
16. La intensidad del set-ball
Ahí están los viejos olivos. Dicen que viven muchos años, siglos. Dicen que hoy día hay en aquel huerto olivos que son retoños nietos de aquellos que vieron a Jesús en la agonía.
Pero el tiempo pasa. Los siglos pasan y hasta los olivos centenarios desaparecen. Ellos han visto pasar generaciones, porque la vida del hombre en la tierra es mucho más fugaz de lo que él se cree. Nuestra vida dura tres segundos comparada con la vida de las estrellas y la de las galaxias. Lo que sucede es que nos parece muy larga porque la vivimos a cámara lenta.
Pasa el primer segundo, y uno ya ha cumplido los treinta años. Entonces uno vive a fondo, pero sin darse cuenta ha pasado el segundo segundo y ya tiene sesenta años. Y a los noventa ¿cuántos llegan?
El tiempo pasa inexorable. Siempre vamos de ida, nunca volvemos. Porque hasta el recordar es ir de ida. Este es el tiempo cronos que decían los griegos, el tiempo de las estaciones, de los años, de las glaciaciones.
Cada uno tiene un tiempo cronos, el tiempo que Dios le ha dado para que realice libremente aquello que Dios tiene previsto para él. Unos tienen más y otros menos.
Pero este tipo de tiempo no es el importante, o por decirlo de otra manera, lo que importa es el kairós, el momento importante, el tiempo con contenido, lo que sucede en él.
¡Qué distintas son las horas para un estudiante en el mes de octubre y en el mes de mayo! ¡Qué distinta la intensidad del primer juego en un partido de tenis que la que puede ser la última bola del partido: el set-ball! Concentración, interés, cuidado de no fallar el saque, amarrar bien... Cabeza y músculos en tensión, porque uno se juega mucho, tanto si va ganando como si va perdiendo.
Hay gente que aprende a vivir en el set-ball de su vida, cuando el tiempo cronos ya lo ha agotado. Se dan cuenta de que, entonces, hay que llenarlo de esas cosas que se cotizan en el Cielo. ¡Porque hay tantas cosas -preocupaciones, fiestas, cosas materiales- que en la otra vida carecen de interés...!
En cambio, uno se afana en hablar con Dios, en acudir a los Sacramentos, en arreglar las cosas, en desprenderse de objetos superfluos...
Sí, es el momento de hacer todo eso. Pero esa última hora no es distinta cronológicamente que las de hacía dos años. ¿Por qué, entonces, no poner interés, contenidos de vida eterna cada día?
Uno tiene su vida en sus manos y hace con ella lo que le da la gana. Es verdad que quien peca y se olvida de Dios hace lo que le da la gana. Pero también lo hace el sabio, el que ha ido a Misa también los días que no estaba obligado a ir, el que se preocupó de los demás, el que se confesaba con frecuencia y huía del pecado,...
Quizá sea bueno pensar ahora, en la mitad de nuestro primer segundo de vida, qué estamos haciendo con nuestro tiempo cronos. Si nuestra vida vale según los criterios de Dios o no. Echar una mirada a los libros sapienciales de la sagrada Escritura -el libro de la Sabiduría, el Eclesiástico, el Eclesiastés,...- nos darán mucha luz para aprender a vivir en sabiduría y no como los necios.
Sí, échales una ojeada porque dicen muchas cosas. Vale la pena aprender a vivir -y vivir- ahora como desearíamos al final haber vivido: llenándonos los bolsillos de esas cosas eternas.
¡Ahora!, el instante presente es el momento en que nos podemos hacer santos, porque es el instante en el que el tiempo cronos coincide con la eternidad.
Ahora es el momento de vivir como Dios quiere -quizá de rectificar-. Ya lo decía San Pablo: "Os exhortamos a que no recibáis en vano la gracia de Dios, porque dice: «En el tiempo propicio te escuché y en el día de la salvación te ayudé». Éste es el tiempo propicio, éste es el día de la salvación" (2 Co 6,1-2).
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