viernes, 13 de junio de 2008

Allí estabas tú (IV)


II. AQUÍ ESTOY YO

6. Yo soy YO

- Hijo de Adán, ¿por qué te empeñas en ser Dios?

- ¿Quién? ¿Yo? Si yo no me creo eso.

- ¿Cómo que no? ¿No han salido de tu pensamiento palabras como: "Yo hago lo que me da la gana, a mí nadie me organiza la vida, yo pienso que, pues a mí me parece, a mí no se me hace, y mil frases de este estilo, sobre todo cuando estás enfadado?

Sí, no te extrañes; el «yo, mí, me, conmigo» te sale por todas partes, y eso no indica otra cosa que tú, para ti, eres lo más importante. Que juzgas el mundo desde tu punto de vista. Incluso te permites juzgar a los demás, y ya sabes que "el que juzga es el Señor" (1 Co 4,4).

Aunque no nos lo creamos, en el fondo de nosotros hay una oculta soberbia que nos lleva a la exaltación de nuestra libertad, de nuestro YO, por encima de todo, a decir que "Los diez Mandamientos se encierran en dos: amarás al señor tu YO con todas tus fuerzas, y no te meterás con el prójimo para que no te haga daño".

Y ante los Diez Mandamientos que puso Dios se insinúa en nuestro interior: ¿Por qué he de obedecer yo a Dios. ¿Yo? ¿Yo, que tengo mi libertad y mi punto de vista? Me parece bien que Dios dé sus Mandamientos, pero ante ellos Yo pienso, Yo hago...

El pecado, cualquier pecado consiste, en el fondo, en esto: Dios dice..., pero yo prefiero hacer otra cosa. Dios tiene sus normas y yo las mías. Yo no me meto con Dios, que Él no se meta en mi vida.

¿Y por qué tengo que obedecer a mis padres? ¿Y por qué tengo que estudiar o ir a Misa y todas esas cosas que me dicen?

Y por eso me enfado cuando me enfado. Porque, además, siempre tengo la razón.

Y por eso critico y murmuro de los demás. Porque yo soy la objetividad.

Y por eso hago lo que me da la gana. Porque yo siempre hago lo mejor.

Yo no necesito de nadie.

Yo aprendo sólo. Soy autodidacta.

¡Yo soy...YO!

... y mis circunstancias.

(... y tus defectos).

* * *

Era el león el animal más poderoso de la selva por su fuerza y su astucia. Todos le temían, y si alguno refunfuñaba, él daba un grito y todo el mundo callaba. Era el Rey de la Selva.

Un día de calor estaba echado a la sombra y vinieron a decirle, con cuidado, no fuera a molestarse, que había llegado a la selva un animal que se decía era el Rey de la Creación. Enojado, salió corriendo hacia su encuentro. Cuando le vio de lejos pensó que sería mejor ver de quién se trataba y destrozarle con astucia. Se acercó al hombre y le preguntó con voz dulce quién era. El hombre le invitó cortésmente a entrar en su casa para dialogar, a la vez que abría la puerta de una jaula. Entró el león y quedó preso para siempre. En un momento dejó de ser el rey.

Era Luzbel el más perfecto de los ángeles que Dios había creado y se lo creyó, y quiso ser como Dios, y en ese momento fue abatido hasta lo más bajo, al abismo. La soberbia le destrozó.

Eran Adán y Eva los reyes de la creación... La historia ya te la sabes. Apareció el diablo y les dijo que el día que desobedecieran a Dios serían como dioses. Desobedecieron a Dios y perdieron lo más grande que tenían: la Gracia de Dios.

En toda desobediencia a Dios hay un punto de soberbia. Y cuando el hombre es soberbio, en ese mismo instante se enjaula a sí mismo, se pierde a sí mismo, cae en la necedad. El diablo le engaña.

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