
V. OLIVOS CENTENARIOS
15. Agonía de Jesús en el huerto
Jesús tiene miedo y angustia (Mc 14,33). Está rodeado de olivos retorcidos, amenazantes: sombras de fantasmas. Porque aquella es la hora de las tinieblas. Son los últimos momentos de las tinieblas, ciertamente, porque en breve saldrá el Sol de Justicia, Cristo resucitado, que disipará la oscuridad.
Pero las cosas son en ese momento como son. Allí está ahora Él, tumbado boca abajo sobre una roca, roca que todavía hoy se conserva.
En septiembre se recogen las uvas y se echan en unas cubas con rendijas. La uva se pisa, se prensa, y sale a borbotones por las ranuras un río de mosto rojo. Los judíos rezaban de pie, los cristianos adoramos de rodillas. Él está postrado con la cara pegada a la piedra, aplastado por el inmenso peso de los pecados de la Humanidad entera, que presionan hasta hacer que se le salten las venas y fluya la sangre.
"Adán... ¿dónde estás" (Gen 4,9). Estás allí. "En ti pensaba en mi agonía; he derramado tales gotas de sangre por ti... ¿quieres acaso que siempre me cueste sangre de mi cuerpo y, en cambio, tú no me das lágrimas?... Si conocieses tus pecados, sentirías náuseas... A medida que los expíes, los reconocerás y escucharás: Mira los pecados que te son perdonados. Haz penitencia, pues, por tus pecados ocultos y por la malicia oculta de los que sólo tú conoces" (Pascal, El misterio de Jesús).
Jesús ya no puede más. Es la agonía, ese tiempo incierto hasta la muerte en el que el hombre pierde el control de los sentidos, la cabeza parece que va a estallar. Se sabe que es un camino sin retorno. Cuesta morirse porque la muerte es arrancarse el alma del cuerpo, lo más profundo de nuestro ser.
Y es que la muerte es un castigo por el pecado. Es natural, a todos nos cuesta morir.
Pero además Jesús ha cargado con los pecados de los demás. Visto humanamente, es una injusticia que uno sea castigado por un delito que no cometió. Y Él tiene que padecer por los millones y millones de montañas de pecados de todo género de cada siglo, de cada año, de cada fin de semana...
El diablo, que ya Le había tentado en el desierto, va a tentarle otra vez (Cf. Jn 14,30). ¿Y qué tentaciones pudo presentarle a Jesús en esos momentos?
Como ha hecho suyos los pecados ajenos, ahora, en el momento de la agonía, se agolpan en su memoria todos los pecados que ha asumido como propios. El diablo mismo le puede sugerir la desesperación: "Tú no tienes perdón de Dios".
Y los sufrimientos que vas a padecer no tienen sentido. Total, si habrá millones de personas que ni se enterarán de la Redención; si habrá millones que mueran en pecado, desagradecidos... ¡qué frustración la tuya!
¿Y para qué sufrir esa Pasión que ves venir, cuando una sola gota de tu sangre puede redimir al mundo de todos los pecados? ¿Para qué la flagelación, los martillazos en la cabeza y colgar en la cruz? Poco sentido tiene, ¿no?
Jesús en su agonía ha padecido ya todas las agonías de todos los hombres para que ellos no desesperen en sus últimos momentos. Que sepan que Él se acordaba de ellos en ese instante, porque existe una misteriosa solidaridad entre los que sufren el mismo tormento.
"«Nam, et si ambulavero in medio umbrae mortis, non timebo mala» -aunque anduviere en medio de las sombras de la muerte, no tendré temor alguno. Ni mis miserias, ni las tentaciones del enemigo han de preocuparme, «quoniam tu mecum es» -porque el Señor está conmigo" (San Josemaría Escrivá, Forja, 194).
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