecimiento espiritual y pastoral suscite también en nosotros una nueva confianza en Jesucristo, que nos llama a anunciar y testimoniar su Evangelio, sin tener miedo de nada", dijo.

martes, 24 de junio de 2008

Prepararse para lo más grande


QUEBEC, domingo, 22 junio 2008 (ZENIT.org).- Al participar por satélite en la clausura del Congreso Eucarístico Internacional de Quebec, Benedicto XVI pidió a toda la Iglesia "una atención renovada a la preparación y recepción de la Eucaristía".

Los miles de fieles reunidos en la mañana del domingo (hora de Canadá) en la explanada de Abraham, en la ciudad canadiense, pudieron ver y escuchar al Papa a través de grandes pantallas, quien pronunció la homilía en la misa conclusiva.
Comentando el tema del congreso, «La Eucaristía, don de Dios para la vida del mundo", el Santo Padre reconoció: "La Eucaristía es nuestro tesoro más bello".
"Es el sacramento por excelencia; nos introduce por adelantado en la vida eterna; contiene todo el misterio de nuestra salvación; es la fuente y la cumbre de la acción y de la vida de la Iglesia"
, aclaró.
"Por tanto, es particularmente importante el que los pastores y los fieles profundicen permanentemente en este gran sacramento", añadió.
De este modo, señaló, "cada quien podrá fortalecer su fe y cumplir cada vez mejor su misión en la Iglesia y en el mundo, recordando la fecundidad de la Eucaristía para la vida persona, para la vida de la Iglesia y del mundo".
Por este motivo el Papa quiso "invitar a los pastores y a los fieles a una atención renovada a la preparación y recepción de la Eucaristía".
"A pesar de nuestra debilidad y de nuestro pecado, Cristo quiere poner en nosotros su morada". Por tanto, dijo, "tenemos que hacer todo lo posible para recibirle con un corazón puro, volviendo a encontrar sin cesar, a través del sacramento del perdón, la pureza que el pecado ha ensuciado".
En efecto, aclaró, "el pecado, sobre todo el pecado grave, se opone a la acción de la gracia eucarística en nosotros. Por otra parte, quienes no pueden comulgar a causa de su situación, encontrarán en la comunión de deseo y en la participación en la Eucaristía una fuerza y una eficacia salvadora".
"La Eucaristía no es una comida entre amigos", advirtió. "Estamos llamados a entrar en este misterio de alianza, conformando cada día cada vez más nuestra vida con el don recibido en la Eucaristía".
El obispo de Roma invitó a rezar para que Dios envíe sacerdotes a la Iglesia y a transmitir esta invitación a muchachos jóvenes, "para que acepten con alegría y sin miedo responder a Cristo. No quedarán decepcionados. Que las familias sean el lugar primordial de esta cuna de vocaciones".
Aclaró que "la participación de la Eucaristía no aleja de nuestros contemporáneos, al contrario, dado que es la expresión por excelencia del amor de Dios, nos llama a comprometernos con todos nuestros hermanos para afrontar los desafíos presentes y para hacer que el planeta sea un lugar agradable".
"Para esto -dijo-, tenemos que luchar sin cesar para que toda persona sea respetada desde su concepción hasta su muerte natural, que nuestras sociedades ricas acojan a los más pobres y les vuelvan a dar toda su dignidad, que toda persona pueda alimentarse y hacer vivir a su familia, que la paz y la justicia brillen en todos los continentes".
La celebración eucarística fue presidida por el legado papal, el cardenal Jozef Tomko, en medio de una constante lluvia que no desalentó a los peregrinos. El próximo Congreso Eucarístico Internacional, según anunció el Papa, se celebrará en Dublín (Irlanda) en el año 2012.

lunes, 23 de junio de 2008

Allí estabas tú (XIV)


16. La intensidad del set-ball

Ahí están los viejos olivos. Dicen que viven muchos años, siglos. Dicen que hoy día hay en aquel huerto olivos que son retoños nietos de aquellos que vieron a Jesús en la agonía.

Pero el tiempo pasa. Los siglos pasan y hasta los olivos centenarios desaparecen. Ellos han visto pasar generaciones, porque la vida del hombre en la tierra es mucho más fugaz de lo que él se cree. Nuestra vida dura tres segundos comparada con la vida de las estrellas y la de las galaxias. Lo que sucede es que nos parece muy larga porque la vivimos a cámara lenta.

Pasa el primer segundo, y uno ya ha cumplido los treinta años. Entonces uno vive a fondo, pero sin darse cuenta ha pasado el segundo segundo y ya tiene sesenta años. Y a los noventa ¿cuántos llegan?

El tiempo pasa inexorable. Siempre vamos de ida, nunca volvemos. Porque hasta el recordar es ir de ida. Este es el tiempo cronos que decían los griegos, el tiempo de las estaciones, de los años, de las glaciaciones.

Cada uno tiene un tiempo cronos, el tiempo que Dios le ha dado para que realice libremente aquello que Dios tiene previsto para él. Unos tienen más y otros menos.

Pero este tipo de tiempo no es el importante, o por decirlo de otra manera, lo que importa es el kairós, el momento importante, el tiempo con contenido, lo que sucede en él.

¡Qué distintas son las horas para un estudiante en el mes de octubre y en el mes de mayo! ¡Qué distinta la intensidad del primer juego en un partido de tenis que la que puede ser la última bola del partido: el set-ball! Concentración, interés, cuidado de no fallar el saque, amarrar bien... Cabeza y músculos en tensión, porque uno se juega mucho, tanto si va ganando como si va perdiendo.

Hay gente que aprende a vivir en el set-ball de su vida, cuando el tiempo cronos ya lo ha agotado. Se dan cuenta de que, entonces, hay que llenarlo de esas cosas que se cotizan en el Cielo. ¡Porque hay tantas cosas -preocupaciones, fiestas, cosas materiales- que en la otra vida carecen de interés...!

En cambio, uno se afana en hablar con Dios, en acudir a los Sacramentos, en arreglar las cosas, en desprenderse de objetos superfluos...

Sí, es el momento de hacer todo eso. Pero esa última hora no es distinta cronológicamente que las de hacía dos años. ¿Por qué, entonces, no poner interés, contenidos de vida eterna cada día?

Uno tiene su vida en sus manos y hace con ella lo que le da la gana. Es verdad que quien peca y se olvida de Dios hace lo que le da la gana. Pero también lo hace el sabio, el que ha ido a Misa también los días que no estaba obligado a ir, el que se preocupó de los demás, el que se confesaba con frecuencia y huía del pecado,...

Quizá sea bueno pensar ahora, en la mitad de nuestro primer segundo de vida, qué estamos haciendo con nuestro tiempo cronos. Si nuestra vida vale según los criterios de Dios o no. Echar una mirada a los libros sapienciales de la sagrada Escritura -el libro de la Sabiduría, el Eclesiástico, el Eclesiastés,...- nos darán mucha luz para aprender a vivir en sabiduría y no como los necios.

Sí, échales una ojeada porque dicen muchas cosas. Vale la pena aprender a vivir -y vivir- ahora como desearíamos al final haber vivido: llenándonos los bolsillos de esas cosas eternas.

¡Ahora!, el instante presente es el momento en que nos podemos hacer santos, porque es el instante en el que el tiempo cronos coincide con la eternidad.

Ahora es el momento de vivir como Dios quiere -quizá de rectificar-. Ya lo decía San Pablo: "Os exhortamos a que no recibáis en vano la gracia de Dios, porque dice: «En el tiempo propicio te escuché y en el día de la salvación te ayudé». Éste es el tiempo propicio, éste es el día de la salvación" (2 Co 6,1-2).

domingo, 22 de junio de 2008

Allí estabas tú (XIII)


V. OLIVOS CENTENARIOS

15. Agonía de Jesús en el huerto

Jesús tiene miedo y angustia (Mc 14,33). Está rodeado de olivos retorcidos, amenazantes: sombras de fantasmas. Porque aquella es la hora de las tinieblas. Son los últimos momentos de las tinieblas, ciertamente, porque en breve saldrá el Sol de Justicia, Cristo resucitado, que disipará la oscuridad.

Pero las cosas son en ese momento como son. Allí está ahora Él, tumbado boca abajo sobre una roca, roca que todavía hoy se conserva.

En septiembre se recogen las uvas y se echan en unas cubas con rendijas. La uva se pisa, se prensa, y sale a borbotones por las ranuras un río de mosto rojo. Los judíos rezaban de pie, los cristianos adoramos de rodillas. Él está postrado con la cara pegada a la piedra, aplastado por el inmenso peso de los pecados de la Humanidad entera, que presionan hasta hacer que se le salten las venas y fluya la sangre.

"Adán... ¿dónde estás" (Gen 4,9). Estás allí. "En ti pensaba en mi agonía; he derramado tales gotas de sangre por ti... ¿quieres acaso que siempre me cueste sangre de mi cuerpo y, en cambio, tú no me das lágrimas?... Si conocieses tus pecados, sentirías náuseas... A medida que los expíes, los reconocerás y escucharás: Mira los pecados que te son perdonados. Haz penitencia, pues, por tus pecados ocultos y por la malicia oculta de los que sólo tú conoces" (Pascal, El misterio de Jesús).

Jesús ya no puede más. Es la agonía, ese tiempo incierto hasta la muerte en el que el hombre pierde el control de los sentidos, la cabeza parece que va a estallar. Se sabe que es un camino sin retorno. Cuesta morirse porque la muerte es arrancarse el alma del cuerpo, lo más profundo de nuestro ser.

Y es que la muerte es un castigo por el pecado. Es natural, a todos nos cuesta morir.

Pero además Jesús ha cargado con los pecados de los demás. Visto humanamente, es una injusticia que uno sea castigado por un delito que no cometió. Y Él tiene que padecer por los millones y millones de montañas de pecados de todo género de cada siglo, de cada año, de cada fin de semana...

El diablo, que ya Le había tentado en el desierto, va a tentarle otra vez (Cf. Jn 14,30). ¿Y qué tentaciones pudo presentarle a Jesús en esos momentos?

Como ha hecho suyos los pecados ajenos, ahora, en el momento de la agonía, se agolpan en su memoria todos los pecados que ha asumido como propios. El diablo mismo le puede sugerir la desesperación: "Tú no tienes perdón de Dios".

Y los sufrimientos que vas a padecer no tienen sentido. Total, si habrá millones de personas que ni se enterarán de la Redención; si habrá millones que mueran en pecado, desagradecidos... ¡qué frustración la tuya!

¿Y para qué sufrir esa Pasión que ves venir, cuando una sola gota de tu sangre puede redimir al mundo de todos los pecados? ¿Para qué la flagelación, los martillazos en la cabeza y colgar en la cruz? Poco sentido tiene, ¿no?

Jesús en su agonía ha padecido ya todas las agonías de todos los hombres para que ellos no desesperen en sus últimos momentos. Que sepan que Él se acordaba de ellos en ese instante, porque existe una misteriosa solidaridad entre los que sufren el mismo tormento.

"«Nam, et si ambulavero in medio umbrae mortis, non timebo mala» -aunque anduviere en medio de las sombras de la muerte, no tendré temor alguno. Ni mis miserias, ni las tentaciones del enemigo han de preocuparme, «quoniam tu mecum es» -porque el Señor está conmigo" (San Josemaría Escrivá, Forja, 194).

sábado, 21 de junio de 2008

Allí estabas tú (XII)


14. No sé hacerla

Hablar con Dios es muy fácil. No es otra cosa que estar de tertulia con Jesucristo, como hicieron los Apóstoles. Escuchar lo que Él decía y contarle lo que llevamos dentro: alegrías, penas, ilusiones, amistades, propósitos de mejora.

¿No tienes nada que contarle? ¿No tienes nada que pedir? ¿De qué hablamos con los demás? Pues con Dios lo mismo. Con confianza y con gran respeto, pues sabemos que es Dios.

Cuéntale las cosas de ayer, o los proyectos que tienes para estos días. Pero no le hables sólo de tus cosas, sino también de las suyas. De lo que te dicen a ti de parte de Dios.

¿Por qué no nos sale la oración? Porque a lo mejor no vamos -como Jesús fue al huerto-, a un lugar apartado, donde haya silencio. El silencio exterior es fundamental. Por eso en los días de retiro se puede escuchar bien a Dios.

A lo peor sucede que llevamos mucho jaleo y mucha música en la cabeza, cuando es en el silencio donde habla Dios.

Quizá porque no vamos a la iglesia o al oratorio, donde está Jesús sacramentado. Y a base de preferir otro lugar, acabemos pensando que la oración es pensar o imaginar, no un diálogo con otra persona con la que se ha quedado previamente.

Pero además la oración supone una actividad: quedar, fijar la cita, y una actividad intelectual. Para enriquecer nuestra oración es preciso trabajarla, llevar libros que nos hablen de Dios.

Pero, ojo, la oración no consiste en hablar de las cosas de Dios, sino en hablar con Él, de tú a tú: un diálogo. Por su parte, Él nos habla a través de la Sagrada Escritura, y a través de los santos. Es preciso anotar frases o propósitos, examinarse, recordar cosas que hemos visto u oído.

Si vamos a la oración a ver qué pasa, no pasará nada. Las velas del altar no se moverán, ni bajará un ángel con un dardo a inflamarnos el corazón. Y qué pena si, como los tres Apóstoles que estaban con Jesús en ese momento, nos dormimos en la oración... Luego no nos quejemos de que no entendemos al Señor, de que el ambiente está difícil, de que no podemos con la tentación... Sin oración se pierde el sentido sobrenatural.

Y una condición absolutamente necesaria: "No se haga mi voluntad, sino la tuya". ¡Cuántos van a la oración a que Dios les escuche y dirija las cosas para que se haga la voluntad de ellos: que me cure, que apruebe el examen, que me toque la lotería... Eso está bien, pero no es oración perfecta.

La verdadera oración recorre el camino inverso: Hágase tu voluntad en mí; es decir, que yo me entere de lo que Tú quieres y yo haga Tu voluntad. Como la oración de María: "He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra" (Lc 1,38).

Sí, es bueno que le digamos a Dios nuestras necesidades, pero hemos de aprender de Jesús en el huerto a cumplir la voluntad de Dios sobre nosotros.

viernes, 20 de junio de 2008

Allí estabas tú (XI)


13. ¿Por qué tengo que hacer oración?

Precisamente fue en esos momentos, en aquel huerto donde Jesús nos dijo porqué habíamos de orar: "Velad y orad para no caer en la tentación" (Mt 26,41). Se lo decía a Pedro y a los otros. Y Pedro se lo dirá después a sus discípulos, a todos: "Estad en vela porque el diablo está como león rugiente buscando a quien devorar" (1 Pe 5,8). El diablo no para. Sabe que tiene poco tiempo (Ap 12,12) con cada alma para conseguir llevarla consigo.

Y se durmió Pedro, y por eso luego le negó. Y se durmió en la oración la gente que hacía oración y por eso luego no acertaron a evangelizar, a responder a los mundanos en sus preguntas. Y se durmió el mundo.

Sí, el mundo está dormido, atontado por mil actividades que hoy son y mañana no. Ahí están los periódicos para atestiguarlo. ¿Quién se acuerda de las noticias de la cuarta página de tal diario de un jueves de abril de 1968? Ese día eran noticia y al siguiente no. El mundo entero, y cada uno de sus habitantes, está como atontado por lo de aquí y ahora. Está como atontado por la frivolidad.

¿Que por qué tengo que hacer oración? Para conectar con lo eterno, para vivir como persona y no como si fuera un mero animal racional; para conocer y cumplir la voluntad de Dios.

Al diablo no le interesa nada que hagamos oración, porque entonces espabilamos, descubrimos sus tretas, nos arrepentimos de nuestros pecados, comprendemos a los demás, descubrimos la grandeza de la vocación a la que hemos sido llamados; conectamos con Dios.

¿Por qué tantas guerras entre países y dentro de las familias? ¿Por qué la gente va tan desquiciada? ¿Por qué no hay vocaciones? No busquemos respuestas en las estadísticas o en la psicología, busquémosla en el fondo de nosotros mismos.

La Madre Teresa de Calcuta lo explicaba en 1985 en el Congreso Eucarístico de Nairobi: "Hasta 1973 teníamos en nuestro instituto media hora mensual de adoración al Santísimo. Pero entonces, con motivo del Capítulo General, decidimos por unanimidad fijar una hora diaria de adoración. Tenemos mucho que hacer, como es bien sabido, porque nuestro hogares para enfermos, leprosos y niños abandonados están en todas partes a plena ocupación. Sin embargo, nos mantenemos fieles a nuestra hora diaria de adoración. Pues bien: desde que introdujimos este cambio de la hora diaria de adoración, nuestro amor por Jesús es más íntimo, es más comprensivo nuestro amor recíproco, reina una mayor felicidad entre nosotras, amamos más a nuestros pobres. Y, lo que es más sorprendente, se ha doblado el número de vocaciones".

No le demos vueltas; el desasosiego interior, el malestar que provocamos a nuestro alrededor, los pecados, y cosas por el estilo no tienen otra causa que ésta: tener los sentidos despiertos y el alma dormida. Los sentidos externos ocupados con las cosas de la tierra, y los sentidos internos ocupados en nuestras cosas. Y en vez de pensar en Dios y en los demás, sólo pensamos en nosotros mismos.

Ahí comienza el drama del hombre y todos sus problemas. Porque cuando se pierde el sentido sobrenatural, la vida carece de su verdadero sentido. Necesitamos urgentemente hacer oración. Necesitamos conectar con Dios para recuperar lo más valioso de nosotros mismos.

Esto es lo que diferencia esencialmente al hombre de cualquier otra criatura: es el único ser que puede hablar con Dios. ¿Y no debería de ser esto algo normal en un cristiano?

Desde hace años veo por la calle cada mañana y cada tarde a una señora joven que saca a su perrito blanco, como un gran copo de algodón. Con una fidelidad digna del mayor elogio, lo saca puntualmente: media hora por la mañana y media hora por la tarde. Detrás del perrito, atada a la cuerda, la señora se va deteniendo en cada lugar donde al perro le apetece detenerse, volviendo a andar cuando él lo desea. No puede dejar de hacerlo cada día, porque ¡es tan importante sacar al perro! Antes tenía otro, pero se murió. Luego tendrá otro...

¿Seguro que no puedes encontrar un rato al día para hablar con Dios? ¿No sacas tiempo para otras actividades que te interesan?

jueves, 19 de junio de 2008

Allí estabas tú (X)


IV. LUNA LLENA

12. La oración de Jesús

Jesús ha salido del Cenáculo con sus amigos más íntimos. Es de noche, y la luna llena del catorce de Nisán está en lo alto. Jesús recorre las estrechas callejuelas de Jerusalén, pasa por debajo del arco de una de las puertas de la ciudad y desciende hasta el torrente Cedrón. Al atravesar el puente, la luna reflejada en el río ha visto la cara de Jesús, cara de preocupación, de miedo.

Si la luna pudiera hablar... ¡Cuántas veces hemos mirado cara a cara a la luna llena, luna fría que no dice nada! Y es que se quedó como muda aquella noche viendo la cara del Señor.

Después de atravesar el río, Jesús sube por la vereda hacia el monte de los Olivos. ¡Tantas veces había ido allí a rezar muy de mañana, a la luz del día! Porque desde allí, al otro lado del valle, está situado, a la misma altura, el Templo, el lugar donde Dios estaba.

Pero esta noche ha ido allí a rezar porque lo necesita, como todo el que tiene alguna necesidad. Y ha ido para enseñarnos a rezar, que por eso enunciamos el quinto Misterio de Dolor como «La oración de Jesús en el huerto».

Jesús en oración habla con su Padre. "Cuando queráis rezar decid: Padre" (Lc 11,2). "Padre (...), yo sé que siempre me escuchas" (Jn 11,42), también en este momento tremendo; y en la Cruz... ¿Cuándo aprenderemos a tratar así a Dios, y no verle como a un ser lejano, como a una especie de idea o de nube de cristal fría con quien es absurdo hablar?.

Este es el gran descubrimiento. Y este es el gran escándalo para los fariseos: "Porque no sólo violaba el sábado, sino que decía que Dios era su Padre" (Jn 5,18).

Sí, "-Dios es mi Padre! -Si lo meditas, no saldrás de esta consoladora consideración"(San Josemaría Escrivá, Forja, 2). Porque Él es Eterno, Todopoderoso, lo sabe todo,... y yo puedo tratarle como un hijo, porque lo soy (1 Jn 3,1).

Y la oración es eso: hablar con Él. Por eso es natural hablarle con confianza. ¿Y hablar de qué?

Jesús nos enseña en el huerto de los Olivos.

"Padre mío, si es posible, pase de mí este cáliz; pero no se haga como yo quiero, sino como quieres tú (...). Por segunda vez fue a orar, diciendo: Padre mío, si esto no puede pasar sin que yo lo beba, hágase tu voluntad" (Mt 26, 39-42).

Otras veces había hablado con su Padre de otras cosas: de su Madre, de sus amigos... Pero ahora le exponía el problema que llevaba en la cabeza y le encogía el corazón: la redención de la humanidad y lo que tendría Él que padecer.

Jesús estaba angustiado. Y su Padre, como siempre, le escuchó: le envió un ángel para confortarle. Como a nosotros; siempre que hacemos bien la oración, siempre que buscamos Su voluntad -no la nuestra- nos quedamos con paz de espíritu. Dios siempre envía un ángel que consuela a quien hace bien la oración.

La luna, contemplativa, ha visto a Jesús hacer oración.

miércoles, 18 de junio de 2008

Posibilidades y riesgos de un verano


José Manuel Mañú Noáin

La llegada del verano puede ser tanto una estupenda oportunidad para padres e hijos, como un período en el que se pierda lo adquirido durante el curso. Todo depende de la actitud con que se afronte este tiempo vacacional.

Es un hecho que ante padres e hijos se abren innumerables posibilidades que cada familia deberá sopesar y elegir en función de circunstancias particulares como la edad de los hijos, el resultado del curso, el lugar de veraneo elegido.

Sin pretender agotarlas, voy a enumerar algunas de estas posibilidades, así como una serie de factores que conviene tener en cuenta para sacar provecho del verano.


Posibilidades:

1. Fomenten la vida familiar organizando planes que lo faciliten. Hacer las comidas juntos puede ser una meta asequible.
2. Si la edad de los hijos lo permite, se puede estudiar en familia cuáles son las actividades favoritas a desarrollar todos juntos.
3. Es muy conveniente fomentar conversaciones padre-hijo, madre-hija. Puede ser una gran ocasión para comenzar esa costumbre que no debe perderse durante el curso.
4. Elijan juntos los libros que cada uno va a leer durante las vacaciones. Dedicar un tiempo diario, de modo grato y positivo, es una actividad que puede resultar muy beneficiosa.
5. Analicen, marido y mujer, lo más positivo del verano anterior y procurar favorecer que se vuelva a repetir.
6. Elijan juntos una película con valores a la que asistir. Aprovechen después para comentarla en familia.
7. Cada hijo, en función de su situación, puede proponer una actividad a realizar en este período: aprender un idioma o informática, asistir a un curso de verano, practicar un deporte, etc.
8. El verano es muy largo y es difícil encontrar actividades para tener a los hijos continuamente ocupados en cosas valiosas, planes atractivos, apoyate en el club.
9. Si alguno de la familia tiene que estudiar para reforzar alguna asignatura, hay que fijar con él un horario y revisar la marcha de la asignatura semanalmente.
10. Plantearse qué pueden hacer por los demás: recortar una semana el veraneo y dedicarlo a alguna institución que atienda a personas necesitadas, participar en algunas actividades de solidaridad, etc.
11. Dios no se toma vacaciones. Si es creyente, no lo ponga entre paréntesis en este período. Facilitale que acuda a Misa los domingos, que pueda confesarse...
12. ¿Van con ustedes o quedan bien atendidos los abuelos durante este período de descanso?
13. Cada uno de la familia que se proponga escribir una carta y cuatro postales a los amigos, parientes, etc.
14. ¿Colabora cada uno de la familia para que la madre pueda también descansar?
15. Visiten juntos algún monumento o lugar artístico que haya en los alrededores.
16. Hagan, a mitad de vacaciones, balance de cómo van las cosas y saquen consecuencias prácticas.
17. Ten ciertas precauciones con algunas fiestas, ambientes, etc. en los que el ambiente que puede rodear los planes pueda hacer daño a tu hijo.


Factores a tener en cuenta:

1. Una cosa es ser más flexible en horarios, sobre todo al acostarse y levantarse, y otra cosa distinta es que no haya ningún tipo de horario.
2. Revise si su presupuesto de vacaciones es acorde a sus posibilidades económicas.
3. El veraneo es una ocasión para que sus hijos hagan unas amistades beneficiosas o perjudiciales.
4. Aunque es verdad que hay más situaciones extraordinarias, procure que nadie de su familia beba más de la cuenta.
5. El sexo no es una realidad éticamente indiferente. La frivolidad o la lujuria dejan una fuerte marca negativa.
6. Antes de cada plan piense si es conveniente para sus hijos.
7. El verano tiene que posibilitar el descanso. Unas vacaciones estresantes no compensan.
8. Acople sus horarios al que necesiten sus hijos, no a la inversa.
9. Si sus hijos pierden el hábito del esfuerzo, en septiembre será más difícil arrancar bien el curso.
10. Pasar de una hora diaria de televisión, posiblemente sea un exceso. Cuide la calidad.
11. Piense en el verano mejor para su familia. No tiene por qué coincidir necesariamente con el de sus amigos.
12. Piense las tres cosas más negativas del verano anterior y cree la situación conveniente para que no se repitan.
13. Si cuando lea estos párrafos piensa que le propongo ir contra corriente, ha acertado. Su familia bien vale la pena de ese esfuerzo.

Del sexo casual a la castidad


La periodista Dawn Eden ha publicado el libro "The Thrill of the Chaste: Finding Fulfillment While Keeping Your Clothes On" (La Emoción de la Castidad: Encontrando Satisfacción con la Ropa Puesta), en el que sostiene que para la mujer tiene mucho más sentido la castidad que el sexo casual. Una controvertida periodista americana experta en música rock, y que por muchos años fue una abanderada de la "revolución sexual", se ha convertido -tras abrazar la fe católica- en una ferviente promotora de la castidad. Ella misma explica sus razones. El pasado 10 de marzo, Eden publicó el siguiente artículo traducido al español por El Espectador de Bogotá:

Del sexo casual a la castidad

Un mantra de la generación de los sesenta era que todo debía ser gratis. Pero en las reediciones del festival de Woodstock décadas después, los hippies ya vendían como buhoneros el agua a US$5 la botella. El “amor libre”, sin embargo, era todavía alentado al ritmo en que el Nuevo Establecimiento se aferraba a su autoestima revolucionaria, mediante la promoción del sexo por el sexo como puro placer sin consecuencias.

Hoy, ese dogma está siendo confrontado por una nueva contracultura —de mujeres castas— que está derribando las puertas para protestar porque el sexo de los buhoneros, como su agua, tiene en realidad un precio muy alto.

Pueden contarme entre esas hijas insatisfechas de la revolución sexual. Nací en 1968, como millones de otras niñas, en un mundo que alentaba a las mujeres a explorar su sexualidad. Se nos presentaba casi como un acto feminista. Incluso, la llamativa pregunta que sirvió de fundamento filosófico de la novela y programa de televisión Sex and the City —¿Puede una mujer tener sexo como un hombre?— no es más que una versión moderna de la misma pregunta que en 1962 hizo Helen Gurley Brown en Sex and the Single Girl.

Era el amanecer de la revolución sexual, cuando los bolsos de las mujeres comenzaron a cargar píldoras anticonceptivas al lado del Revlon Fire y el Ice Lipstick. Brown, quien sería después editora de Cosmopolitan, se preguntaba entonces si la mujer podía tener sexo libre sin consecuencias emocionales, y se contestaba que sí porque “igual que el hombre, es una criatura sexual”.

Su aporte dio origen a millones de artículos sobre “100 nuevos trucos sexuales” en las revistas femeninas. Y uno de los íconos feministas de la época, Germaine Greer, habló con entusiasmo de que “los rockeros son importantes porque desmitifican el sexo; lo aceptan como algo físico, y no son posesivos con sus conquistas”.

La filosofía olorosa a patchouli de Greer sigue viva en las revistas modernas, las series de televisión y las películas que dicen sin parar a las mujeres que si no son felices teniendo sexo premarital es porque lo están haciendo mal. Más que eso, las excepciones a la norma cultural —la pequeña minoría de mujeres que, por varias y tristes razones, se sienten impulsadas a ser meros objetos sexuales— son mostradas como el ideal platónico. Si rockeros, modelos, galanes de la televisión y del cine y estrellas pop se pueden llevar a la cama a un hombre diferente cada noche —y aparentan tener el mejor tiempo de sus vidas— con seguridad usted, humilde lectora, puede ocasionalmente esconder sus valores pasados de moda y follarse a un tipo al que acaba de conocer.

Sexo casual... y frecuente

El fruto de este aceptado estilo de vida de la mujer soltera es más semejante al de un hábito de drogas que a un paradigma de los encuentros amorosos. En un círculo vicioso, la mujer se siente sola porque no es amada y entonces tiene sexo casual con hombres que no la aman.

Esa fue mi vida. Me gasté mis 20 y mis tempranos 30 buscando sexo premarital de cualquier manera —anhelando el matrimonio pero buscando descansar en el placer físico, la validación del ego y un respiro de la soledad. Como historiadora del rock basada en Nueva York, colaborando para revistas como Mojo y Bilboard y escribiendo las notas de los discos remasterizados, las oportunidades para travesuras no tenían límite.

Me leí entonces I’m With the Band (‘Estoy con la banda’), de la super fanática del rock Pamela Des Barres, y envidié su habilidad para beber todo lo deseable de los rockeros —su buena figura, ingenio, creatividad y fama— sin que al parecer perdiera nada en sus aventuras con ellos. Mi gran secreto era que, bajo ese anhelo por tener una conexión amorosa, me aterrorizaba la intimidad. Mostrarme vulnerable abría la puerta a la posibilidad de un rechazo. Desde ese punto de vista, un músico de gira era mi compañero sexual ideal. Podía disfrutar con él una suerte de vínculo temporal de cuento de hadas, sin tener que derribar los muros que debía levantar para protegerme. El rechazo vendría cuando él siguiera al siguiente pueblo, y a la siguiente mujer, —pero de alguna manera, verlo venir me hacía sentir en control—. Estaba escogiendo, pensaba, el dolor menor.

Pero en esa época de sexo casual, había un momento que aprendí a temer más que cualquier otro. Me atemorizaba, no que el sexo fuera malo, sino que fuera bueno.

Si el sexo era bueno, incluso aunque en mi corazón sabía que la relación no iba a funcionar, sentía de todos modos como si el acto me hubiera unido a mi compañero sexual de una manera más profunda que antes. Está en la naturaleza del sexo despertar emociones profundas dentro de nosotras —que no son bienvenidas cuando uno está tratando de mantenerlas ligeras—.

En esas noches, el peor momento era cuando todo terminaba. De un momento a otro me sentía sacudida de regreso a la tierra. Entonces me tiraba boca arriba y me sentía despojada. Él podría seguir ahí, y si estaba de mucha suerte, se recostaría a mi lado. Aun así, no podía dejar de sentir que el hechizo se había roto. Podíamos frotarnos las narices, reírnos como bobos o quedarnos dormidos en los brazos del otro pero sabía que era teatro, y él también. No estábamos realmente intimando —todo había sido solo un juego—.

Los campeones de la revolución sexual son en esencia cínicos. Saben en sus corazones que el sexo casual no hace felices a las mujeres —y por eso sienten la necesidad de promocionarlo todo el tiempo—. El sexo que tuve, antes que acercarme a la satisfacción personal y el matrimonio que buscaba, solo me había vuelto menos capaz de alcanzar un matrimonio o siquiera una relación comprometida. Sacrifiqué los que deberían haber sido los mejores años de mi vida, por una mentira negra.

Si bien creo que hay que enseñarles a las jóvenes que deben reservar el sexo para el matrimonio, hay un área en la que estoy de acuerdo con los opositores: la abstinencia no significa nada a menos que uno entienda exactamente lo que es. Y agregaría que para entender lo que es uno debe entender también lo que son el sexo y el matrimonio, qué significan, cuál es su propósito.

Eso suena simple, pero mientras crecía yo tuve poca idea del significado y el propósito del sexo y del matrimonio. Pensaba que el sexo era algo que uno hacía para divertirse o si quería tener hijos (bueno, en esto último iba por buen camino). El matrimonio, creía, significaba una autorización social para tener sexo con una persona en particular. La gente casada debía tener sexo solamente con su pareja porque... bueno, porque no era agradable poner cuernos, la infidelidad podía llevar al divorcio y sabía que eso era doloroso.

Todas estas suposiciones se basaban en lo que había visto viviendo con mi madre y, en menor grado, visitando a mi papá. Mis padres habían quedado heridos por el fracaso de su propia unión y su amargura manchó la imagen del matrimonio que me heredaron.

Como una quinceañera sin un fundamento moral que sostuviera mi decisión de guardarle la virginidad a Mr. Right —diferente del temor a ser lastimada por Mr. Wrong— me sentí libre de empujar el sobre. No, más que libre; me sentí con autoridad para forzar las cosas, pues tenía resentimiento de que Dios —si existía— no me hubiera enviado mi alma gemela. Me convertí en una de esas vírgenes míticas que llegan a “todo, menos...” El nombre Lewinsky todavía no se había vuelto un verbo, pero si hubiera existido, me imagino a los hombres diciéndoselo en secreto a mis espaldas.

El placer por el placer

Cuando, a la edad de 23 años, finalmente me cansé de esperar y perdí mi virginidad con un hombre al que no amaba, fue un gran acontecimiento para mí. Aunque, mirándolo en retrospectiva, no fue en realidad tan significativo. Cierto, mis aventuras se volvieron menos complicadas. Cuando hacía “todo, menos...”, me preocupaba de tener que explicar por qué no quería seguir hasta el final; una vez comencé a tener sexo, eso no era necesario. Pero en un sentido más amplio, la pérdida de mi virginidad, lejos de constituirse en la frontera entre el pasado y el presente, fue apenas un instante en mi continua degradación sexual. El descenso había comenzado desde que comencé a buscar el placer por el placer.

La filosofía hedonista que urge a los jóvenes ese tipo de comportamiento hace daño tanto a los hombres como a las mujeres; pero es particularmente dañina para la mujer, pues la presiona a subvertir sus más profundos deseos emocionales. He probado esa filosofía —de que una mujer puede fornicar como un hombre— y no funciona. No estamos hechas para eso. Las mujeres están hechas para un vínculo.

Por eso, por mucho que tratemos de convencernos de que no es así, el sexo siempre nos dejará sientiéndonos vacías a no ser que estemos seguras de que somos amadas, de que el acto es parte de una pintura mayor, de que somos amadas por lo que somos y no solamente por nuestros cuerpos. A mí me tomó mucho tiempo entenderlo.

Encuentro con la castidad

Ahora vivo un tipo de vida muy diferente. Todavía me encuentro de vez en cuando con viejos amigos músicos, pero me veo más con coristas de iglesia. Mi decisión de resistirme al sexo casual, de nuevo, estuvo influenciada por mi madre —aun cuando no de la manera que ella hubiera querido—.

Cuando era una quinceañera, mi madre abandonó sus creencias en la Nueva Era por el Cristianismo. Yo no tenía esos planes. Mi misión en la vida, como la veía, era diferente —creativa, liberal, rebelde—.

Pero un día, en diciembre de 1995, estaba haciéndole una entrevista a Ben Eshbach —líder de una banda de rock de Los Angeles llamada Sugarplastic— y le pregunté qué estaba leyendo. Me contestó The Man Who Was Thursday (‘El hombre que fue jueves’), de G.K. Chesterton. Lo conseguí por curiosidad y me dejó cautivada. Pronto estaba consiguiendo lo que podía de Chesterton, comenzando por Orthodoxy (Ortodoxia).

Me mantuve leyendo a Chesterton, incluso mientras continuaba con mi estilo de vida libertino, hasta que una noche, en octubre de 1999, tuve una experiencia hipnótica —de esas en las que una no sabe si está despierta o dormida—. Escuché una voz de mujer que decía: “Algunas cosas no están para ser conocidas. Algunas lo están para ser entendidas”. Me arrodillé y me puse a rezar —y eventualmente entré a la Iglesia Católica—.

Una noche el año pasado salí a comer con un amigo, un encantador periodista inglés con el que hubiera comenzado a salir si compartiera mi fe (no lo hacía) y si estuviera interesado en casarse (tampoco). Me acribilló con preguntas sobre la castidad, llegando hasta a sugerir que, ya que llevaba tanto tiempo buscándolo, quizás no iba a encontrar al hombre que buscanba.

“No es así”, le respondí. “Mis posibilidades son mejores ahora que nunca antes, porque antes de ser casta estaba buscando el amor en los lugares equivocados. Apenas ahora es que estoy realmente preparada para el tipo de hombre que quiero que sea mi esposo”.

“Puedo tener 38”, concluí, “pero en términos de búsqueda de marido, tengo apenas 22”.

Hasta aquí su artículo. Dawn Eden es actualmente editora del Daily News de Nueva York, periódico que la contrató después de que su rival, el New York Post, la despidiera por defender abiertamente sus convicciones cristianas. Ganó su prestigio como periodista e historiadora del rock hace unos años, tiempo en el que se acostaba con algunos de sus entrevistados. Esa transformación de defensora y practicante del sexo libre a activista del celibato la llevó a la fama en Estados Unidos, país que ahora debate el tema por la aparición de su primer libro: ‘The Thrill of the Chaste: Finding Fulfillment While Keeping Your Clothes On” (“La emoción de la castidad: encontrando satisfacción con su ropa puesta”). Dawn Eden es un símbolo del movimiento que defiende la abstinencia sexual, cuyos miembros usan un anillo de plata para indicar que son castos.