lunes, 30 de junio de 2008

De Etiopía a Canadá con un amigo


Hayat Hassan Ali

Nací en Etiopía y ahora vivo en Quebec desde 1985. Soy la más pequeña de una familia numerosa de 18 niños.

Cuando mis hermanos y yo nos vimos obligados a salir de Etiopía a causa de la guerra, mi abuela cosió una estampa de Mons. Escrivá en el revés de nuestro vestido para protegernos del peligro. Hasta la frontera tuvimos la seguridad de estar bien acompañados por nuestro amigo. Durante la larga caminata que hicimos para escapar, pasamos muchísima sed sin poder beber agua potable. Solamente encontrábamos charcos de agua sucia. La guía de la expedición, que conocía nuestra devoción al «santo», nos animó a rezarle de rodillas. Más adelante, al llegar al cruce de un camino, apareció un hombre vestido de blanco que nos hizo un gesto desde lejos indicándonos: «¡por aquí, ¡por aquí! ». Decidimos seguirle y nos encontramos delante de una fuente de agua clara donde pudimos saciar nuestra sed. No volvimos a ver al «ángel custodio» que nos guió hasta allí.

Mi abuela había conocido a Mons. Escrivá de Balaguer a finales de los años setenta cuando hizo un viaje a Fátima para rezar a la Virgen. Allí se encontró con una pareja española que le hablaron del fundador del Opus Dei. Después visitó España y aprovechó para conocer mejor a san Josemaría y la Obra. Mi abuela regresó feliz a Etiopía. Me enseñó enseguida a rezar la estampa y a besarla cada vez que salía o regresaba del colegio. También recitábamos su oración después del Rosario. Desde entonces he considerado a san Josemaría como mi mejor amigo.

Ahora, trabajo para la Nueva Evangelización de Quebec. Me encargo sobre todo de las actividades con los jóvenes en la diócesis. He participado en las distintas Jornadas mundiales de la Juventud. San Josemaría siempre me acompaña en estas aventuras. Por ejemplo, cuando en 2005 estábamos preparando el viaje para ir a Colonia nos faltaba mucho dinero. Animé al grupo de jóvenes que estaba conmigo a hacer una novena al fundador del Opus Dei. El último día, después de Misa, se acercó a mí una señora de la parroquia con un sobre. Tenía dentro un cheque de $25,000 para nosotros.

Desde que me involucré en los preparativos del Congreso Eucarístico Internacional 2008, le encomiendo todas las gestiones que tengo que hacer y los frutos del Congreso. Cada mañana, antes de empezar a trabajar me encomiendo a él diciendo: "Tú, que has pasado por momentos difíciles, de incomprensiones, etc., ayúdame a ser paciente y a hacer bien lo que tengo que hacer con optimismo." La previsión del número de inscripciones no era muy numerosa desde que supimos que el santo Padre no podría participar físicamente en el evento. Sin embargo, a dos meses de la apertura del Congreso, ya habíamos llegado a las 10,000 inscripciones, que era la cifra que nos habíamos propuesto desde el comienzo.

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