
VI. JUDAS
18. Una vida inútil
Ahora es de noche. Ya era de noche cuando Judas salió del cenáculo. Y dentro de él todo era oscuridad. Pero años atrás las cosas no habían sido así.
Hablemos con él.
- Judas, si quisieras, podrías recordar aquel día caluroso, lleno de luz, uno de esos días de verano. Tú estabas sentado sobre una piedra y Jesús se acercó. Tuviste que ponerte la mano como una visera para proteger tus ojos del sol. Y pudiste ver a Jesús, con quien ya habías hablado otras veces. Detrás estaban Pedro y los otros. Y ahora te llamaba a ti. En su boca una sonrisa, en sus ojos un fuego más fuerte todavía que el sol que tenía detrás de sí.
Y tú te llenaste de alegría, de ilusión, porque tú -el único de tu pueblo- eras uno de los afortunados para acompañarle en esa gran aventura de la salvación.
Pero todo fue cambiando. Lentamente.
Había cosas que no entendías y no fuiste a decírselas a Jesús. También Pedro y Juan y los otros no entendían y preguntaban. Pero tú te lo guardabas. No acababas de ser sincero con El, aunque suponías que El acabaría por saberlo. También los otros metían la pata, y Jesús les corregía y enseñaba a ser cristianos, pero tú no has querido aclararte porque no estás dispuesto a cambiar. Prefieres tu amor propio antes que el programa de las bienaventuranzas que Jesús ofrece. No estás dispuesto a ser manso, ni a llorar, ni a ser pobre..., porque cuesta.
Sabías a lo que te comprometías el día que el Señor te llamó. Sabías que dejar todo era la condición para ser alegre y eficaz. Todo era todo el dinero, todas tus ilusiones, todos tus caprichos y toda tu inteligencia. Sí, porque lo que más te cuesta es ceder tu modo de ver las cosas.
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